Es un absurdo que los Estados Unidos exijan a los países europeos que asuman su nivel de gasto militar.
La sorpresa por la victoria de Donald Trump vino acompañada para muchos de estupor, especialmente en Europa. No sin motivo. Trump dijo antes y después de su victoria que se había cansado de que su país pagase las facturas de la seguridad de Europa. Y ello dentro de un discurso que tenía como guía el reclamo, tan inadecuado, de America first. Inadecuado porque ese era el nombre de un movimiento pacifista en los Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt, y su lema sólo quería envolver la idea de que su norte iban a ser los intereses estrictos de los Estados Unidos. Trump iba a enmendar el concepto de seguridad colectiva que introdujo en el mundo un antecesor suyo, Woodrow Wilson, hace casi un siglo. De hecho había declarado que la institución que encarnaba ese principio, la OTAN, estaba “obsoleta”. Trump, estaba claro, iba a hacer saltar el orden político mundial por los aires, de la mano de un aislacionismo económico, paralelo al político.
Sólo que desde el comienzo, Donald Trump ha hecho ver que no es así como piensa, o al menos como actúa. Fue llegar a la Casa Blanca y decir que la OTAN ya no estaba obsoleta. Ha enviado a varios dirigentes estadounidenses, entre ellos el vicepresidente Mike Pence, a Europa, para calmar los ánimos de Merkel y sus colegas. Estas horas contienen la celebración de la cumbre de la OTAN en Bruselas, y a Trump se le ha recibido con un temor tamizado, pero con temor. Politico cita a un alto funcionario de la OTAN, que ha trabajado en numerosas cumbres, diciendo que estos actos están poco menos que coreografiados, para reforzar lo colectivo de la seguridad, y que por tanto se planifican con mucha antelación. Y que, sin embargo, el contenido del discurso de Donald Trump era aún un misterio.
Ya no es misterioso. Nos ha pedido que pongamos más medios económicos. Es un absurdo que los Estados Unidos exijan a los países europeos que asuman su nivel de gasto militar. Los presupuestos estadounidenses son los de una súper potencia que asume el rol de policía mundial, y esa ni es la intención de los principales Estados europeos, ni podrían asumir ese papel por mucho que quisieran. Los EEUU se gastan el 3,61 por ciento del PIB, y los miembros europeos el 1,46, cuando su compromiso es alcanzar, y mantener, el 2 por ciento. Europa ha apaciguado a su opinión pública, que no quiere ni oír nada relacionado remotamente con la seguridad, y menos con la guerra, reduciendo los presupuestos de Defensa durante la crisis. La mano rusa asestó un bofetón de realidad en Ucrania, en 2014, lo que aconsejó a los miembros europeos de la OTAN que paralizasen los recortes en Defensa, y les hizo asumir que por el contrario tendrían que volver a aumentarlos. Trump ha vuelto a exigir ese compromiso, y ya lo tiene por parte del viejo continente. Otra cosa es cómo negocien los dirigentes europeos con sus respectivas opiniones públicas.
Otro mensaje trumpita: La OTAN debe encaminar sus esfuerzos en la lucha contra el terrorismo islamista. Más importante que la cantidad de dinero que se destina a mantener y reforzar los medios militares es el uso que se hace de los mismos. Y en la OTAN, en particular, es fundamental la idea de ayuda mutua, de acción en conjunto para salvaguardar la seguridad de todos. Y lo cierto es que los Estados Unidos no tienen motivo de queja.
Miremos lo que ha ocurrido desde los atentados del 11 de septiembre. Los aliados no entraron en Afganistán por el “dejadme solo” de George Bush en este país, pero cuando se implicó en una nueva guerra contra Irak, sus aliados le acompañaron en ambos frentes. Lo mismo cabe decir de la lucha contra el ISIS: hay tropas de varios países europeos luchando contra la nueva gran amenaza islamista tanto en Irak como en Siria. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, lo ha recordado puntualmente. Y ha añadido que lo que está en manos de la organización es el entrenamiento de las fuerzas locales, para que los países estabilicen sus territorios con sus propios medios, “pero la OTAN no va a entrar en operaciones de combate contra el terrorismo”. Tiene poderosas razones para evitarlas. Basta con una: Hacerlo le obligaría a intervenir militarmente Oriente Medio, lo que políticamente es inviable.
De modo que el resultado de la cumbre no ha sido muy impresionante. La verdad es que lo que cabía esperar era esto, y poco más. Pues, ¿qué política exterior ha conducido Donald Trump, el aislacionista, el realista, desde su llegada al poder? En Siria ha realizado un bombardeo porque no estaba de acuerdo con el uso de armas químicas por parte del régimen de Bachar Al Assad… sin ninguna relación con la defensa de los intereses de los estadounidenses. Un bombazo indignado, militarmente irrelevante; una acción que ni siquiera Obama realizó. En Corea del Norte ha mostrado los dientes en cuanto el régimen comunista monárquico se ha acercado al posible manejo de un arma nuclear. Arma que, hoy por hoy, no podría ser utilizada contra los Estados Unidos, pero sí contra Japón o Corea del Sur. ¿America first? ¿Dónde está el deshielo con Rusia, si mantiene su posición sobre Ucrania y las consiguientes sanciones? ¿Cuál es el cambio sustantivo hacia China?
Lo cierto es que la posición de los Estados Unidos en el mundo, la trama de compromisos, la relación de fuerzas, los focos de conflictos y los principales apoyos siguen estando en 2017 donde estaban en 2016. Y cambiar de política exterior es mucho más complicado que exponer un conjunto de principios. No es imposible, pero sí lento. La revolución de Donald Trump en la OTAN, sencillamente, no existe.