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La triple hipocresía de Podemos en el caso Espinar

Publicado en El Confidencial

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Comprar una vivienda por 146.000 euros para revenderla a los pocos meses por 176.000 euros es especular.

Los hipócritas mantienen una cara pública y una cara privada: la pública la utilizan para agradar a los demás y la privada para vivir al margen de aquellos principios morales que proclaman haberse autoimpuesto. Evolutivamente, la estrategia tiene sentido: el hipócrita se apropia simultáneamente de los beneficios derivados de acatar las normas sociales (admiración, respeto o afecto del prójimo) y, a su vez, de violentarlas (aprovecharse de los demás sin que nadie sea consciente de ello).

La política ha sido, desde tiempo remotos, el campo idóneo para desplegar la hipocresía más descarnada: el político vive de gustar a los ciudadanos y, por tanto, debe decir todo aquello que pueda granjearle el apoyo del público. Al buen político no puede importarle si realmente cree, o pone en práctica, aquello que proclama ante los demás: su vida privada debe disociarse por entero de su imagen pública para así devenir un mero producto de marketing que capte el mayor número de apoyos posibles.

El reciente caso Espinar —la especulación con una vivienda de protección pública para obtener unas plusvalías superiores al 30% del capital invertido en apenas unos meses— pone de manifiesto que la hipocresía no sólo se halla muy extendida en la vieja política de PP y PSOE, sino también en la nueva política de Podemos. Al menos en tres niveles: en la propia persona de Ramón Espinar, en sus rivales políticos y en el propio partido en su conjunto.

1º La hipocresía personal

Comprar una vivienda por 146.000 euros para revenderla a los pocos meses por 176.000 euros es especular. Si, además, la vivienda se adquiere únicamente desembolsando 60.000 euros, es especular de manera apalancada. Y si tal vivienda fue construida merced a subvenciones parciales de las administraciones públicas debido a su consideración de bien preferente, entonces estamos ante una especulación apalancada sobre bienes de primera necesidad.

Personalmente no tengo nada en contra de la especulación ni de los especuladores: comprar barato y vender caro (o vender caro y recomprar más barato) contribuye a corregir las sobrevaloraciones o infravaloraciones de precios y a distribuir los bienes hacia sus usos más valiosos. Especular con activos participados por el sector público sí me parece bastante más problemático por cuanto se juega con pólvora del rey y por cuanto, además, subsiste el riesgo de corrupción encubierta entre especuladores y administraciones (por ejemplo, los fondos buitre que compraron las VPO madrileñas, ¿pagaron tanto como hubieran estado dispuestos a pagar o los políticos del PP se las regalaron a cambio de otros favores que no conocemos?). Pero la solución a los anteriores problemas no pasa por prohibir la especulación en esos activos semipúblicos, sino simplemente por que el Estado deje de invertir en ellos.

Sin embargo, Ramón Espinar sí se ha pronunciado en numerosas ocasiones en contra de la especulación y, muy en particular, en contra de la especulación inmobiliaria: la vivienda, él mismo nos decía, debe ser vista como un derecho, no como una inversión-pelotazo. Por eso su discurso público casa mal con su comportamiento privado: él no tuvo ningún reparo moral en recurrir a la inversión-pelotazo en cuanto tuvo ocasión. Las excusas ofrecidas por el senador por Madrid no son, además, nada verosímiles: nadie —ni la ley, ni sus circunstancias personales— le obligó a comprar la vivienda y a revenderla a los pocos meses por un precio un 33% superior al que pagó. Por un lado, Espinar podría haber renunciado a adquirir la vivienda si estimaba que no se hallaba en una situación financiera suficientemente holgada como para atender con regularidad el pago de la hipoteca: la cooperativa promotora reconocía a sus partícipes el derecho a darse de baja del proyecto recuperando todas las sumas aportadas hasta el momento. Por otro, la ley no imponía el precio al que Espinar debía vender el inmueble, sino el precio máximo al que tenía permitido hacerlo: es decir, el senador de Podemos bien podría haberla transferido por un precio inferior al máximo en lugar de encarecerla en 30.000 euros.

En definitiva, Espinar adquirió una vivienda sin necesidad de hacerlo, no llegó a ocuparla y la revendió en unos meses un 33% más cara. Pura especulación de esa que él mismo denunciaba. Todo correcto salvo para la moralina anticapitalista con la que durante años nos ha estado castigando hipócritamente el propio Espinar.

2º La hipocresía de sus rivales

Lo más notable del caso Espinar no es el qué, sino el cuándo: estamos ante unos hechos acaecidos hace seis años que han saltado a la prensa unos días antes del proceso de primarias de Podemos Madrid en el que el senador concurre como candidato del sector oficialista. Desde la formación morada se han apresurado en culpar al Grupo Prisa de querer interferir en estos comicios internos desacreditando la candidatura de Espinar: a la postre, fue la Cadena Ser quien desveló inicialmente la hipócrita operación especulativa.

