Ya saben, "el que no esté colocao, que se coloque y al loro". Se defendía con saña la disolución de la moral al grito de franquista el último. No es que me parezca fetén, pero guardo cierta simpatía por aquél desmadre, excepto en el apartado químico.
Ahora los progresistas son de una moral entre victoriana y calvinista, de una severidad que dejaría al cardenal Goma por un cachondo. Exudan un paternalismo laico que es incluso más empalagoso y más cursi que el otro, y que es menos respetuoso con la vida privada. Lo de prohibirnos el vino quedó en un quiero y no puedo de la ministra Salgado, pero la cruzada contra el tabaco sigue en plena forma y la imposición del decoro y las buenas costumbres en la tele da sus primeros pasos.
Es una evolución lógica. La izquierda abomina de la libertad y quiere sustituir nuestras decisiones por las suyas. Por eso para ellos tener el poder es una exigencia ética y el que sean otros quienes lo ostentan, un atentado a la democracia. Se quieren gastar nuestro dinero, mandar a nuestros hijos a colegios diseñados por ellos, entrar en nuestra cocina y nuestra cama, y no nos dejan ni a sol ni a sombra.
¿Y qué fue de aquella izquierda que hablaba de libertad en las costumbres (y de socialismo en todo lo demás)? No lo sabemos. Pero aparece Javier Marías criticando este domingo en El País El gubernamental desprecio por la libertad. Para criticar al Gobierno, tiene que pagar el peaje Aznar, es decir, soltarle un buen mandoble al otro por aquello del qué dirán. Cierto que el artículo es blandito, pero ya era hora de que algún progre se acordase de que en algún momento de su vida defendió la libertad en esta parcela de la vida.
Es verdad que bajo el zapaterismo, la libertad "ha resultado ser una libertad de quita y pon, falsa y condicionada". Condicionada a lo que se le antoje al poder. Es decir, que es una servidumbre disfrazada de todo lo contrario. Es la libertad del que manda para decidir sobre nuestras vidas. Javier Marías. Se empieza criticando que el Gobierno nos prohíba fumar y, quién sabe, a lo mejor acaba pidiendo (con peaje Aznar) que nos deje educar a nuestros hijos como nos dé la real gana.