Sin embargo, la realidad, al igual que la basura, siempre acaba saliendo a la luz por mucho que se pretenda ocultar bajo la alfombra. Y si no, que se lo pregunten a los casi 2,4 millones de trabajadores que engordan las listas públicas de desempleo y que apenas cuentan con opciones para reincorporarse al mercado laboral a medio plazo. El deterioro económico se acelera por momentos y, pese al riesgo de que me tilden de antipatriota y agorero, es imparable.
La cuenta atrás está en marcha. En poco más de seis meses, España vivirá su primera recesión económica en 15 años. Es decir, lo peor está por llegar. El aumento del paro, la elevada inflación, el encarecimiento de las hipotecas, el incremento de las quiebras empresariales o la restricción del crédito tan sólo han sido meros coletazos que, a modo de advertencia, avecinan la recesión que se cierne sobre España al final del túnel.
Una crisis que, dadas sus dimensiones y características, amenaza con superar incluso la de 1993. El propio ministro de Economía, Pedro Solbes, ha aventurado dicho pronóstico. En concreto, avanza que el crecimiento del PIB español en el segundo trimestre será inferior al 0,3% y que lo "peor" llegará a finales de 2008 y principios de 2009. Así, Solbes, con su habitual sutileza, ha terminado por reconocer que la recesión (dos trimestres consecutivos con crecimiento negativo) está al caer.
No obstante, el ritmo de afiliación a la Seguridad Social, uno de los principales indicadores para medir la salud de la economía, cayó un 0,9% interanual el pasado mes de junio, la primera vez desde 1993. Sin embargo, lo peor del actual proceso consiste en que la producción española ha demostrado su incapacidad para afrontar el desplome inmobiliario. La cultura del ladrillo, basada en el endeudamiento masivo gracias a la expansión del crédito facilitada por los bancos centrales, ha llegado a su fin, y con ella la época de una bonanza económica, en gran medida artificial.
La industria y el sector servicios muestran ya las primeras señales de recesión. Con una escasa productividad y un nivel de innovación tecnológica que casi se sitúa a la cola de la UE, España se ha quedado, de un día para otro, sin motores económicos alternativos capaces de mantener el PIB a flote. No se trata de una mera crisis coyuntural y transitoria, tal y como reitera el Gobierno. La crisis española es estructural y, por ello, precisa, de reformas de calado, no de meras pinceladas superficiales a fin de mejorar su imagen.
A partir de ahora, la clave del debate económico girará en torno a las soluciones y recetas a aplicar, puesto que el diagnóstico es evidente desde hace meses. No obstante, el problema es que de momento el Ejecutivo yerra en ambos puntos: en primer lugar falla en el diagnóstico, ya que no reconoce la crisis y culpa a factores exógenos de las deficiencias que presenta la economía española; y lo que es peor, se equivoca en la solución al insistir en políticas de gasto público y medidas para animar la demanda, cuando lo que realmente precisa el país es una reforma en profundidad encaminada a reducir y eliminar impuestos, fomentar el ahorro, suprimir trabas administrativas a los empresarios y flexibilizar al máximo el mercado laboral.
Conclusión. De seguir por esta senda, España se enfrentará a una larga y dolorosa travesía por el desierto, ya sea a modo de recesión o estancamiento económico. En este sentido, cabe recordar que España es incapaz de generar empleo con crecimientos del PIB inferiores al 2,5 o, como mucho, al 2% interanual.