En épocas de bonanza uno puede argumentar que "colectivamente" hemos de afrontar esos gastos "imprescindibles" para el bienestar social y planetario. Personalmente me parece una idea errónea propia de una mentalidad dirigista que no se ha parado a pensar ni medio minuto cómo los derechos de propiedad pueden gestionar de manera mucho más eficiente y justa estos asuntos, pero admito que la inclinación natural de muchos seres humanos es esa. Sólo hay que observar esa afición tan extendida entre algunos millonarios de adquirir una mansión con un amplio, verde y "ecológico" jardín.
Pero la tendencia natural del ser humano también es la de recortar los gastos más ostentosos cuando las cosas empiezan a ir mal. No es casual que los países pobres se suelan despreocupar por las consideraciones estéticas del medio ambiente: ni derechos de animales, ni de árboles, ni de rocas. Lo primero es comer, caigan los ecosistemas que caigan.
Este razonamiento primario que casi cualquiera entiende y cuya verificación no requiere más que una mirada fugaz a la realidad trastoca sus términos cuando se incorpora a las teorías de esa plaga económica que son los keynesianos. En sus modelos, los despilfarros lujosos no son un lastre para la recuperación de las crisis, sino uno de sus principales motores.
Sólo así puede entenderse que Obama proponga invertir en las carísimas energías renovables para crear riqueza. Sí, leen bien: el presunto gran beneficio que nos proporcionarán las lluvias de millones que caerán en forma de generosas subvenciones sobre los molinillos y las placas de silicio es que nos ayudarán a salir de la crisis creando puestos de trabajo. Todo lo demás sólo son argumentos accesorios en estos momentos de estacamiento.
Es la perversa lógica del Plan E aplicada a cualquier disparate que se le aparezca en los sueños del gobernante de turno. Lo importante no es la riqueza, sino el puesto de trabajo; los seres humanos no trabajan para producir bienes de consumo que mejoren su bienestar, sino que el trabajo por el trabajo, el esfuerzo vacío y desorientado, el cansancio quemagrasas dignifica y mejora nuestra calidad de vida. No se explica, pues, cómo las sociedades más pobres del mundo están ocupadas 18 horas al día para lograr malvivir y cómo las ricas han tendido sistemáticamente a reducir las horas de trabajo al tiempo que incrementan su prosperidad.
Sólo a las brillantes cabezas de unos inflacionistas patológicos se les podría ocurrir que invirtiendo en energías caras –carísimas– vamos a darle la vuelta a la crisis. Nada nuevo desde que Bastiat redactara sarcásticamente aquella famosa carta de parte de los fabricantes de velas en la que proponían tapiar las ventanas de todos los franceses para que el Sol no les hiciera competencia desleal y se relanzara así esta pionera industria nacional.
¿Tanto les cuesta reconocer a los obamas y zapateros que están sobrecargando las espaldas de los estadounidenses y de los españoles justo cuando deberían estar aligerándolas?