Jerusalén es la ciudad donde debe asentarse la sede de Israel.
Donald Trump, a quien todos ganaríamos al Trivial excepto en el apartado de Televisión, ha tomado la última decisión descabellada de su mandato: reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel. Es una afrenta a las expectativas de los palestinos y, en consecuencia, a la posibilidad de una paz en Oriente Medio. Este hombre, que no ve más allá de las fronteras de su país (America First), es incapaz de entender que ha echado por tierra varias décadas de diplomacia estadounidense. Esto es lo que aprendemos gracias a la interpretación mayoritaria en los medios de comunicación. Pero si el lector se lo ha tragado, yo iría planteándome la posibilidad de que Trump le ganase 99 partidas de cada 100 en el juego del Trivial.
Es verdad que la decisión de la Administración Trump ha causado un enorme cabreo en Hamás y en la Autoridad Palestina. Pero tenemos que empezar a distinguir entre la indignación y la justa indignación. Jerusalén ha sido la capital judía desde hace tres mil años. En la Torah aparece citada más de 600 veces, y en el Corán ni una. El criterio histórico es fundamental si queremos resolver un conflicto de este cariz, porque tiene un carácter más objetivo que el de la indignación de los pueblos interpretada por líderes políticos.
La Ciudad Santa es la capital del Estado de Israel desde su creación. El Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley que preveía trasladar la embajada del país a Jerusalén en 1995. Y Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, aunque han postergado la decisión, han reconocido, todos, que esa ley debe cumplirse porque supone aceptar la realidad del Estado de Israel y reconocer la historia milenaria de su pueblo. El candidato Trump prometió que tomaría esta decisión. Tanto los Estados Unidos como Israel son Estados democráticos, y tienen pleno derecho a adoptar este tipo de decisiones.
Hamás y la Autoridad Palestina, al alimón, anunciaron que la decisión de Donald Trump generaría violencia. Hablar de la violencia como un fenómeno ajeno y automático de la cual el único culpable es el victimario, cuando eres tú quien la ejerce es un mecanismo abyecto, que conocemos muy bien por las películas de gangsters. Pero ya han hecho una llamada a una tercera gran campaña de terror, lo que llamamos intifada.
Nabil Abu Rudeineh, portavoz de Mahmud Abbas, ha dicho que la decisión de Trump “llevará a la destrucción del proceso de paz”. Pero ¿qué proceso de paz? Los palestinos rechazaron la paz en 2000, cuando habían logrado que Israel admitiese gran parte de sus exigencias. Volvieron a rechazar un acuerdo de paz en 2008. Israel, en este tiempo, ha cedido el control de varios territorios en Cisjordania, y ha abandonado por completo Gaza, desde donde Hamás sigue lanzando misiles contra Israel. La Autoridad Palestina no reconoce a Israel el derecho de existir. ¿En serio que la decisión de los Estados Unidos de reconocer la ciudad de Jerusalén como capital de Israel ha destruido el proceso de paz?
Para que pueda haber un atisbo de opciones para lograr que haya una paz en Oriente Medio es necesario que la Autoridad Palestina reconozca el pleno derecho de Israel a existir. Y eso pasa, también, porque reconozcan que Jerusalén es la ciudad donde debe asentarse la sede de ese Estado. La decisión de la Administración Trump demuestra que los Estados Unidos no hacen suyas las amenazas palestinas y muestran el único camino posible hacia la paz.