Imagínese que decide crear una empresa. Si la ha creado bajo su riesgo e iniciativa sin el uso de la extorsión ¿por qué le han de obligar a contratar o mantener a Fulano o a Mengano? ¿Por qué por cada 50 empleados ha de “contratar un 2% de discapacitados en su plantilla”? ¿Por qué ha de indemnizar a Fulano cuando le despide, pero si éste se va, él no le indemniza a usted?
Los partidarios de la represión social y económica le dirán que al crear una empresa usted automáticamente adquiere un compromiso politico–social con la comunidad. Es decir, ser empresario no significa gratificar al cliente, sino ser el esclavo de una facción de visionarios (los progres). Pero la realidad es que el empresario está sirviendo a la comunidad con su producción (pan, zapatos, coches…) bajo su propio riesgo. Si no produce lo que la comunidad pide, tendrá que cerrar. Usted, como empresario, sólo será recompensado o castigado por su capacidad para servir a los demás.
El cliente lo juzga todo. Si el producto de una empresa es caro, el consumidor irá a adquirirlo a otra; si un vendedor cae mal a su cliente, éste irá a comprar a otra empresa; y si el empresario actúa de “forma inmoral” según el cliente, éste se irá a comprar a otra empresa también. Las decisiones individuales de cada uno repercuten sobre su propia persona.
Recientemente los sindicatos se han horrorizado: “una mujer ha sido despedida por estar embarazada. CCOO presentará una denuncia contra la empresa (que es una panadería)”. Así, los sindicatos reclaman fuertes medidas contra el cruel empresario (el panadero). Su conclusión es que todos los empresarios han de ser fiscalizados por su naturaleza perversa.
Un asalariado es tan persona como un empresario, y sus acciones son las mismas. En el ejemplo de la panadería, la empleada ha tomado una decisión que no sólo le afecta a ella, sino también a los demás, pero gracias a los sindicatos, ella puede eludir su propia responsabilidad traspasándosela al empresario. Eso significa que el empresario será menos competitivo, y que siendo así, su cliente le irá abandonando bajo peligro de cerrar su negocio. Traspasar las consecuencias voluntarias del empleado al empresario —o pagador de impuestos— es un sinsentido que sólo incentiva la irresponsabilidad. De hecho, ¿por qué no ha de ser la empleada quien indemnice al panadero por dejar de producir en el futuro? Las leyes que obligan a indemnizar (al trabajador o empresario) sólo crean irresponsabilidad, desempleo y un mercado de privilegios.
Cuando el empresario o pagador de impuestos está obligado a transferir su dinero (o esfuerzo productivo) a un fin no deseado mediante el arma de la extorsión, se crea lo que siempre se ha llamado esclavitud; y quien la defiende, es un tirano: el estado, sindicatos, la ley, grupos de presión…
Si no hubiese impedimentos al trabajo (leyes), el mercado laboral no sería como una trinchera donde uno ha de quedarse quieto para sobrevivir como ocurre en la actualidad, sino que dotaría de movilidad a empresario y trabajador para crear un mercado laboral vivo. Precisamente los países que menos leyes tienen al trabajo son los que disfrutan de mayor empleo, como Reino Unido, Nueva Zelanda, Estados Unidos…
Pero si lo que pretendemos es impulsar la irresponsabilidad individual, pobreza y servidumbre, inventemos cuantas más leyes mejor. En un mudo donde los recursos no fuesen escasos y no hiciese falta la economía, semejantes medidas no implicarían nada negativo, pero en un mundo donde los bienes son escasos, esa irresponsabilidad sólo crea un entorno económico y social insostenible, nadie es responsable de sus actos ya. .
Si queremos trabajar por un mundo sostenible, responsable y mejor; deroguemos todas las leyes y demos la espalda a los auténticos tiranos haciendo que cada uno sea responsable de sus propios actos.