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Las mentiras más comunes sobre la EPA

Publicado en El Confidencial

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Resulta absurdo atribuir los problemas del mercado laboral español a la última reforma laboral o al perfil de recuperación de la actual crisis.

La tasa de paro de la economía española ha bajado del 20% por primera desde 2010. En apenas tres años, hemos generado 1,3 millones de empleos merced a un crecimiento económico más que notable. Las cifras brutas son verdaderamente impresionantes y, cómo no, todos los partidos tratan de lograr un aprovechamiento político de las mismas. Mientras que el Gobierno del Partido Popular pretende atribuírselas como un mérito propio, la oposición aspira a desacreditarlas bajo el argumento de que, en realidad, no son tan buenas como parecen: a su entender, los datos de la EPA esconden una brutal precarización de las condiciones laborales y una creación de empleo en sectores de muy bajo valor añadido.

En realidad, tanto Gobierno como oposición mienten: ni el mérito de la creación de empleo es del PP -salvo acaso por la muy tímida liberalización del mercado laboral que introdujo en 2012- ni las cifras de empleo esconden un drama social, según argumentan PSOE o Podemos. Basta con echarle un vistazo a los datos para comprobar que, si bien es cierto que España podría crear mejor empleo que el actual, nos movemos en las habituales dinámicas históricas de nuestra economía.

“El empleo que se está creando es precario”

Probablemente, la invectiva más frecuente contra el mercado laboral español es que constituye una máquina de trabajadores precarios: no en vano, en este tercer trimestre del año, el número de empleos indefinidos se redujo en 29.000, concentrándose el aumento de la ocupación en los nuevos 246.000 trabajadores temporales. La acusación, pues, tiene su cierto fundamento, sobre todo teniendo en cuenta que la tasa de temporalidad española se halla entre las más elevadas de toda Europa.

Sin embargo, no convendría exagerar este argumento. Primero, porque se trata de una lacra constante en nuestra historia laboral que, en consecuencia, guarda bien poca relación con la crisis o con la reforma laboral: más bien al contrario, la tasa de temporalidad se encuentra ahora mismo en el 27% de todos los asalariados, cuando antes de 2008 llegó a alcanzar el 35%. Si algo ha contribuido a hacer la reforma laboral, es aumentar marginalmente las probabilidades de encontrar un empleo indefinido, no reducirlas.  

Y, en segundo lugar, porque durante los últimos 12 meses el empleo temporal ha aumentado en 242.000 personas, mientras que el indefinido lo ha hecho en 213.000. O dicho de otra forma: en el tercer trimestre de 2016, el 46,7% de todo el empleo asalariado creado fue indefinido, mientras que en 2015 fue solo el 33,2% y en 2014, el 46,5%. En términos históricos, pues, la creación de empleo indefinido sigue gozando de muy buena salud: se trata, de hecho, del mejor tercer trimestre para el empleo indefinido desde que arrancara la crisis.

Otra crítica frecuente vinculada a la precarización del empleo es que, en realidad, el mercado laboral español no está generando más ocupación neta, sino que solo está redistribuyendo entre más gente un mismo número de horas de trabajo. Según esta narrativa, el empleo a tiempo parcial se estaría volviendo predominante en nuestra sociedad: donde antes trabajaba uno, ahora lo hacen dos o incluso tres.

A diferencia de lo que sucedía con la temporalidad, esta crítica es verdaderamente sorprendente, dado que no tiene nada de cierta: los trabajadores a tiempo parcial apenas representan el 15,3% de todos los ocupados; un porcentaje que, además, no ha aumentado durante los últimos años sino que, si acaso, se ha reducido tímidamente. Sin ir más lejos, en el tercer trimestre de 2016, el número de ocupados a tiempo completo se incrementó en más de 300.000 personas y, por el contrario, el de ocupados a tiempo parcial se redujo en 30.000 (en el último año, el empleo a tiempo completo aumenta en 532.000 y el a tiempo parcial cae en 53.000).

En contra de lo que suele afirmarse, el número de horas trabajadas no ha permanecido estancado desde 2014, sino que ha ido incrementándose ininterrumpidamente.

“España, un país de camareros”

Los ataques contra el mercado laboral no solo se centran en el tipo de empleo generado, sino en el sector donde se crea. En el último año, hemos venido escuchando insistentemente que España se está convirtiendo en “un país de camareros”. La consigna ya ha sido refutada en innumerables ocasiones, pero conviene recalcar que en último año no han sido los trabajadores de la hostelería los que más han crecido en número, sino los de sanidad y servicios sociales (¿se está convirtiendo España en un país de ‘sanitarios’?). Otras ramas que se han acrecentado en ocupados han sido la educación, las actividades profesionales y científicas, el comercio o el transporte.

Es verdad que el turismo exhibe un peso mucho mayor que en el resto de Europa dentro de nuestra estructura productiva -y, por tanto, también lo exhibirá en el mercado laboral-, pero no convendría exagerar la intensidad de este sesgo: un 80% de todo el empleo generado durante el último año lo ha sido fuera de la hostelería.

“Jóvenes y mayores, condenados a la exclusión”

Por último, también tiende a afirmarse que nuestro mercado laboral no es capaz de proporcionar empleo a ciertos colectivos sociales como los jóvenes o los mayores de 55 años. Según se desprende de las críticas, el Gobierno necesita crear puestos de trabajo específicos para estos grupos, dado que la economía española no podrá ofrecérselos.

Pero, de nuevo, la realidad es muy otra: en el último año, el número de ocupados entre los menores de 30 años ha aumentado en 70.000 personas y entre los mayores de 55 años lo ha hecho en más de 220.000. De hecho, las tasas de paro de estos grupos vienen reduciéndose con fuerza desde comienzos de 2014.

Conclusión

El mercado laboral español dista de ser perfecto: por un lado, sobrerreacciona al ciclo económico (destruye mucho empleo durante las recesiones y crea mucho empleo durante las expansiones) y, por otro, mantiene grandes bolsas de empleo temporal en sectores de limitado valor añadido. Ambas problemáticas están, de hecho, interrelacionadas: el sesgo hacia la contratación temporal impide capitalizar y formar a largo plazo a buena parte de los trabajadores (consolidando sectores de poco valor añadido y muy intensivos en mano de obra poco cualificada) y a su vez proporciona la variable de ajuste empresarial ante las fluctuaciones cíclicas (el empleo que más se destruye y que más se crea a lo largo del ciclo es el temporal).

Estas críticas son totalmente certeras, pero lo han sido durante los últimos 35 años. Resulta absurdo, pues, atribuirle tales defectos a la última reforma laboral o al perfil de recuperación de la actual crisis. Si de verdad aspiramos a solventar estos males endémicos de nuestra economía, que obstaculizan un desarrollo más sólido y sostenible, no debemos regresar a la anterior normativa laboral que generaba estos mismos resultados de un modo incluso más acentuado. No, la verdadera solución pasa por liberalizar el mercado de trabajo -tanto en materia de despido como de flexibilidad salarial– para que, primero, generemos mucho más empleo indefinido y, segundo, no lo destruyamos masivamente durante las crisis. Este es el debate en el que deberían estar centrando su atención los diferentes grupos políticos: en su lugar, prefieren o colgarse medallas o falsear las cifras de empleo con el propósito de restarle méritos a un Gobierno que, en realidad, jamás los tuvo.

 

 

 

 

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