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Las buenas noticias

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He de confesar que no comparto ninguno de estos tres sentimientos, pero sí constato el enorme salto que hemos dado las últimas generaciones de nuestra atormentada especie.

Tengo en mi biblioteca The State of Humanity, un libro de Julian Simon que recoge en breves artículos cómo han ido evolucionando varios aspectos de la vida humana en los últimos siglos. "Clara mejoría" sería la recensión más breve de este libro de 694 páginas.

Ahora ha salido otro, The Improving State of The World, de Indur Goklany, que se refiere a nuestra experiencia más reciente y que observa que las mejoras han sido abrumadoramente evidentes. Vivimos más personas más tiempo, con mayor calidad de vida y mejores niveles de sanidad y educación. El hambre es un problema en clara regresión.

El aire que respiramos se enrarece cuando una sociedad en la miseria comienza a prosperar, pero a partir de cierto nivel de renta parte del progreso se destina a reducir la contaminación, una tendencia que se da en todos los países desarrollados. Tenemos una mayor movilidad laboral, que tiene como ámbito todo el mundo. Las ideas o el capital también desconocen las fronteras.

Todo ello se debe, dice Goklany, a un "ciclo de progreso" compuesto por fuerzas que se refuerzan mutuamente: progreso económico y tecnológico. Pero ese ciclo virtuoso se da en unas condiciones institucionales (respeto a la persona y su propiedad) que no se encuentran en las áreas más deprimidas del planeta. No obstante –y con contadas excepciones, como Cuba–, incluso en ellas vivir en este mundo es un poco más amable que hace décadas. Hay noticias buenas, después de todo.

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