Entre los liberales españoles circula un chiste que asegura que todos los seguidores de Adam Smith, Milton Friedman o Friedrich Hayek entrarían en un taxi. Y que además no se hablarían, porque cada uno pensaría que el otro no tiene la pura raza liberal acreditada.
Para explicar cómo termina esta historia, María Blanco, doctora en Ciencias Económicas y Políticas, profesora de la Universidad San Pablo-CEU y colaboradora habitual de En Casa de Herrero, publica estos días Las tribus liberales. Una deconstrucción de la mitología liberal (Deusto).
Libertarios, anarcocapitalistas, austriacos, minarquistas,… Políticos, pensadores y think-tanks. Clásicos y modernos. Todos tienen su espacio en un relato que intenta acercar al gran público las diferentes corrientes del liberalismo, con una atención especial a las tribus españolas. Esta semana, Libre Mercado hablaba con María Blanco. Su optimismo es desbordante. Incluso en tiempos como éste, se le nota que cree en la fuerza de sus ideas liberales y en que finalmente triunfarán. Para los escépctios, hay que recordar que la Escuela de Salamanca (Juan de Mariana, Domingo de Soto, Francisco de Suárez,…), probablemente el primer foco de liberalismo organizado del mundo, nació en España. No todo está perdido.
– Su libro se titula ‘Las tribus liberales’. ¿Cómo puede ser que habiendo tan poquitos liberales haya tantos enfrentamientos y tantas etiquetas?
– Una de las características del liberalismo es que no es un movimiento político. En todos los países hay partidos políticos de izquierda, derecha, centro izquierda, izquierda radical,… Pero no existe esa misma tradición en lo que hace referencia a los liberales. Nosotros somos más bien una corriente de pensamiento. Y eso hace que tengamos más libertad, que no tengamos las cadenas ni los peajes de una organización política a la hora de sacarnos los colores. Como no tenemos una fecha de elecciones o tenemos que presentarnos haciendo un frente común, no disimulamos nuestras diferencias, aunque son las mismas que existen en las organizaciones políticas o en
otros grupos. Lo mismo sucede en todos los partidos de dercha e izquierda, pero de forma oculta.
– ¿Y esto pasa sólo en España?
– Sé que hay determinados países en los que también hay estas diferencias. En España es relativamente normal. Es como aquel chiste que dice que si van cinco españoles a un bar a pedir un café cada uno pedirá uno diferente.
– Pero quizás el mensaje que le llegue al público es que discutimos sobre pequeñeces en vez de enfatizar aquello en lo que tenemos en común: que queremos menos intervencionismo público y más libertad.
– Creo que en cierto sentido tienes razón. Aunque sí somos capaces de unirnos frente a la intervención, tenemos que hacer más hincapié en lo que nos une que en lo que nos diferencia. De todas formas, hay cosas que pueden parecer pequeñeces o matices, pero para algunas personas son cuestiones de principio muy relevantes. No me parece mal plantearlo, no tanto para enfrentarnos, sino para que la gente pueda escoger su postura libremente. Me parece muy importante que se delimiten los conceptos. Además, creo que es un orgullo estar en una trinchera en la que nos preocupa poner valientemente las cuestiones intelectuales encima de la mesa, aunque discrepemos. Eso es algo que no hacen muchas otras corrientes intelectuales. Es un acto de valentía.
– De hecho, a los liberales les atacan por ello.
– Para los partidarios de la intervención es mucho más fácil lanzar mensajes muy sonoros, que enganchan a la gente pero son falsos. Y nos señalan a nosotros, que vamos en la búsqueda de la verdad. Dicen: ‘Miran esta panda que son tres y encima discuten entre ellos’. Te atacan y lo que es una virtud aparece como si fuera un fallo.
– La idea de libertad es muy poderosa, ¿cómo puede ser que no hayan logrado hacerla más atractiva? ¿Por qué a los liberales se les asocia con tantas ideas negativas: egoísmo, falta de empatía por el ser humano, desprecio de los pobres,..?
– Es una de las grandes preguntas que siempre me hago y que nos tenemos que hacer todos. Uno de los puntos de partida antes de enfrentarme a esa cuestión ha sido bajarme del pedestal y mirarme los fallos, como cuanto te pones delante de un espejo de gran aumento y te ves todos los poros de la piel y las arrugas. Es necesario y no siempre lo hacemos. Lo primero que habría que hacer es un acto de humildad. Muchas veces nos resulta muy fácil recluirnos en nuestra torre de marfil y empezar a pontificar desde allí.
– El liberalismo tiene mucha teoría y poca práctica…
– Todo el mundo sabe que me meto mucho con los políticos, especialmente con aquellos que se han vestido con el ropaje liberal y luego no han sido consecuentes. Pues bien, el otro día, un amigo de Guatemala me reñía y me apuntaba algo que es completamente cierto. Me decía que es muy injusto que los profesores seamos capaces de señalar todo el tiempo lo que está mal y lo que está bien cuando no tenemos que exponernos con nuestros actos y los políticos sí. Forma parte de la humildad de la que te hablo decir: ‘Vamos a bajarnos de esa atalaya’.
No podemos mantener ese discurso de ‘Es que la gente es idiota’, porque la gente no es idiota. Si decimos ‘Es que la gente se deja convencer’, entonces nos tendremos que preguntar, ‘¿Por qué la gente se deja convencer?’ Pues porque lo necesita y nosotros no estamos ahí para responderles.
– ¿Comunican los liberales muy mal?
– El código de comunicación es muy importante. Para el común de los mortales, para la señora que va a nuestro lado en el metro, algo hemos hecho mal. Estamos comunicando mal. No puede ser que ellos sean idiotas. Es una de las cosas que tenemos que plantearnos.
– De hecho, el liberalismo moderno parece refugiado en el utilitarismo, pero no lucha las batallas de fondo. Le vale con decir que en los países más liberales la calidad de vida es superior, pero deja el campo de las ideas al intervencionismo.
– El utilitarismo es como un boomerang. Puedes utilizarlo hasta que aparece un socialista inteligente, que utiliza el mercado con mucho arte, da un capotazo de mercado y dos de intervención. El utilitarismo debe ser un plus, pero nada más que un plus.
– De hecho, mucha gente asocia liberalismo con economía, como si no existiera nada más dentro de la filosofía liberal.
– Hay que entender que la economía es una de las mayores preocupaciones de la gente de la calle. Pero cuidado, los orígenes del liberalismo están en filósofos que se preocupaban especialmente por temas éticos y jurídicos. Es verdad que lo que nos afecta todos los días es la gestión de los bienes públicos o los impuestos. También es cierto que muchos de los pensadores liberales que más han brillado han hablado fundamentalmente de temas económicos. Pero no se comprende lo que es el liberalismo si se pierde la perspectiva ética. El ser humano tiene un componente ético muy fuerte.
Creo que si nos han ganado en parte la batalla los partidarios de la intervención es porque al no hacerle tanto caso a los aspectos éticos hemos dejado que nos roben palabras clave: social, lucha contra la pobreza, igualdad de oportunidades,… Todos ellos son objetivos tradicionales del liberalismo. Fueron los mercantilistas los que se juntaron con los ricos y los gobiernos. Por eso, la defensa de una economía liberal debería ser acompañada de una ética liberal que consista en no vivir a costa de los demás.