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La farsa de Yunus

Publicado en Libertad Digital

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El diario El Mundo ha publicado este fin de semana una entrevista en la que Yunus saca a relucir su lado más antiliberal, charlatán, ignorante y mentiroso. En primer lugar analizaré sus opiniones sobre la globalización, y luego diré unas cuantas cosas sobre la manera en que lucha este sujeto por erradicar la pobreza.

Globalización: cuéntame otro cuento

 

Yunus dice que quiere que la pobreza pase a ser historia. Sin embargo, sus palabras tienen que vérselas con su ideología socialista y globalofóbica. Nadie que describa la globalización del siguiente modo está contribuyendo a acabar con la pobreza:

[Es] una autopista de 100 kilómetros tomada por los grandes y en la que los pequeños son expulsados (…) Necesitamos una policía de tráfico que ponga las reglas.

Si Yunus no fuera doctor en Economía, creería que se trata de un ignorante bienintencionado; pero como resulta que sí lo es, sólo me queda pensar en la fatal arrogancia que aqueja a todos los iluminados intervencionistas.

Al abogar por una policía mundial que controle y restrinja la libertad de los individuos, Yunus está pidiendo que se dificulte el acceso de los países pobres al capital que tanto necesitan. Entre ellos se encuentra el suyo, Bangladesh.

Este premio Nobel de la Paz está favoreciendo que sólo unas pocas instituciones como la suya, el Grameen Bank, tengan acceso al capital internacional, gracias a las corruptelas y amiguismos característicos de los organismos internacionales. Cerrando las fronteras e impidiendo que las empresas inviertan libremente se apuntala una especie de monopolio del crédito en, por ejemplo, Bangladesh: si los bangladesíes quieren invertir, que pidan prestado al Grameen, ¿no?

El ejemplo que ofrece Yunus de por qué la globalización no es justa no puede ser más demagógico y tramposo:

La camisa que llevo está fabricada en Bangladesh. Campesinos recogen el algodón, otros trabajadores dan forma al producto, otros lo recogen, le dan el tinte, lo cargan en contenedores, etcétera. Y toda la gente que ha intervenido en ese proceso debe repartirse 4,5 dólares, mientras la etiqueta de la tienda de Nueva York dice que vale 35 dólares.

Uno estaría tentado de pensar que la industria textil bangladesí sufre una especie de explotación internacional que impide que el país se desarrolle. El intercambio no es justo porque los yanquis ganan mucho y a los paisanos de Yunus no les dejan ni las migajas. Pues bien, lo que Yunus se calla, muy convenientemente, es que durante los últimos años la cerrada economía de su país ha experimentado un importante auge, con tasas de crecimiento cercanas al 5%, gracias a la enorme competitividad de las exportaciones, en particular las propias de una determinada industria. ¿Adivinan cuál? ¡Correcto! La textil.

Al contrario de lo que sugiere Yunus, precisamente el bajo precio del textil bangladesí hace que sea mucho más competitivo que el del resto del mundo. Y eso genera mucha más riqueza de la que Yunus puede aspirar a crear jamás. El Banco Mundial, por su parte, lo tiene claro:

Dado que la industria textil proporciona empleo directo a dos millones de bangladesíes –el 90% de los cuales son mujeres– y supone el 9,5% del PIB, así como tres cuartas partes de los ingresos por exportaciones en 2003-2004, cualquier cosa que reduzca la competitividad supone un impuesto a la sociedad entera.

Las opiniones de Yunus son un peligro para su propio país, un impuesto incipiente a la creación de riqueza. En lugar de utilizar su inmerecida influencia para presionar por una mayor liberalización del libre comercio y de la economía, se dedica a criticar la situación de las industrias más exitosas. ¿Qué quiere este banquero, el establecimiento de una policía comercial que se dedique a fijar los precios del textil bangaldesí? ¿Acabar con los escasos espacios de libertad que existen en su país, responsables de la reducción de la pobreza?

Su pulsión intervencionista y reguladora se puede observar claramente cuando describe la influencia que ejercen la publicidad y los medios internacionales de comunicación sobre el habitante de Bangladesh:

Sus deseos han cambiado. Y eso es bueno: ahora quiere hacer más porque quiere tener todas esas cosas. Pero es malo, porque le crean necesidades innecesarias. Ahora quiere champú, aunque no lo necesite. Su hija también lo pide, y si no lo tiene, no se siente guapa.

