En la semana que se presenta el libro sobre energía de Daniel Lacalle La madre de todas las Batallas (Deusto, 2014), se cierne sobre nuestras cabezas la representación de la “madre de todas las quiebras”: la de la confianza en el regulador. Si la crisis financiera fue dura, si las quiebras empresariales son dolorosas y dejan penosos rastros de desempleo y dramas familiares, si la quiebra del presupuesto equilibrado, proclamada por Keynes como solución (por algo le llamaron el enterrador del presupuesto equilibrado), es un lastre para el crecimiento de las economías, nada de eso es comparable con los efectos perversos a corto, medio y largo plazo que tiene sobre la economía y sobre toda la sociedad la quiebra de la confianza.
¿Confianza en qué?
No se trata de confiar en que Dios te ama. Allá cada cual con su sentido de la trascendencia. Se trata de no minar la confianza en las instituciones que aseguran que nuestro sistema, supuestamente el menos malo de los sistemas conocidos, es efectivamente eso: el menos malo. Y para ello existen órganos de control como el Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas, el Consejo Superior del Poder Judicial, el Tribunal Supremo, y desde hace un tiempo, las instituciones encargadas de “regular” los mercados estratégicos: el financiero, el energético o el de telecomunicaciones, por ejemplo.
Ese verbo, “regular”, se nos ha explicado como diferente a “controlar” o “monopolizar” a quienes creemos en el orden espontaneo que emerge del juego del mercado, y en la mayor capacidad para distribuir justamente del mercado, en tanto que conjunción de neuronas de las mentes de todos los participantes en el mismo (lo que se llama el orden extenso) frente a la estrechez de miras de un grupito de planificadores, sean estos bienintencionados o malignos. Ya no estamos en un régimen dictatorial con un INI que maneja la nave nodriza de la industria, ese INI tan buenista que eliminó la competitividad de nuestro horizonte. Ese INI que solamente Pablo Iglesias podría defender. (Lo que debe estar riendo el General en su tumba con el programa de Podemos).
La regulación no era, como algunos sospechábamos, el control del mercado, la manipulación de los precios con el riesgo de sesgo político que eso implica, sino simplemente vigilancia con el objetivo de que se cumplieran las normas y evitaran los abusos. Algunos no nos tragamos esas buenas palabras. Muchos otros sí. Y ahora pasa lo que pasa.
La credibilidad de la justicia ya está cuestionada. La credibilidad de los políticos, mucho más que eso. El Tribunal Constitucional, tocado. Faltaba lesionar la confianza en los “reguladores”. Y el caso Bankia ha logrado que el papel del Banco de España se vea herido profundamente. Porque las declaraciones de Luis María Linde, Luis de Guindos, los técnicos, el juez… están generando tal cantidad de ruido ambiental en los medios de comunicación que el pagador de impuestos, el incauto financiador de todos ellos, se siente exactamente igual que en medio de una bronca entre Belén Esteban, Kiko Matamoros y Raquel Bollo. Y, lo que es peor. No solamente no se entera de qué ha pasado realmente, sino que la conclusión general que saca es la misma que en el programa presentado por Jorge Javier: “Esto es un montaje donde todos cobran y yo pago la barra libre”.
Y ya es lo que nos faltaba.
La alternativa a la regulación
La diferencia entre el espectador de Telecinco y el paganini de turno es que mientras que el primero no tiene más que apretar un botón para que ese espectáculo dantesco desaparezca de su vista, el pagador de impuestos no.
¿Y qué hacemos ahora que ha fallado el “soft-control”? Pues hay dos alternativas. Eliminar la regulación o restaurar la confianza en la regulación. La segunda opción es bien difícil. Recuperar la credibilidad es un proceso lento que requiere de muchas cosas de las que carecemos, como por ejemplo, sociedad civil, conciencia, valores cívicos… nuestra sociedad está preparada para mentir, para asumir que nos mienten y para espiar tras las esquinas. ¿Lo está para entonar un mea culpa, reclamar la rendición de cuentas de cada uno de nosotros y de los políticos, exigir que los políticos no mientan? Porque me da la sensación de que a los españoles nos encanta que nos halaguen los oídos y vivir en la mentira.
Así que, tal vez se trata de eliminar la regulación. ¿Y entonces? Entonces se abre una nueva encrucijada: el mercado o el hipercontrol. El mercado (mi opción) es lo peor de lo peor, nido de víboras, azote de subvencionados, compuesto por gente sin corazón que se nutre de la libación de sangre de niños inocentes por las noches. Y luego está el hipercontrol. ¡Bienvenido Pablo, generalísimo del pueblo!