Para un profesor de políticas de la Complu ocupar la Moncloa, sanctasanctórum del poder es el único paraíso posible.
Que los socialistas lleven semanas tirándose los trastos a la cabeza ha sido un regalo para los jerarcas podemitas, que tenían ya la cuchillería lista para desollarse a modo tan pronto como Rajoy resolviese lo suyo de la investidura. Lo del PSOE se resolverá de una manera u otra, pero se terminará resolviendo porque participan del festín y, digo yo, querrán seguir participando. El dirigente medio de aquel partido es un tío tipo Iceta, un profesional del ramo que lleva libando del presupuesto desde que se le cayeron los dientes de leche. Es esto o el hambre. Convocarán congreso, o primarias, o lo que sea, pero antes de que acabe el invierno tendremos nuevo caudillo en Ferraz, que, por la cuenta que le trae, hará bien en atar corto a los sátrapas regionales que andan hoy crecidos haciendo de su capa un sayo.
Podemos también pasta de los presupuestos. En menor medida, cierto, pero en medida suficiente como para que esto se lo tomen en serio. La política, antes que cualquier otra cosa, es una cuestión de supervivencia personal para quienes se dedican a ella. Luego, después de eso -de hecho a bastante distancia de eso-, vienen las ideas, los principios inquebrantables, las buenas intenciones y todas las fruslerías con las que se pavonean en las campañas electorales y que la gente compra con su voto. Algunos ni siquiera necesitan tirar de lo segundo. Son, como diría Rajoy, “funcionarios” del partido, una miríada de personajes perfectamente intercambiables cuyo perfil encaja en todos los partidos.
Lo que hoy por hoy diferencia a Podemos del resto de formaciones es que no es propiamente una formación, es decir, que está aún pendiente de formarse. Nació como nació, hace ya casi tres años, como instrumento de la izquierda aperroflautada que no encontraba hueco en Izquierda Unida. Fue llegar y besar el santo. Consiguió cinco imprevistos escaños en Estrasburgo, lo que le abrió las puertas de la gloria y, especialmente, del plató de Ferreras, que es quien da y quien quita en esta España adicta a los golpes de efecto televisivos.
Ese momento hubiera sido el adecuado para convertir los bríos de unos profesores quincemayistas en algo parecido a un partido, pero no hubo posibilidad ya que, al menos desde el otoño de 2014, el objetivo único de Pablo Iglesias y los suyos era hacerse con el poder, tomar los cielos por asalto. La metáfora, probablemente de factura monederiana, se ajusta como un guante a la realidad. Para un profesor de políticas de la Complu ocupar la Moncloa, sanctasanctórum del poder, es lo más parecido al paraíso, es, de hecho, el único paraíso posible.
Pero no han ocupado los cielos y no lo harán mientras la izquierda siga dividida, mientras siga existiendo el PSOE. Necesitan algo más que reenfocar la estrategia. Necesitan reinventarse y hacerlo en clave de algo. Es decir, no basta con afirmar que ellos son el recambio de un PSOE agotado, tienen que poner algo nuevo que el votante de izquierda tome como algo bueno y obre en consecuencia. En la campaña electoral de junio estaban ante idéntica disyuntiva y decidieron presentarse como un partido socialdemócrata y patriota que no cuestionaba nada de los fundamental, ni siquiera la Corona. Y sucedió que las cosas no salieron como ellos pensaban. No hubo sorpasso, y sin sorpasso el asalto a los cielos quedaba aplazado indefinidamente.
Solo tenían dos opciones. O seguir enfundados en la piel de cordero perseverando en la pantomima de la socialdemocracia, o mostrarse tal cual son y tal cual sienten. La lectura que Iglesias ha hecho es, a mi juicio, la correcta. Puestos a elegir entre dos productos iguales el consumidor se quedará con el original, no con el sucedáneo. El Podemos del corazoncito era un sucedáneo modernito y bicicletero del PSOE zapateril. No consiguieron lo que pretendían y arreciaron las críticas del macizo de la raza podemita, los Willys Toledos, los Pablos Háseles y demás camisas viejas de la primera hora. De ahí esta vuelta a los orígenes que se está transcribiendo en forma de pollos que día sí y al otro también andan montando aquí y allá. Es una incógnita si eso se traducirá en votos o, por el contrario, les devolverá a la marginalidad de la que provienen. Pero quien no se arriesga no gana y estos, que a fin de cuentas aspiran al premio gordo, tienen que jugársela a fondo.