Evidentemente, los miembros de Podemos que recalcan los oscuros intereses de Cebrián por tumbar al moralmente intachable Espinar están a la vez afirmando implícitamente que Rita Maestre (y los errejonistas en general) es la candidata preferida de Prisa —y, por extensión conspirativa, del todopoderoso Ibex—. La interferencia de Cebrián en las primarias de Podemos sería, en todo caso, una interferencia a favor del errejonismo. Pero justamente porque la interferencia tiene claros beneficiarios, uno debería indagar más allá del mensajero: en concreto, debería plantearse quién le filtró esta información a Prisa en un momento tan delicado y crucial como el actual.

Huelga aclarar que la identidad de la fuente no ha sido revelada y sólo podemos especular al respecto. Pero lo habitual en estos casos es que la filtración proceda de los rivales políticos del personaje vilipendiado: son ellos los que conocen detalles específicos sobre su vida (son sus “compañeros”) y, sobre todo, quienes están más interesados en que la noticia salte ahora mismo a los medios. Ya lo decía Giulio Andreotti: “Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y… compañeros de partido”. También en Podemos.

Ninguno de esos compañeros de partido, empero, ha mostrado ningún tipo de alegría por esta filtración que clarísimamente les beneficia y que, con alta probabilidad, habrá surgido de su entorno. Al contrario, tanto Rita Maestre, como Tania Sánchez o Íñigo Errejón han mostrado su indignación y absoluta condena ante esa noticia que, según Pablo Iglesias o Pablo Echenique, ha sido divulgada por Prisa para interferir en favor de su candidatura. Nueva dosis de hipocresía: para ganar en las primarias, no sólo hay que tumbar —por medios confesables e inconfesables— a los rivales, sino también señalizar ante los potenciales votantes un hondo rechazo ante el fango que ellos mismos han esparcido con anterioridad.

3º La hipocresía del partido

Por último, el caso Espinar —como ya sucediera antes con el caso Errejón, con el caso Monedero o con el caso Echenique— vuelve a poner de manifiesto un doble rasero moral entre los cuadros dirigentes, los militantes y muchos simpatizantes de Podemos. Aquellas actitudes que censurarían con dureza en cualquier otra persona —la especulación inmobiliaria o las arribistas puñaladas por la espalda a los camaradas— son justificadas con argumentos harto retorcidos y forzados cuando afecta a algún destacado correligionario. Conste que no se pretende comparar los anteriores casos de doblez podemita con la macrocorrupción acaecida dentro de partidos como PP o PSOE: son categorías radicalmente distintas que no tiene ningún sentido mezclar. Ahora bien, no hay ninguna necesidad de mezclarlas para poder señalar la gravedad de tales monumentos a la hipocresía.

Al contrario, lo que se critica en casos como el de Echenique o Espinar es la ruptura en el ámbito privado de aquel discurso ultraideologizado que pretenden imponerle al resto de la sociedad desde el sector público. Si especular es dañino y debería ser prohibido por el Estado, entonces no parece admisible que la gente de Podemos —que suscribe semejante discurso— especule; si mantener a tus trabajadores en la economía sumergida equivale a explotarlos inmisericordemente, entonces no parece admisible que la gente de Podemos se refugie en la economía sumergida al contratar a sus asistentes; si la optimización fiscal de tributar por Sociedades para evitar tributar a los más altos tipos del IRPF pauperiza a los ciudadanos y termina imponiéndoles brutales recortes sociales, entonces no parece admisible que la gente de Podemos recurra a tal optimización fiscal.

Y ante semejante vulneración de aquellos valores morales que predican sólo para los demás pero no para ellos mismos, la reacción de un partido que se vanagloria de ejemplaridad y rectitud debería ser el reproche frontal contra quienes transgreden sus principios ideológicos fundacionales. En cambio, lo que estamos acostumbrados a recibir de Podemos es el muy rajoyano ‘prietas las filas’ hasta que el temporal escampe. Semejante gregarismo instintivo no es distinto, pues, al comportamiento que exhiben las hinchadas del resto de partidos ante sucesos ciertamente mucho más graves —y delictuosos—: en la lucha por asaltar los cielos, parece que todos anteponen su ambición personal a la falsa ejemplaridad que propagandísticamente les trasladan a los votantes.

He ahí, pues, la tercera fuente de hipocresía: la nueva política que nos prometió Podemos es tan vieja política como la de los demás. Nos vendieron —y nos siguen vendiendo— cambio y nos han traído una reedición de las tradicionales malas artes de la paleocasta. Hipocresía por los cuatro costados a la hora de amparar la hipocresía de los tuyos mientras nos siguen jurando ser profundamente diferentes a todos los hipócritas del resto de formaciones. Política en estado puro.

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