¡Horror! ¡Los bangladesíes quieren champú! ¿Qué será lo próximo, comprar pasta de dientes? Los pobres no necesitan lavarse: eso no es sino un insostenible lujo burgués.

Pero quizá donde más claramente se percibe su desprecio por la libertad es en la necesidad compulsiva que tiene de mentir para tratar de justificar su petición de establecer una policía mundial. Atención a los datos que ofrece sobre la distribución de la renta:

El 94% de los ingresos del mundo van a parar a un 6% de la población. Eso no es justo. Es necesario moderar la cantidad de recursos que utiliza la parte de la población que está en lo más alto.

¿Pero de dónde ha sacado las cifras este hombre? Aun aceptando los nada creíbles datos del movimiento antiglobalización, el 20% de la población obtiene el 80% de la renta. Yunus no sólo rebaja el porcentaje de privilegiados al 6%, sino que sube su porcentaje de renta al ¡94%! Vamos, que el 94% de la población mundial sólo tiene el 6% de la renta. Después de esta barbaridad, ¿alguien puede seguir concediendo alguna credibilidad económica al nobelizado Yunus?

El Grameen Bank, un hito propagandístico

El otro gran tema sobre el que versa la entrevista de El Mundo son los logros del Grameen Bank en la lucha contra la pobreza. Lo cierto es que necesitaría mucho más espacio para explicar con detalle las tretas y engaños de esta institución, pero me limitaré a dar cuenta de algunos de los más curiosos.

En primer lugar, y como ha puesto de manifiesto Jeffrey Tucker, del Mises Institute, conviene tener claro de qué manera concede el Grameen sus préstamos. Los tipos de interés que exige el banco de Yunus son de alrededor del 20%, unos cuatro o cinco puntos por encima de lo que exigen otras entidades para préstamos similares en Bangladesh. Ciertamente, el Grameen no exige ningún tipo de garantía, pero agrupa a los prestamistas en grupos de cinco personas, que se controlan mutuamente para garantizar que todas ellas paguen.

El grupo de cinco tiene que asistir semanalmente a un programa de lavado de cerebro y aprenderse 16 lecciones de tinte social-fascista. Particularmente curiosas son la primera (Disciplina, unidad, coraje y trabajo duro), la decimoquinta (Si nos enteramos de cualquier quebranto de la disciplina en algún centro, iremos todos allí a restaurarla) y la decimosexta (Debemos participar en todas las actividades socialmente).

Por otro lado, Yunus afirma que el negocio de su banco es viable y autosostenible –a pesar de que, aparentemente, los demás bancos del sector son tan estúpidos como para no haberse dado cuenta de ello en dos décadas–; y esgrime como prueba que ya no acepta subvenciones ni donaciones y que la tasa de devolución del crédito es del 99%.

Esa tasa de devolución resulta más que dudosa. En 2002 Daniel Pearl y Michael Phillips escribieron un artículo en el Wall Street Journal donde cuestionaban los datos del Grameen porque se basaban en procedimientos contables distintos a los manejaban los demás bancos. Yunus, entonces, se defendió diciendo: "Cualquiera que sean el sistema, los procedimientos y las definiciones contables que usamos hoy, son los que hemos venido usando durante 25 años". Vamos, que pecar, pecaban, pero desde el principio…

Pero es que incluso otro intervencionista como el hindú Sudhirendar Sharma ha cuestionado que la política del Grameen sirva para algo más que para hacer circular el dinero:

El crédito fácil elimina la falta de liquidez, pero sólo de forma ilusoria. A menos que los préstamos se conviertan en inversiones productivas, la pobreza rural no desaparecerá. Los microcréditos mejoran la tenencia de efectivo, pero no crean riqueza.

Dicho de otro modo: el Grameen vuelve a conceder préstamos a sus antiguos prestamistas, con los que éstos saldan sus deudas pasadas. Un círculo vicioso, pues.

El otro gran argumento de Yunus para probar la solidez financiera del Grameen es eso de que ya no recibe subvenciones. Bueno. En primer lugar, diremos que recibió toda clase de créditos, subvenciones y donaciones hasta 1995. Dinero procedente de la ONU y de otros organismos internacionales, de instituciones públicas y privadas. Y todavía hoy está pagando parte de los préstamos que le fueron concedidos a bajos tipos de interés (alrededor del 2%), de modo que los efectos de las subvenciones perduran.

