A pesar de todos los problemas, nadie defiende más libertad bancaria como método para limpiar aquellas instituciones que deban sanearse.
El próximo martes, 14 de noviembre, se presenta el nuevo libro de Daniel Lacalle La Gran Trampa, cuyo título en inglés me resulta más atractivo porque apunta a la salida o a la escapatoria de esa gran trampa. Se trata de un libro necesario que subraya los enormes problemas de la política monetaria europea, centrada en permanente estímulos de apariencia ilusionante que resultan en un terrible círculo vicioso del que es difícil salir. Cuando me haga con un ejemplar y lo lea les cuento más.
Reconozco que, siendo bastante escéptica respecto a la deriva que ha ido tomando la Unión Europea, he defendido el euro y las políticas monetarias centralizadas. La razón es la enorme desconfianza que me inspiran las autoridades monetarias españolas. El pesimismo respecto a la responsabilidad monetaria interna se traducía en cierto optimismo respecto a la mayor seriedad de los gestores de la política monetaria europea. Sin embargo, ya ha pasado demasiado tiempo, tanto que como dice Lacalle, están incumpliendo sus propios plazos. Pero como han generado un círculo perverso que no termina de generar exceso de liquidez, no saben salir. De ahí el nombre de La Gran Trampa.
Pero esa es solamente parte del panorama que nos trae el futuro. Estamos en plena fragua de la unión bancaria y antes de arrancar ya se perciben grietas en las tuberías. Y la principal, que no está claro que los objetivos que dan sentido a dicha unión, puedan conseguirse. Protección del ciudadano depositante, disminución de los riesgos de las instituciones, protección del propio sistema estableciendo los mecanismos de vigilancia adecuada.
Por ejemplo, la entrada de bancos extranjeros en los consejos de los bancos europeos permitiría una mejor distribución de posibles riesgos futuros. Pero operaciones como la recompra del Popular por el Santander no parecen apuntar en ese sentido, al revés, es una renacionalización de la banca. Otro punto relacionado con el riesgo bancario es cómo se considera la deuda soberana y si verdaderamente se va a limitar la capacidad de compra por los bancos privados de deuda soberana. Resulta cuanto menos sensato que los bancos privados no asuman el riesgo de adquirir deuda nacional, por más que ello le pueda suponer un guiño del gobierno de turno, como ya ha sucedido. En plena crisis, los bancos comerciales españoles (y de otros países) compraron deuda soberana, para que los bancos alemanes se pudieran descargar de tanto riesgo de países de “mal comportamiento”. Hay que recordar que para ello el BCE ofreció créditos blandos a los bancos comerciales, si bien, en la declaración oficial de motivos constaba la necesidad de liquidez de familias y empresas españolas. Y era una necesidad cierta, pero esos destinatarios no eran los reales.
Por otro lado, ¿esta restricción se debe mantener también cuando la deuda soberana no sea riesgosa? ¿hay que considerar la deuda soberana como un producto financiero más? No es una pregunta de respuesta fácil, pero es determinante. Uno de los objetivos de la unión bancaria es limitar el riesgo de los bancos para que no recaigan sus pérdidas (en caso de malas decisiones) sobre los hombros de los ciudadanos. Así que cualquier factor que pueda distorsionar la asunción de riesgo bancario (como la presión para comprar “bonos patrióticos”) debe evitarse.
Ni siquiera resulta confiable la “tercera pata” que cierra la unión bancaria, además del Mecanismo Único de Supervisión y del Fondo Único de Resolución. Me refiero al Sistema Europeo de Garantía de Depósitos. Por más que los eurofans intentan convencernos de que si hubieran existido estos tres apoyos la crisis en Grecia no habría sido tan dura, no es cierto que estas innovaciones signifiquen que se ha acabado con el “too big to fail” (demasiado grande para caer). Es cierto que en caso de una futura crisis financiera el SEGD no actuaría automáticamente sino por decisión arbitraria de la autoridad monetaria. También es cierto que no es una única persona quien toma estas decisiones, sino que es colegiada. Finalmente, es indudable que la necesidad de financiación de Grecia habría sido mucho menor porque no habría habido el sangrado de capitales y depósitos y, por tanto, el montante del rescate europeo no habría sido tan elevado. Pero eso no evita la caída de los gigantes. El tambaleante edificio del sistema bancario italiano es un ejemplo.
¿Hace falta más supervisión y regulación? ¿Había poca? De ninguna manera. Especialmente después del aumento de las mismas en 2008 y 2011. Aunque la retórica de los reguladores nos haga creer que vivimos en la selva, la realidad es otra. Precisamente el peso de las regulaciones impide que el sistema bancario europeo encuentre su tamaño adecuado.
El proyecto de la Unión Bancaria se quiere completar en el 2018, entre otras cosas, para reforzar la posición dominante frente al Reino Unido en las negociaciones del Brexit. Quienes pretenden sacarla adelante sí o sí están proponiendo un salto a la piscina sin mirar si hay agua en el fondo. Y en el fondo lo que hay es la necesidad de una toma de decisiones presupuestarias mucho más unificada para que todo este entramado funcione. Y aquí es donde pinchamos en hueso, porque nuestros socios alemanes y nórdicos con una economía más potente que la nuestra, nos afean la conducta, y consideran que, para los países del sur, con unas instituciones mucho más politizadas y menos saneadas, el control presupuestario es anatema. ¿Van a ser los acontecimientos políticos, las frágiles mayorías parlamentarias, el ascenso del populismo de ambos polos lo que va a retrasar esta unificación presupuestaria y, de paso, va a aguar la unión bancaria?
A pesar de todos los problemas, nadie defiende más libertad bancaria como método para limpiar aquellas instituciones que deban sanearse. El mercado libre tiene un enorme problema: elimina privilegios y saca del mercado al que no sirve adecuadamente al consumidor soberano. Y eso escuece.