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La apoteosis de Al Gore

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En realidad es un Nobel extraño. Claro es que no le podían conceder ninguno de los premios científicos, pues las alusiones a la ciencia, en el mensaje de Gore, son un nuevo abracadabra. Tampoco el de literatura, porque sus desempeños literarios no llegan para tal merecimiento. Sólo queda el de la Paz. Habrá quien diga que la consecución de la paz nada tiene que ver con los devenires del clima, pero lejos de ser motivo para negárselo casi diría que es todo un alivio. Porque en materia de derechos humanos, guerras y tiranías, el Nobel se ha lucido en el pasado premiando a ex-dictadores y terroristas.

Aún así, sigue siendo un premio estupefaciente. Cuando vi Una verdad incómoda se me encogió el corazón. Gore desplegaba sobre una pantalla de grandes dimensiones dos gráficos, uno encima de otro, que representan el nivel de CO2 y la temperatura de la Tierra. Comparten el eje horizontal en que se representan los últimos 10.000 años. Se corresponden perfectamente. Luego estira un poco, apenas 200 años, el gráfico de CO2, que se dispara hasta salirse de la pantalla. La conclusión es inmediata y sólo puede producir terror.

Ahora bien, Gore tuvo el cuidado de no presentar ante los azorados espectadores los dos gráficos juntos. Pues, de tal guisa, siguen mostrando que suben y bajan en perfecta correspondencia. Pero que la temperatura de la Tierra se adelanta a los niveles de CO2 en un intervalo de unos 800 años de media. Vamos, que es la temperatura la que causa los niveles de CO2 y no al revés. Gore se encontró con una verdad incómoda para su mensaje y con sus artes de mago logró transformarla, como por ensalmo, en el principal argumento de su mensaje. Ahora alerta en un libro del ataque contra la razón. Él sabrá.

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