Las redes sociales ponen en cuestión la capacidad de los medios de referencia de imponer una ideología.
El incidente entre un nativo americano y un grupo de jóvenes que está a punto de volver a su casa en autobús es un ejemplo, uno más, de cómo los medios de comunicación de referencia (CNN, The Washington Post, The New York Times…) son capaces de transmitir una idea deformada de la realidad si coincide con su visión del mundo. Un evento que encaja con los mensajes que quieren transmitir les nubla su probidad profesional, les hace dimitir de su trabajo, que es comprobar si esa historia es cierta o no, y se convierten en plataformas que multiplican una mentira. Frente a ellos, las redes sociales, con su miríada de aportaciones de todo tipo, con su carácter abigarrado e igualitario, tardan pocas horas en mostrar que ese relato periodístico (la palabra “relato” viene muy a cuento), es falso.
Si los medios de comunicación no hacen su trabajo, las redes lo hacen por ellos. Este debería ser el lema de toda empresa de comunicación, aunque en primera persona. En lugar de tomar nota de que con las redes sociales las mentiras tardan horas o minutos en quedar al descubierto, en vez de asumirlo como un acicate para redoblar los esfuerzos por contar lo que ocurre, la reacción de no pocos medios ha sido la de señalar a las redes sociales. Ellas no son una amenaza a la mentira periodística; son, dicen, una amenaza para la propia democracia.
No es un mensaje ni dos, sino varios. Uno de ellos se publicó en The Week a cuento precisamente de cómo las redes dejaron en evidencia a los grandes medios sobre los jóvenes que llevaban gorras con el acrónimo MAGA (Make America Great Again), de apoyo a Donald Trump. The Prospect, OpenDemocracy, Business Insider, Vox… la acusación se repite de medio en medio, y con mayor o menor complejidad llega a las mismas conclusiones.
Comencemos por Vox. Es el medio creado por el wonderboy del periodismo progresista de los Estados Unidos, Erza Klein. Nació hace casi un lustro y plantea hacer un periodismo en el que se explica lo que acaece; se juntan los datos que se agolpan en las redacciones para escribir pequeños relatos que tengan los elementos necesarios para explicar las historias de actualidad. En fin, hacer periodismo; pero cuando salió se planteó como un medio llamado a revolucionar el periodismo del momento, lo cual da una idea de la corrupción de la profesión.
Vox, claro está, no se dedica sólo ni principalmente a ello. Y es Vox el medio que ha publicado un artículo titulado Social media is rotting democracy from within (Las redes sociales están pudriendo la democracia por dentro). Comienzo por aquí porque el artículo es especialmente mendaz. Su tesis es que Donald Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos gracias a las redes sociales, y especialmente a Twitter. Lo mismo ha ocurrido con Jair Bolsonaro, que merced a su comunicación vía Facebook y WhatsApp con su base social ha alcanzado la presidencia de Brasil. Viktor Orbán también recurre a las redes sociales para comunicarse. Y todos sus mensajes, o los más importantes, son falsos. Dejémoslo ahí, con toda la inanidad de los presupuestos de este análisis, porque vamos a saltar al artículo de The Week.
En él se afina el argumento, diciendo que “la polarización política extrema se está combinando con la tecnología de las redes sociales, y especialmente Twitter, provocan una forma de locura política recurrente entre los miembros de las élites intelectuales y culturales del país. Y esa locura, cuando se combina con el creciente extremismo de la derecha populista, está llevando al país a unas formas políticas peligrosamente iliberales”. La polarización ideológica y los desarrollos tecnológicos, dice Damon Linker en The Week, “han conspirado para ayudar a Donald Trump a la Casa Blanca”. Pero también nos han traído a una “reacción iliberal hacia su presidencia por parte de los activistas, periodistas y personalidades progresistas”.
OpenDemocracy, un think tank que desde su nombre revela su vinculación con George Soros, explica cómo la mercadotecnia de las redes sociales llevaron a Trump y Bolsonaro a sus respectivos puestos. The Prospect no habla de cómo se pudre la democracia, sino directamente de su destrucción. Da por hecho que lo que llevó a medio país a elegir a Trump fue un conjunto de noticias falsas, e identifica el resultado de la votación democrática no con un refrendo del propio método de elección de líderes, sino con todo lo contrario, con su ocaso casi definitivo.
Podríamos recabar más artículos, pero el resultado sería el mismo. Queman en las manos los presupuestos de los que parten. El más espectacular es el de dar por hecho que Donald Trump y Jair Bolsonaro son una amenaza para la democracia; dos presidentes cuya principal característica política es su crítica despiadada y sin contemplaciones hacia la izquierda. Identificar a la izquierda con la democracia es algo peor que un error, pues el corolario de esa posición es que sólo puede haber una democracia cuando gobierne la izquierda, con lo cual la elección democrática de un gobierno conservador puede rechazarse por cualquier medio en nombre de la democracia; en España conocemos bien el caso gracias a la II República.
Otro falso presupuesto es que los votantes o son de izquierdas, y por tanto son razonables y están bien informados, o votan a la derecha y entonces están desinformados, y tienen una inteligencia limitada que les hacen vulnerables a las mentiras (es decir, a las informaciones que no proceden de los medios de comunicación mainstream).
Relacionado con este presupuesto está el que dice que las redes sociales sólo contribuyen a exacerbar las posiciones políticas, a soliviantar el debate y llevar el debate político a los extremos. El artículo de The Week dice que esta mecánica lleva a la izquierda al extremismo, de forma impropia, mientras que la derecha no necesita de una causa externa para que resulte extrema. Lo lleva en la sangre.
Estos presupuestos se comparten implícitamente con los lectores; no se dicen de forma expresa porque develarían el carácter antidemocrático de quienes los mantienen. Pero de fondo hay otro presupuesto que es el fundamental. Y es que los medios de comunicación se identifican a sí mismos con la democracia, y utilizan esa palabra, de efectos mágicos, para protegerse de la amenaza que suponen las redes sociales para ellos.
Lo que ponen en cuestión las redes sociales, por supuesto, no es la democracia. Ponen en cuestión la capacidad de los medios de comunicación de referencia de imponer sobre la sociedad en su conjunto una ideología y una agenda prefijadas. Y facilitan, es verdad, la comunicación de los líderes políticos que estos medios de comunicación, pero no necesariamente la sociedad, han decidido que no pueden llegar a manejar las instituciones. Un deseo, por cierto, muy poco democrático.