Hace unos días fue Gregory Mankiw, uno de los economistas y tomboleros más conocidos del mundo, quien se planteaba que quizá –penurias que ha de sufrir uno– no fuera tan buena idea aquello de dejar que los bancos se endeuden a corto plazo y presten a largo. Ahora, el autor de uno de los libros de macroeconomía más vendidos y estudiados en las facultades parece darse cuenta de que esa estrategia financiera, tan desestabilizadora, tan peligrosa y tan ruinosa puede que no depare demasiados beneficios. Oh, de golpe, comprendemos que ese método tan científico, exacto y respetable que emplean los economistas ortodoxos ha engañado a varias generaciones de universitarios y profesionales; lo que parecían conclusiones asentadísimas dejan de serlo de la noche a la mañana.
Bien está que Mankiw recapacite, aunque mejor hubiera estado que no ignorase La acción humana, de Ludwig von Mises, por el mero hecho de que fue publicada en 1949. Así, quizá se hubiese ahorrado –y hubiese ahorrado a tantos– años y más años de confusión, pues ya en esas páginas Mises analizaba y criticaba el descalce de plazos por el que hoy, 61 años después, Mankiw comienza a preocuparse.
Si la ciencia económica realmente existente, según dicen, es una disciplina nada sectaria, nada ideologizada y nada influida por intereses políticos y empresariales, habrá que asumir que todos los artículos académicos que se publican llevan en sí, implícita o explícitamente, lo mejor de las generaciones anteriores. Así que habrá que asumir que todo lo aprovechable de La acción humana está adecuadamente filtrado, aislado e incorporado en la corriente económica mayoritaria.
Ja.
El otro que hace unos días reivindicó algunas ideas típicamente austriacas fue el ex presidente de la Fed, Alan Greenspan. En un largo artículo con el que pretende sacudirse su más que evidente responsabilidad en la gestación del boom artificial del crédito, Greenspan concluye que los problemas de un sistema financiero aparecen cuando éste se endeuda a corto plazo e invierte a largo. Quizá a muchos les sorprenda. A mí, no tanto. Cualquiera que haya leído qué pensaba Greenspan en 1966 sobre el patrón oro podrá darse cuenta de que la teoría austriaca jamás lo abandonó: para lo bueno y para lo malo. Pues sin tales conocimientos probablemente no hubiese logrado sostener ese castillo de naipes financiero durante tanto tiempo, y la crisis actual hubiese sido mucho más liviana.
Mas no quería hablarles ni de Mankiw ni de Greenspan, sino de otros dos economistas de renombre, Martin Wolf y Paul Krugman, que también han mentado a la Escuela Austriaca en fechas recientes.
Wolf, jefe de Opinión de Financial Times, ha escrito un artículo en que pide opiniones sobre la Escuela Austriaca. En principio, él ve con agrado algunas de sus teorías; por ejemplo, la que dice que la reserva fraccionaria tiende a generar booms crediticios que cristalizan en malas inversiones generalizadas. La exposición de Wolf es simple y muy poco matizada, pero cumple su función de transmitir la esencia sin errores. No podemos decir lo mismo cuando pasa a reflexionar sobre la parte de la teoría austriaca que no le agrada: por ejemplo, la idea de que los problemas de la crisis se solucionan dejando que todo quiebre.
Es cierto que algunos austriacos (sobre todo, en el Mises Institute) son partidarios de que, si es necesario, caiga el sistema. Por no es una postura unánime. Así, Hayek era consciente de los riesgos de la "contracción secundaria", y otros austriacos han alertado sobre los peligros de que la necesaria liquidación se transforme en una sobreliquidación. Yo mismo he sugerido alternativas al rescate público de la banca que no pasan por su quiebra.
Es una pena que Wolf no conozca demasiado bien toda esta rica tradición austriaca, aunque en su descargo reconoceré que los austriacos tampoco han hecho demasiado por darla a conocer.
Muy otro es el caso de Krugman. En el Nobel de 2008 se juntan en distintas dosis la ignorancia y la mala fe. Es difícil saber cuál de ellas prevalece, dados sus antecedentes. Pero afirmar que la teoría austriaca del ciclo económico es incapaz de explicar por qué surge desempleo durante la fase recesiva denota una nula comprensión de la misma. La heterogeneidad y la poca convertibilidad de los bienes de capital, unidas a la falta de ajuste en los precios relativos (salarios incluidos), explican la persistencia del desempleo durante una crisis. En caso contrario no sólo no habría desempleo, sino que no habría crisis. Parece mentira que haya que volver a explicar esto.
Otros economistas de media fila, como Brad Delong, ese que manipula los textos de Hoover para tergiversar a un Hayek al que, por otro lado, él mismo confiesa que no entiende, también han participado en el debate; pero sus opiniones son sólo un refrito de las de Krugman con un poco de jerga monetarista, así que tampoco merece la pena prestarle demasiada atención.
En fin, a lo que iba: periodistas y economistas, sabiéndolo o no, manipulando sus tesis o no, están empezando a conceder a la Escuela Austriaca la relevancia que merece. Probablemente no sea mérito de quienes nos consideramos austriacos –en general, somos divulgadores muy perfectibles–, sino más bien fruto de la propia tozudez de los hechos.
Y es que cuando los bancos centrales expanden el crédito a gran escala, provocan crisis descomunales, rebajan los tipos de interés sin conseguir reinflar las burbujas causantes de todos los males, y los planes de estímulo keynesianos sólo sirven para lastrar el crecimiento presente y futuro, una de dos: o empiezas a aceptar el peso de las teorías austriacas, o dejas que la ideología te ciegue. Esperemos que la gente honrada y equivocada tenga más peso que la gente deshonesta y politizada.