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La ‘paradoja de la igualdad de sexos’: ser más libres nos hace más diferentes

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La libertad no nos lleva a elegir la vida que los ingenieros sociales quieren para nosotros mismos.

El envés de la inmediatez de internet es la fugacidad de sus mensajes. Están colgados de urls y archivados en servidores, como prendas de vestir en viejos almacenes de ropa, pero sin la amenaza del reciclaje, condenados casi de inmediato a un olvido del que sólo les saca la interacción entre la curiosidad del internauta y el algoritmo de Google. No es el destino de todos los mensajes. Uno de ellos, escrito hace dos años, ha vuelto a la corriente de contenidos que consumo.

Se trata de un artículo escrito por Nikita Coulombe en Medium. Se define como artista y escritora, y dice que está interesada “en el porqué de las historias que nos contamos”. Y ¿no es ese el gran tema de nuestro tiempo? Tenemos que mirarnos con una actitud entre el asombro y la ternura por la capacidad, casi la necesidad que tenemos de fabular(nos); de situarnos en el mundo, con nuestras historias acerca de nosotros y de todo lo que nos rodea. Una vez adoptamos esta mirada honesta y humilde, quizás cínica, sobre lo que hacemos, es difícil la vuelta atrás.

El caso es que uno de esos cuentos que tanto nos gusta contarnos es el de la igualdad, y a él le dedicó Nikita un artículo en 2016. Se titulaba “¿De verdad quieren las mujeres ser iguales?” (Do women really want equality?). Comienza recogiendo los resultados de una encuesta que muestra que las mujeres no quieren verse en ciertas situaciones en las que se ven los hombres habitualmente, como invitar a la pareja en una primera cita. Tampoco quieren, dice la autora, ver cómo el Estado les llama a las armas en caso de una guerra, o saltar al encuentro de una amenaza, o tener que demostrar ante un tribunal que desean cuidar de sus hijos tras un divorcio… u otras situaciones en las que se ven envueltos los hombres, quizás porque, como sugiere la autora “los hombres quieren a las mujeres (y) hacen esas cosas por nosotras para que les queramos”.

Es un ejercicio divertido el que plantea Nikita Coulombe. Material para rumiarlo con los ejemplos típicos que nos da la vida. Pero continúa hurgando en la posibilidad de que (siempre en términos generales), las mujeres no quieran ser como los hombres o, al menos, no quieran vivir como ellos. ¿Es eso posible? ¿Es concebible que, por lo general, las mujeres tengan prioridades propias, que no sean las mismas que tienen los hombres? Quizás sí, claro. Quizás nuestras inclinaciones, las de unos y otras, sean distintas. Este es un camino que nos lleva a seguir la concatenación de causas y efectos en el viejo dilema entre la naturaleza (el instinto) y la cultura. ¿Quién nos marca este juego desigual de preferencias?

Pero no vayamos todavía tan lejos. Coulombe se queda en la constatación de que hombres y mujeres no nos enfrentamos al mundo con un reparto idéntico de prioridades. Cita a Susan Pinker. Cita a Warren Farrell. Cita a Lori Gottlieb. Y recoge datos sobre las preferencias de hombres y mujeres en decisiones sobre, por ejemplo, a qué carrera prefieren ir.

Si es cierta esta diferencia en la predilección, en la pasión se diría antes, entre hombres y mujeres, eso es algo que deberá constatar la ciencia. Pero lo que tenemos de ella parece confirmarlo. Y si lo es (cierta), entonces podemos aceptar que haya diferencias en la realidad cotidiana de hombres y mujeres. Podemos aceptarlo, porque esas diferencias no serán el fruto de una imposición cultural hiperdeterminista (el patriarcado, tan poderoso que configura toda la sociedad sin que nadie, excepto un puñado de activistas, se dé ni cuenta). No. Será el resultado de la libre elección de cada cual.

No sólo es que hombres y mujeres vivamos de un modo más o menos distinto y complementario sin que nos oprima una horma cultural. No es sólo que sea así porque seamos libres. Lo llamativo del caso es que, cuanto más libres seamos, cuanto más fácil tengamos elegir nuestro destino, más desigual es la realidad cotidiana de hombres y mujeres.

Esto se conoce desde hace ya muchos años. Tiene nombre, y todo: la paradoja de la igualdad de sexos. La palabra paradoja lo único que revela es la falsa premisa con la que se miraba a este asunto: Las diferencias entre hombres están marcadas por una sociedad machista que nos constriñe; especialmente a las mujeres, a las que limita su desarrollo profesional y las conmina a una reclusión en roles tradicionales que nada tiene que ver con lo que desean. Y lo que ocurre es exactamente lo contrario. En aquellos países en los que más facilidades se le ha dado a la mujer para que tomen las riendas de su vida, más desigual es la realidad.

Este asunto tiene muchas aristas, pero vamos a centrarnos en uno sólo de los aspectos, que es el recogido en un reciente artículo, publicado en Psycological Science el pasado 14 de febrero. Se titula The Gender-Equality Paradox in Science, Technology, Engineering, and Mathematics Education. Esas materias científicas, por sus siglas en inglés, se llaman con el acrónimo STEM.

Su principal conclusión es que “los países con altos niveles de igualdad de género tienen algunas de las brechas STEM más grandes en la educación secundaria y terciaria; llamamos a esto la paradoja educativa de igualdad de género. Por ejemplo, Finlandia sobresale en la igualdad de género (Foro Económico Mundial, 2015), sus adolescentes superan a los niños en alfabetización científica y ocupa el segundo lugar en desempeño educativo europeo (OCDE, 2016a). Con estos altos niveles de rendimiento educativo y la igualdad general de género, Finlandia está a punto de cerrar la brecha de género STEM. Sin embargo, paradójicamente, Finlandia tiene una de las brechas de género más grandes del mundo en títulos universitarios en campos de STEM, y Noruega y Suecia, también líderes en la clasificación de igualdad de género, no se quedan atrás (menos del 25% de los graduados de STEM son mujeres). Mostraremos que este patrón se extiende por todo el mundo, por lo que la brecha de graduación en STEM aumenta con el aumento de los niveles de igualdad de género”.

Esta paradoja está muy asociada a los países nórdicos, en donde todos los esfuerzos para que la mujer elija el camino que desee ha tenido éxito, y les ha permitido elegir carreras que no son las que los diseñadores de esas políticas esperaban. Por ejemplo, como acabamos de ver, en cuanto pueden tomar la primera decisión sobre su futuro, la de los estudios superiores, se alejan de los estudios vinculados a la ciencia y la ingeniería. Tampoco luchan por los puestos directivos, a pesar de los enormes esfuerzos de los gobiernos nórdicos porque así sea. Aunque, como en todas las cuestiones sociales, hay factores concomitantes. El Estado de Bienestar ha conspirado contra este objetivo de que las mujeres apuesten por carreras profesionales de mucho éxito, entre otros motivos, por los elevadísimos impuestos a la generación de sueldos altos.

Al final, la libertad no nos lleva a elegir la vida que los ingenieros sociales quieren para nosotros mismos.

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