Esas ayudas desordenan la producción que no sigue ya las señales ágiles y precisas del mercado, sino las directrices políticas, desinformadas, antieconómicas y movidas por el interés de los lobbies. Los países pobres han presionado mucho en este punto. Y el que hayan alcanzado este éxito da una idea de que su papel en el concierto económico mundial ha dejado de ser totalmente irrelevante.
Pero no se han conseguido avances en la rebaja de los aranceles, por lo que el éxito de la conferencia de Hong Kong no es más que relativo. La Unión Europea ha hecho valer su fuerza para mantener unas barreras al comercio que perjudican al conjunto de sus consumidores y al desarrollo de los países más pobres, y que llaman insistentemente a nuestras puertas para vendernos sus productos, servirnos a buen precio y con ello poder progresar para salir de la pobreza. Europa, la hipócrita, la vieja, la que se alía con la Francia más reaccionaria y proteccionista, ha logrado que los aranceles no se toquen. Sin salir de la agricultura (la principal exportación de los países más pobres), el arancel medio europeo es del 20%, mientras que el estadounidense es del 9%, según el Banco Mundial. La rebaja de las tarifas no lo es todo, porque el libre comercio se puede cercenar con la imposición de regulaciones y leyes fiscales comunes. Pero no deja de ser importante.
No obstante, en este aspecto no son los países más ricos quienes tienen más que hacer, sino los más pobres, que son también los más proteccionistas. India, pese a los grandes avances de las últimas décadas, tiene un arancel sobre los productos agrícolas del 101%. Muchos tienen aranceles que superan el 50%. En el mercado textil la situación es más o menos la misma. Los regímenes de los países pobres son los peores enemigos de los pueblos que tienen sometidos.
Un reciente estudio del Banco Mundial hizo el esfuerzo de calcular cuáles serían los beneficios de una total liberalización del comercio mundial en Hong Kong (lo que sabemos que no se ha producido), estimándolo en 248.000 millones de dólares por año. La mayor parte de este beneficio, 142.000 millones de dólares, sería para los países más pobres (para quienes, además, representa una ganancia relativa a su escasa riqueza mucho mayor). Pero de esos 0’14 billones de dólares que dejan de ganar por los aranceles actuales, 31.000 millones son a consecuencia de las aduanas de los países ricos, y los 111.000 millones anuales restantes, de las que imponen sus propios regímenes.