El pasado lunes, primer aniversario del fiasco de la república catalana, los violentos volvieron a entrar a escena en Cataluña.
El pasado lunes, primer aniversario del fiasco de la república catalana, los violentos volvieron a entrar a escena en Cataluña. Era de esperar. Llevan un año recibiendo mensajes, repitiendo eslóganes cargados de odio, viendo como sus amados líderes preanuncian con meses de antelación, esa violencia que esta semana se ha hecho realidad.
En el diario ‘El País’ se recogen las declaraciones del director de los mossos quien afirmaba: “A las 21.38 hay la desconvocatoria de las acciones instadas, promovidas y organizadas por los CDR y es en ese momento cuando empiezan a producirse los altercados”, atribuyendo las acciones a “pequeños grupúsculos violentos”. Pero siempre fuera de los comités que, por otro lado, ya han mostrado un comportamiento violento en el pasado reciente. Los CDR no tienen nada que ver, aunque esa mañana Torra insistiera en que siguieran presionando, porque presionar, como ha dicho Artadi, no es ser violento. ¡Cuánto me alegro!
Porque estaba preocupada. Especialmente por el destino del programa estrella de Telecinco Gran Hermano VIP. Resulta que un ex novio de dos de las participantes ha entrado en la casa de visita y ha tenido una trifulca con una de ellas. Al parecer las dos ex llevan todo el concurso a la gresca, no se sabe si por poca afinidad, por aumentar los minutos de cámara o por ambas razones. La periodista de El País Maite Nieto ha titulado su crónica de lo acontecido “Maltrato al estilo Gran hermano” y lo describe con este lenguaje: “… Se debe decir alto y claro que un medio de comunicación que llega a millones de telespectadores no puede –mejor dicho, no debe, porque poder pudo– propiciar un momento que roza el maltrato, que consiente el acoso y en el que en algún instante se temió por si las palabras y los gritos pasaban al siguiente nivel”. Y tras mencionar el número de mujeres maltratadas, los casos de Weinstein y Bill Cosby y lo terrible del acoso sexual, se expresaba así, refiriéndose al exnovio: “Gritos, intimidades, venas hinchadas, rostros ofensivamente demasiado próximos, brazos contenidos en ese gesto de quiero y no puedo que quienes saben entienden.”
Estoy esperando que, siguiendo esa línea respecto a la violencia, esta periodista tan osada a la hora de etiquetar por la vía indirecta el maltrato que encierran los gritos e insultos, o bien cualquier periodista de ‘El País’, emplee el lenguaje con la misma crudeza para referirse a los actos de violencia de los independentistas. Igual que, para ellos, el comportamiento de Carlos Lozano (el doble ex) pueden infundir instintos violentos a las mentes más jóvenes, para mí, la omisión irresponsable por parte de los periodistas palmeros, que no se atreven a describir lo que sucedió el lunes, es además cómplice.
Por supuesto, los mossos están encantados de cómo se procedió a la intervención: habían roto una ventana y ya estaban golpeando la puerta del Parlamento para entrar. Súper eficientes. Especialmente porque estábamos todos más que avisados.
Se suele definir terrorismo como la forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general.
De acuerdo con el profesor Bruno Frey, director del Institute for Empirical Research in Economics de Zurich, uno de los costes del terrorismo que hay que tener muy en cuenta es el financiero. El deterioro en la confianza económica no solamente por atentados concretos contra objetivos empresariales, sino por la presión de la violencia está documentada. Frey explica que entre 1975 y 1991 se redujeron la inversión directa extranjera un 13,5% de media, unos 500 millones de dólares. Pero éste no es el único efecto perverso de la violencia política: la caída de la inversión y el cambio en su composición, la salida de ahorros y fondos, la deslocalización de empresas o las variaciones en el consumo son posibles daños. Cataluña está padeciendo varios de ellos.
Siendo partidaria del derecho de secesión como principio libertario, no puedo sentir más que un profundo desprecio y una enorme indignación ante la doble moral, la complicidad y la cobardía de quienes andan poniendo paños calientes por servilismo partidista. El cómo importa. Y yo reconozco que no tengo la solución y que es muy posible que tarde años en llegar.
La denuncia sobreactuada del bochornoso episodio de Gran Hermano y la acusación velada a Carlos Lozano, en el mismo periódico en el que se afirma que la cosa a Torra “se le va de las manos” y llama “radicales” a quienes son ya la kale borroka catalana, es un ejemplo de lo que sucede cada día. Que haya políticos de otras formaciones que acusen a Inés Arrimadas de montar el show cuando sale del Parlamento catalán entre insultos y abucheos es como decirle a una mujer maltratada que se lo ha buscado ella. Dejar de lado a la casi mitad de catalanes, ningunearles, imponerles leyes educativas anticonstitucionales, boicotearles profesionalmente, agredir las sedes de los partidos políticos a sabiendas de que nada les va a pasar, justificar agresiones delante de niños, porque quitar un lazo amarillo lo merece, toda esta barbaridad es responsabilidad de los actores que las ejecutan. Pero también de los instigadores, de quienes callan, de quienes no denuncian llamando a las cosas por su nombre y de quienes miran al techo. La excusa electoral ha dejado de valer. Ya no es si Ciudadanos gana puntos o el PP los recupera o cualquier otro cambio en las encuestas. Ha habido una agresión contra una institución y unos grupos políticos denuncian de boquilla pero llaman a mantener y aumentar la presión. Que es como animar a Carlos Lozano a que grite y haga aspavientos a su ex en prime time. Una diferencia importante: Gran Hermano no ha secuestrado y hostigado millones de ciudadanos. Los independentistas del Govern sí.