Me atengo a mi regla de oro: el dinero de la gente está mejor gestionado por cada cual.
Esta semana los ojos de los economistas europeos miran a Italia. Seguramente, muchos analistas y gestores públicos españoles contemplan con envidia lo que está pasando en nuestro país vecino: se baraja la posibilidad de emitir un nuevo instrumento monetario, el mini-bot, que conviviría con el euro. Los amantes del endeudamiento público españoles, que son una legión, ya imaginan las posibilidades de tal propuesta. Pero la cuestión es mucho más complicada de lo que parece.
En primer lugar, hay que aclarar que el término BOT responde a las siglas del Bono Ordinario del Tesoro. En segundo lugar, la idea de crear un “mini-bot”, es decir, un título de deuda que sirva de medio de pago, pero solamente de algunos tipos de transacciones, no es una novedad. Estaba en el programa electoral de Forza y, hace justamente un año, aparecía en el horizonte como uno de los riesgos más peligrosos del gobierno de Salvini. Como decía entonces Jesús Sánchez-Quiñones: “… el gobierno lo utilizaría para pagar beneficios y ayudas sociales y quién sabe si a proveedores. Serviría para pagar impuestos, una de las características básicas del dinero oficial. Las empresas privadas no estarían obligadas a aceptarlos como medio de pago, pero podrían hacerlo”. ¿A qué suena esa iniciativa? A gasto público disparado. No parece lo más sano tal y como está la economía italiana.
El director del Observatorio de Economía Digital del Istituto Bruno Leoni, Carlo Stagnaro, señalaba en una entrevista radiofónica lo que, para mí, es la cuestión de fondo. Stagnaro se plantea si se trata de un título de crédito o de una moneda. Si solamente es un título canjeable, tanto da endeudarse en mini-bots que en euros, especialmente si se paga a proveedores en moneda europea. Pero ¿y si de lo que se trata es de una emisión (o cuasi-emisión) monetaria? “Entonces tenemos un problema”, afirma Carlo Stagnaro. Primero, porque es incompatible con el Tratado de la Unión Europea y porque generaría incertidumbre en los mercados respecto a la solvencia de Italia. Pero, añado, hay un segundo problema de difícil solución. Y es lo que los economistas conocemos como la “Ley de Gresham” según la cual, cuando conviven dos monedas, la peor siempre desplazará a la mejor.
En el artículo mencionado, Sánchez-Quiñones mencionaba los “patacones” argentinos. Se trataba exactamente de lo mismo que los mini-bot: Letras de Tesorería para Cancelación de Obligaciones que se emitieron entre los años 2001 y 2002 en la provincia de Buenos Aires debido a la escasez de liquidez, en medio de la crisis monetaria que sufría Argentina en esos momentos. Lo cierto es que, a pesar de que, en principio, se aceptaban por su valor nominal, a la larga, los patacones se intercambiaban en el mercado a un valor menor, que iba acercándose al nominal a medida que se aproximaba la fecha de su vencimiento, es decir, cuando ya podían ser canjeados por pesos. Se emitieron lo que hoy serían casi 157 millones de euros y se terminaron de rescatar en el año 2006. Frente a la inicial resistencia ciudadana, la realidad se impuso: ver un dólar, por entonces intercambiables 1 a1 con el peso, era como ver un unicornio. Los patacones permitieron que el colapso no fuera a más. Pero costaron muy caro al gobierno.
¿Está la economía italiana en una situación similar? No parece que sea así. Hay ansiedad por aumentar el gasto y, también, una promesa electoral. Como señala en redes sociales Fabio Ghironi, profesor de economía de la Universidad de Washington, tanto Alberto Bagnai, senador y presidente del Comité de Finanzas del Senado, como Claudio Borghi, diputado y presidente del Comité de Presupuesto de la Cámara de Diputados, apostaron fuertemente por la salida del euro. Tanto, que según afirma Ghironi, se hicieron muy populares y salieron elegidos, precisamente, por la virulencia de su rechazo al euro y su apoyo al Italexit. Curiosamente, en estos momentos en los que se acerca el momento de implementar la medida, ambos políticos de la Lega no parece que vayan a dar un paso al frente. “Churchill tampoco dijo que el Día-D sería el 6 de junio”. Y con eso, suficiente.
A pesar de ello, muchos observadores y analistas, pendientes de cómo se las van a ingeniar Bagnai y Borghi para poner en marcha semejante astracanada, dudan de la capacidad real de ambos como gestores políticos y su prestigio como economistas se está derrumbando. Y tienen mucha fama, realmente. Especialmente entre quienes consideran que las últimas burbujas y crisis se han producido por culpa de la política económica alemana, basada en una clase trabajadora disciplinada, que produce de manera muy eficiente y vende mucho fuera, a costa del déficit de los demás países. De esta manera, el endeudamiento privado de los países del sur desemboca irremediablemente en una crisis de deuda soberana. Todo precioso. Un panorama que exculpa a los gobiernos de los países mediterráneos de exceso de gasto, de venta de prebendas electorales y les permite seguir gastando sin pudor.
Ni todos ángeles, ni todos demonios. Solamente me atengo a mi regla de oro: el dinero de la gente está mejor gestionado por cada cual. Buscar atajos y trucos para seguir endeudándose me produce una desconfianza incurable de los planificadores y creadores del invento. Pero si no sale adelante la promesa de Bagnai y Borghi, la Lega va a defraudar a sus fans originales, otra vez. Nada nuevo bajo el sol.