El terrorismo yihadista es una de las grandes preocupaciones de la OTAN.
América Latina parece caminar con paso firme, con la excepción de Cuba y Venezuela, hacia el afianzamiento de la democracia y la superación de los populismos y las tentaciones totalitarias de ultraizquierda. Coincidiendo con este proceso, la región va perdiendo peso en la agenda internacional y está siendo apartada del foco principal de atención de las grandes potencias mundiales.
Las recientes cumbres de la OTAN en Bruselas y del G-7 en la localidad siciliana de Taormina (Italia) han dejado constancia de este paso de la región latinoamericana a segundo plano. Ni tan siquiera la grave crisis que vive Venezuela formó parte de la agenda de estos foros. Los grandes temas fueron otros. Quedó patente, como ocurre desde hace años, que el terrorismo yihadista es una de las mayores preocupaciones tanto de los miembros de la Alianza Atlántica como de las siete grandes potencias industriales y democráticas del mundo (que, con la excepción de Japón, son todas miembros de la OTAN).
En otras cuestiones, que conforman el resto del eje central de la agenda internacional actual, hubo importantes desacuerdos. Por una parte, quedó en evidencia el creciente distanciamiento entre Donald Trump y los gobiernos europeos, con la excepción del británico. El mandatario del viejo continente que más hizo por escenificar esta mala relación fue el presidente francés, Emmanuel Macron (cuya popularidad entre la población de los Estados miembros de la Unión Europea no para de crecer).
El inquilino del Elíseo no solo logró que Trump se sintiera incómodo con un fuerte apretón de manos (gesto con el que el mandatario estadounidense suele querer apabullar a otros jefes de Estado y Gobierno). En otro momento le dejó con el saludo en el aire para dirigirse en primer lugar a la canciller alemana, Angela Merkel, y después al resto de los gobernantes de la OTAN presentes. En esa ocasión, el estadounidense quedó relegado al último lugar.
Putin aleja a Trump de los gobiernos europeos
El desencuentro de Trump con Macron y la mayor parte del resto de los gobernantes europeos, especialmente Merkel, va más allá de los gestos. En las cumbres del G-7 y la OTAN quedó patente que el estadounidense quiere más proteccionismo (aunque mandara algún mensaje en sentido contrario), mientras que los países de la UE se oponen a ello.
También hubo fricciones por la relación de Rusia con la Alianza Atlántica. El inquilino de la Casa Blanca quiere que este vínculo mejore, mientras que en el viejo continente se desconfía de un Kremlin percibido como expansionista por su anexión de Crimea y su intervención en otras regiones de Ucrania.
Trump mantiene un discurso de defensa de Vladimir Putin, el presidente ruso que es considerado hostil por las cancillerías de la UE. En estas últimas disgusta tanto su apoyo al Frente Nacional de Marine Le Pen, y otros partidos similares, como los planes militares que se consideran amenazantes para países de la Unión Europea como las repúblicas bálticas y Polonia.
Otro punto central de la agenda internacional es la lucha contra el cambio climático, a la que ahora se ha sumado China, al tiempo que EEUU abandona el Acuerdo de París.
Macron, una vez más, ha utilizado este asunto para poner en evidencia su mala conexión con Trump. Ha lanzado el mensaje de “hagamos grande nuestro planeta de nuevo”, ironizando con el “hagamos grande a América de nuevo” que el mandatario estadounidense usó como lema electoral. Incluso científicos críticos con la doctrina oficial de la ONU sobre el clima han criticado a Trump. Consideran que con su política ha impedido que se abra un debate serio sobre la auténtica importancia de este asunto, así como las causas y consecuencias reales.
Interés comercial y venta de armamento
Al margen de los asuntos tratados en Bruselas y Sicilia, otros puntos del globo también ocupan un lugar destacado en la agenda internacional. Preocupa, en una constante desde hace años, el programa nuclear de Corea del Norte y sus continuas amenazas a Corea del Sur, Japón y otros países. Arabia Saudí se pone en el foco con sus nuevas compras de armas a Estados Unidos, y lo mismo ocurre con Irán que en los últimos meses ha aumentado su capacidad militar y juega un papel clave en la crisis siria.
En este escenario internacional, América Latina parece interesar solo a la hora de negociar acuerdos comerciales o como cliente importante de las industrias armamentísticas rusa y china.
En líneas generales no es una mala noticia. No estar en la agenda mundial puede ser sinónimo de que la región no preocupa al mundo porque sus gobiernos no suponen una amenaza a los derechos de sus ciudadanos ni a la paz o la prosperidad global. Eso sí, resulta preocupante que se aparte del foco a una Cuba que no avanza hacia la democracia y a una Venezuela que se hunde cada vez más en un abismo de tiranía, represión, miseria y violencia que no parece tener fondo.