La Unión Europea nació para abrirse camino entre EEUU y la Unión Soviética, pero su equilibrio peligra ante la centralización y la creación de más instituciones.
El próximo 25 de marzo se cumple el 60 aniversario de los tratados de Roma, que dieron lugar a la creación de la Comunidad Económica Europea y que estableció el Euratom (Comunidad Europea de la Energía Atómica). Europa necesitaba unirse para competir contra los Estados Unidos (EEUU) y para afianzarse frente a la Unión Soviética. Esta necesidad se había puesto de manifiesto en la declaración del ministro de exteriores Robert Schuman, la creación de la CECA (Comunidad Económica del Carbón y del Acero) y en la aparición de la Comunidad Europea de Defensa.
Desde entonces hasta hoy la tendencia europea ha sido a una progresiva centralización. Con la ratificación del tratado de la Unión Europea y la entrada en vigor del euro en los 90, la institución ha ganado en peso y en autoridad. Y tanto una cosa como la otra se han logrado a un precio muy alto. Por un lado, la incorporación de más países ha traído una heterogeneidad económica que ha empujado necesariamente a una mayor complejidad en las diferentes políticas económicas.
Lograr el equilibrio de fuerzas es cada vez más complicado porque la libertad comercial dentro de mi club privado es fantástica hasta que entra alguien que vende lo mismo que tú y mejor. Por otro lado, de un mercado abierto de bienes y servicios, de capitales y de personas, hemos pasado a un Banco Central Europeo, un tribunal europeo, y un racimo de competencias que no estaban realmente en el tratado de Roma.
El alto precio de los errores de cálculo de la UE
El pasado jueves, el periodista británico autor de Europa sin euros. Soluciones para la crisis de Europa, David Marsh, explicaba como “euroescéptico amigable”, que la secuencia lógica era la que comenzaba por la unión de mercado, para pasar a la unión monetaria, la unión bancaria, seguir con la unión fiscal y acabar con la unión política. Mientras que Alemania contemplaba la secuencia en este orden, otros países como Francia, habían propuesto empezar por el final, por la unión política, que nunca fue aprobada.
Pero, incluso la idea alemana de ir poco a poco, no parece estar obteniendo resultados. Vivimos en lo que Marsh llama “la era del error de cálculo”, tras el susto de los precios del petróleo, del Brexit y de la victoria de Trump. Los efectos de los dos últimos en la Unión Europea están por descubrir.
Y ahora, el “brexit”
Este marzo es vital para la UE y el Reino Unido. La materialización del divorcio, tanto en su versión suave, dura o extra-dura, tiene que afianzar, además, el camino de la convivencia futura. Y ahí todos vamos a salir perdiendo algo, y ganando, aunque solamente sea eso, la oportunidad de pensar ‘fuera de la caja’. Y, de momento, poco más, porque la factura efectiva del “brexit” está sin determinar, tanto para la City londinense como para los demás implicados.
En este entorno, la Comisión Europea con Juncker a la cabeza, ha publicado un documento que pretende servir de punto de referencia de cara a los fastos de celebración del 60 cumpleaños de la firma del Tratado de Roma, el llamado “libro blanco” del futuro de la UE. Se trata de 37 páginas en la que abundan las buenas intenciones, las auto-referencias y el auto-bombo, pero pocas soluciones. Una perspectiva muy diferente a la de quienes nadan en las procelosas aguas de la inversión.
Turbulencias a la vista en la Unión
En la reunión anual del banco privado de inversión AndBank, que tuvo lugar esta semana, se señalaban claramente los dos mayores riesgos que amenazan ahora mismo a la estabilidad económica de la UE y del euro. Por un lado, el excesivo endeudamiento de los gobiernos, que limita la aplicación de políticas fiscales y la normalización de los tipos de interés.
Hay que tener en cuenta que la deuda de la UE ha pasado del 57,5% del PIB en el año 2007, al 85% del PIB en el 2015, y en la zona euro alcanza el 90% del PIB en ese año. El otro riesgo es el político: las elecciones en Holanda, en Francia, la reconsideración de la deuda griega, las elecciones en Alemania después de verano, las conversaciones a partir de ya mismo acerca del Brexit, presentan un panorama más bien turbio, teniendo en cuenta el auge de los populismos y la radicalización de la política en nuestro entorno.
¿Es este el mejor punto de partida para mirar con entusiasmo la unión bancaria? Francamente, no. Si bien, como recordaba el profesor de la Universidad de Buckingham, Juan Castañeda, la unión bancaria surge como solución a la ausencia de la unión fiscal, y es fruto de un tremendo fallo institucional en origen, cuando se instaura el euro en 1999, lo cierto es que los acontecimientos no acompañan. Es verdad que el horizonte planteado para completar dicha unión, el año 2024, aún queda lejos y puede pasar de todo. Pero ese es también el problema: puede pasar de todo.
Lo que sí parece claro es que la centralización del poder, la transferencia de soberanía para nivelar el terreno de juego europeo, no ha evitado la quiebra de los países socios y el contagio. Al revés, ha puesto de manifiesto los errores cometidos, los incumplimientos de los gobiernos y el despilfarro. Juncker ha planteado los diferentes escenarios por los que la UE ha de caminar de tal manera que suena, sobre todo, como un ‘arrivederci Roma’.