Ya no les unen tan sólo unas ansias intervencionistas brutales en lo económico, ahora también se parecen en la caradura demostrada en todo lo que tiene que ver con los derechos de autor. De hecho, si cabe, lo del francés resulta todavía peor que lo del vallisoletano con aires de leonés, y por varias razones.
Es cierto que ZP y los suyos han hecho todo lo inimaginable por contentar y forrar con el dinero ajeno a los Bardem, Bautista, Ramoncín y demás; incluso han intentado otorgarles capacidad de censura en internet sin supervisión judicial. Pero no han llegado, al menos por el momento y a pesar de la insistencia de la SGAE y similares, a aprobar una norma como la terrible Ley de los tres avisos impulsada por "Sarko" y sancionada por la Asamblea Nacional francesa sin oposición alguna.
En España las entidades de gestión se quedan, de una forma tan legal como ilegítima, con parte de nuestro dinero cada vez que compramos un CD o una impresora, entre otras muchas cosas; todo en nombre de algo cuya existencia es más que discutible como son los derechos de autor. Pero en Francia es peor: con el mismo argumento, cualquiera puede verse privado de su conexión a internet por el hecho de descargarse canciones o películas a través de redes P2P. Claro que con este presidente o con cualquier otro, eso no debería extrañar a nadie si se tiene en cuenta que en el país situado al norte de los Pirineos se aprobó hace cinco años una norma que, imitando el "Fumar es malo para la salud" de las cajetillas de tabaco, obligaba a incluir la frase "El pirateo perjudica la creación artística" en todos los anuncios de los proveedores de internet.
Pero Sarkozy no queda peor que Zapatero sólo en eso. Cuando salió a la luz la posible violación de derechos de autor por parte del Ministerio de Sanidad con el asunto del Sólo con koko, desde el Gobierno se limitaron a hacerse los despistados. Sin embargo, el presidente francés ha optado por la ofensa pura y dura. Eso de ofrecer un mísero euro por usar sin autorización y de forma masiva una canción recuerda demasiado a cuando se da un céntimo de propina a un mal camarero para mostrarle el desagrado por el trato y sabiendo que le sentará muy mal.
Si en España conocemos sobradamente ese "síndrome de La Moncloa" por el cual los jefes de Gobierno tienden a aislarse de la sociedad y endiosarse, es evidente (sólo hay que ver cómo se comportan siempre los presidentes galos) que existe un "síndrome del Elíseo" de efectos todavía más devastadores. El marido de Carla Bruni debería pasar por un tratamiento de humildad para superarlo, o al menos tratar de ser coherente y someterse a las mismas normas restrictivas que impone al resto de sus compatriotas.