Sugirió Bernanke que podría comenzar a retirar sus (mal llamados) estímulos monetarios allá por las postrimerías de 2013 –fechas en las que él dejará de ser presidente de la Reserva Federal– y los mercados comenzaron a intranquilizarse. Las bolsas mundiales cayeron y los tipos de interés escalaron. Nada extraño: si la Fed es en estos momentos uno de los principales proveedores de financiación a los mercados de crédito, que vaya a interrumpir sus operaciones por fuerza se ha de dejar sentir, aunque sea un poquitín.
Mas hete aquí que uno de los consejeros de la Fed, a la sazón presidente del banco regional de Dallas, Richard Fisher, salió a la palestra a criticar a todos aquellos especuladores que se comportan cuales “cerdos salvajes” por cuanto buscan presionar al instituto emisor para que no deje de monetizar deuda pública y privada. Esto es, para que siga implementando la política monetaria expansiva que lleva cuatro años implementando y que todos los políticos europeos suspiran por que copie el Banco Central Europeo.
No seré yo, desde luego, quien defienda la labor de aquellos especuladores que se han especializado en lucrarse de las plusvalías que se derivan de las revalorizaciones de la deuda pública y privada promovidas por la Fed. Por mucho que, con toda seguridad, el mercado de renta fija estadounidense estaba condenado a experimentar un muy intenso auge tras la quiebra de Lehman Brothers, es evidente que la Fed, con su activa política de monetizaciones y de manipulación de los tipos de interés, contribuía a minimizar los riesgos asociados a especular en ese alcista mercado de renta fija. De hecho, algunos economistas, como Antal Fekete, han llegado a hablar de que la Reserva Federal proporciona unos “beneficios libres de riesgo” a los especuladores de deuda pública. Por lo que a mí respecta, si la deuda pública ya me parece un fraude, imagine cuál será mi opinión sobre las ganancias logradas mediante su manipulación por parte del monopolio estatal de la moneda.
Ahora bien, que los beneficios cosechados a cuenta de esa especulación política sean mucho menos defendibles que los logrados merced a la honrosa especulación económica, no significa que la Fed –y sus consejeros– sea el organismo más indicado para poner a caldo a esos “cerdos salvajes”. Al contrario, si hay alguien que por vergüenza debería guardar silencio y no zarandear más el avispero de su deplorable enjuague con los especuladores es, precisamente, la Reserva Federal.
El mayor especulador del mundo
De entrada, la Fed debería guardar silencio porque ha sido su heterodoxa política monetaria la que potenciado la especulación alcista en el mercado de renta fija, blindándola hasta ahora frente a cualquier riesgo. A buen seguro, muchos especuladores se habrán puesto las botas durante los últimos años (por eso, justamente, es verosímil que no quieran que se retiren los estímulos), pero lo habrán hecho porque a la Fed le interesaba que lo hicieran: su objetivo era precisamente el de arrastrar tanto capital como fuera posible hacia la deuda pública estadounidense y hacia la basurienta deuda “privada” de las quebradas y nacionalizadas Freddie Mac y Fannie Mae, de manera que todos ellos pudiesen financiarse y refinanciarse a tipos de interés de saldo. Un fiasco de política económica que abre la puerta a, digámoslo suavemente, consecuencias más que inciertas en el futuro: la Fed no sólo ha coadyuvado a que el gobierno estadounidense degradara su liquidez, sino que, sobre todo, ha degradado enormemente la suya propia (lo que amenaza con traer una alta inflación tan pronto como la economía yanqui haya terminado de purgar su mala deuda y se relance con fuerza la demanda de crédito privado).
Pero, además, existe otro motivo todavía más obsceno por el que resulta absurdo que la Fed critique a los “cerdos salvajes” de los especuladores: y es que ella misma es el mayor especulador que existe ahora mismo en el mundo (¡toma libre mercado!). Para que nos hagamos una idea, el activo de la Reserva Federal es 3,5 veces mayor al de Goldman Sachs, ese banco de inversión que a juicio de muchos controla el mundo. Por si fuera poco, la Fed obtuvo en 2012 unos beneficios antes de impuestos de 91.000 millones de dólares (no se apure, que su simbiosis con el gobierno es total: 88.000 millones los pagó en impuestos), de los cuales 13.300 millones procedieron de especular (comprar y vender) con deuda pública y privada en los mercados. Por seguir con la comparativa, los beneficios antes de impuestos de Goldman Sachs en 2012 no llegaron a los 7.500 millones, los de Bank of America no superaron los 4.200 millones y los de Morgan Stanley se quedaron en 515 millones.
Tan expuesta se halla la Reserva Federal a la renta fija estadounidense que, tan pronto como comiencen a subir los tipos de interés en el mercado, se quedará completamente vinculada a esos activos a largo plazo. Aunque son muchos quienes confían en que la Fed proceda entonces a drenar la extraordinaria liquidez que ha inyectado en los últimos años por la vía de enajenar buena parte de esos títulos de deuda, el instituto emisor se hallará maniatao: por cada punto que suban los tipos de interés en el mercado, experimentará minusvalías latentes de entre 200.000 y 300.000 millones de dólares sobre su cartera de activos, lo que prácticamente la obliga a, como ella misma ha anunciado, mantener todos sus títulos de deuda hasta vencimiento (y el vencimiento de más de la mitad de la cartera supera los 10 años).
En definitiva, existen sobrados motivos para criticar la política monetaria de la Fed antes, durante y después de la crisis, así como a todos los círculos cercanos al poder que de un modo más directo se han beneficiado de la misma. Pero, desde luego, el vértice de toda esa pirámide de intervención y especulación financiera, la Reserva Federal, no está en absoluto legitimada para calificarles de “cerdos salvajes”. A menos, claro está, que ella misma se incluya como jefa de la piara.