Jonathan Morduch ha calculado que si el Grameen no hubiera recibido ningún tipo de subvención habría sufrido unas pérdidas de 34 millones de dólares entre 1985 y 1996; a menos que hubiera incrementado los tipos de interés en un 50%…

 

Desde un punto de vista liberal, las donaciones de los organismos públicos al Grameen sólo pueden ser consideradas como un expolio a los contribuyentes para financiar proyectos que no resultaban rentables y que, por tanto, sólo entorpecían la creación de esa riqueza que el propio Yunus decía alentar.

En segundo lugar, diremos que lo que dice Yunus es totalmente falso. El Grameen sigue recibiendo multitud de donaciones, especialmente después de la publicidad conseguida luego de que su dueño fuera galardonado con el Nobel de la Paz. Por ejemplo, la fundación de Bill Gates le ha regalado 1,5 millones de dólares, y la Mosaic Foundation 800.000. Pero nada, el Grameen sostiene en su página web que "la última donación de capital, programada con anterioridad, se recibió en 1998".

También es curioso cómo el banco de Yunus utiliza a los mendigos bangladesíes como reclamo publicitario. El Grameen ha instituido un programa por el que concede préstamos con un tipo de interés del 0% a los individuos más pobres de la sociedad. Parece una gran obra caritativa. Ahora bien, hay que leer la letra pequeña:

Se entrega a cada miembro una placa de identificación con el logotipo del Grameen Bank, que puede mostrar en su vida cotidiana para que todos sepan que pertenece al Grameen Bank y que esta entidad nacional lo respalda.

Por supuesto, no tengo nada en contra de que Yunus deje de cobrar los intereses a sus clientes a cambio de que le hagan publicidad gratuita: no es más que una especie de salario no percibido. Lo que no termina de gustarme es la hipocresía con que se disfraza todo esto: no estamos ante una operación publicitaria, sino ante un acto de respaldo a la institución…

Lo que sí comienza a parecerme peligroso es la manera en que el Grameen va copando los resortes del poder político en Bangladesh, con movimientos típicos del fascismo corporativista. El propio banco lo reconoce:

[Los prestamistas] escogen a los miembros del consejo responsable de dirigir el Grameen Bank cada tres años. Esta experiencia les ha preparado para presentarse a cargos públicos. Hacen campaña y son elegidos para cargos municipales. En 2003, en las elecciones para el gobierno local (Union Porishad), 7.442 miembros del Grameen se presentaron para los escaños reservados para mujeres y 3.059 de ellas fueron elegidas.

¿Yunus, presidente de Bangladesh?

Por último, cabe preguntarse cuáles han sido los auténticos logros del Grameen. Yunus lo tiene muy claro: el 58% de los que han pedido un préstamo a su banco han salido de la pobreza. ¿Sorprendente? Pues no tanto. Basix, una institución india de microcréditos, ha calculado, para un período de tres años, que un 52% de sus clientes consiguió mejorar su posición económica, un 23% no experimentó cambio alguno y un 25% empeoró.

En otras palabras, los efectos positivos y los neutros o nocivos se compensaron. Si a esto le añadimos que la economía bangladesí ha estado creciendo al 5% durante 15 años y que la pobreza cayó en 10 puntos, según el Banco Mundial, los resultados ya resultan mucho menos impresionantes.

De hecho, ¿a qué atribuye el Banco Mundial la reducción de la pobreza en Bangladesh? ¿Al Banco Grameen y a su red de microcréditos? No, a algo mucho más sencillo:

No es simple coincidencia que durante esta década haya tenido lugar una significativa liberalización del comercio y una espectacular expansión de las exportaciones.

La tan denostada globalización, la autopista que expulsa a los pequeños, es lo que ha sacado de la miseria a los compatriotas de Yunus, y no una hipersubvencionada institución que necesita congraciarse con el socialismo y el intervencionismo internacional para continuar subsistiendo, aun a costa minar las bases para la prosperidad de los pobres.

Tanto le han dado los pobres de mamar, tanta fama y riqueza le han proporcionado, que parece que Yunus desea que sigan siendo siempre pobres. Su discurso antiglobalización genera más pobreza que la que él pueda remediar con las actividades de su banco.

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