Lo hacen, claro, sabiendo que no escapará un solo euro de sus bolsillos. Y no sólo porque les baste con no aceptar las razones que les den, sino porque, a nada que se pare uno a pensar, verá que la idea de que se pague más a un hombre por el mismo trabajo es un absurdo y, de hecho, no es la norma. Como dice Thomas Sowell, “es una de las principales falacias de nuestro tiempo”.
Hay un elemento que diferencia a hombres y mujeres que no debería resultar chocante o polémico, y que tiene una incidencia clara sobre las preferencias generales, y es el hecho de que las mujeres dan a luz y los hombres no. Hay muchas mujeres, no todas, que hacen mayores renuncias en su vida profesional para estar más al tanto de la familia, mientras que esto es menos frecuente en los hombres. Esto repercute también en su experiencia y capital humano, y merma su capacidad futura para progresar.
Hablando del caso de los Estados Unidos, Sowell, en su libro Economía: verdades y mentiras, dice que “la razón más importante por la que las mujeres ganan menos que los hombres no es que les paguen menos por hacer el mismo trabajo, sino que se distribuyen de forma diferente en los empleos: hacen menos horas y tienen menos continuidad”. De hecho, las diferencias salariales son muy pequeñas al comienzo, pero se agrandan con el paso del tiempo, cuando hombres y mujeres comienzan a tomar decisiones sobre su vida profesional y personal. Pero ¿qué pasa cuando quitamos todos esos elementos, cuando comparamos a hombres y mujeres solteros con la misma formación y experiencia? Que esas diferencias se diluyen hasta desaparecer.
Nuestra izquierda, en lucha permanente contra la realidad, dice a la vez dos cosas que son incompatibles entre sí. Por un lado dice que, cuando hay diferencias, éstas no provienen de las decisiones libremente adoptadas por hombres y mujeres, sino del machismo de los empresarios. Por otro, pinta a los empresarios (en este caso con más fortuna, aunque sin mucha finura) como unas personas movidas sólo por el beneficio económico, sin consideración hacia la condición del trabajador.
Sea como sea, pongamos ante ese empresario que desprecia cualquier cuestión que vaya más allá de los beneficios a dos trabajadores que le van a aportar exactamente lo mismo, sólo que uno de ellos es mujer y le va a costar un 20 por ciento menos. ¿No contratará siempre mujeres, dejando a los varones todos en el paro? Los beneficios diluyen el machismo.