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Las verdaderas lecciones sobre Grecia

Publicado en Voz Pópuli

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Siempre que el FMI habla, sube el pan. Y lo hace aun cuando casi nadie escucha lo que en realidad está diciendo. Como máximo representante del neoliberalismo salvaje –por mucho que se trate de una burocracia internacional creada por Keynes, alimentada con el saqueo de los contribuyentes y cuyo cometido esencial es el de rescatar a gobiernos manirrotos para que sigan despilfarrando– cumple su función social dentro del marco dominante del pensamiento único estatista proporcionando tendenciosos titulares de prensa que, casualmente, permiten cargar contra el libre mercado pero jamás terminan de ser lo bastante contundentes como para proceder al muy necesario cierre del Fondo.

Ya sucedió con el famoso ‘paper’ del economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, donde si bien reconocía errores de cálculo a la hora de anticipar los efectos contractivos de la austeridad, también admitía que no existía alternativa a los ajustes fiscales. Ciertamente, no estoy diciendo que el FMI tenga razón por el hecho de ser el FMI (debería, ciertamente, existir una presunción de lo contrario), sino que claramente resulta sesgado resaltar la primera parte de la información y ocultar la segunda. Pues bien, el mismo patrón de desinformación se ha vuelto a reproducir con la reciente publicación del informe de evaluación de la asistencia financiera proporcionada a Grecia desde 2010.

La mayor parte de los medios han titulado con aspavientos que el FMI reconoce que subestimó el impacto de la austeridad en Grecia y que habría sido preferible que Grecia contara con una mayor asistencia financiera de sus socios comunitarios para minimizar los ajustes. No es que la exposición sea absolutamente falsa –bien sabido es que una media verdad resulta mucho más efectiva que una falsedad absoluta– pero desde luego oculta buena parte del razonamiento y de las conclusiones.

El informe del FMI sobre Grecia

De entrada, el FMI expone que el modelo de crecimiento de Grecia durante los primeros años del siglo XXI era del todo punto insostenible. El crédito barato permitió basar su ‘boom’ económico “sobre enormes déficits fiscales financiados con crédito extranjero que permitieron que el gasto del país se situara por encima de su producción”. Sólo es necesario constatar que el gasto público se duplicó entre el año 2000 y el 2008 (pasando de 63.000 millones de euros a 117.000) gracias a unos déficits públicos que en 2008 alcanzaron el 10% y que, a su vez, se sufragaban con un endeudamiento exterior que incluso superó al español (el déficit exterior en 2007 y 2008 rozó el 15% del PIB). En suma, Grecia era un país que producía mucho menos de lo que consumía y que por tanto no paraba de endeudarse con sus acreedores extranjeros para mantener un insostenible tren de vida. Sí, a lo loco se vivía mejor, pero las locuras terminaron con la crisis.

Habiendo alcanzado en 2009 una ratio de deuda del 130% sobre el PIB y contando con el mismo modelo de ‘crecimiento’ asentado en el pelotazo crediticio, parece claro que el país estaba condenado y que jamás podría devolver todo aquello a lo que se comprometió. De ahí que los acreedores extranjeros comenzaran a retirarle la financiación y que Grecia estuviera a punto de caer en 2010 en suspensión de pagos. Fue aquí donde comenzaron los errores: la Troika se obsesionó con evitar que Grecia quebrara (debido a la reciente mala experiencia con Lehman Brothers) e iniciaron un plan de salvamento dirigido a estabilizar al país saneando sus finanzas. Sólo había un problema: la magnitud del desequilibrio presupuestario era tal que, simplemente para cuadrar las cuentas antes de proceder al pago de los intereses (equilibrio primario), se requería un ajuste de 14,5 puntos de PIB.

Debería haber resultado evidente que un ajuste de esta magnitud por necesidad tenía que hundir el PIB en medio de una depresión internacional. Eran habas contadas: alrededor del 15% de todo el gasto del país se financiaba con deuda (no con producción) y tocaba proceder a desenganchar al drogadicto de esa adicción. A menos que repentinamente el sector privado griego comenzara a crecer a tasas irrealmente elevadas (rellenando con producción el hueco dejado por dejar de gastar a deuda) era inexorable que el PIB se hundiera. Es como si uno se acostumbra a vivir con un crédito bancario por el que gastan mes a mes un 20% más de lo que ingresa: obviamente, cuando ese crédito laxo desaparezca, su gasto mensual se hundirá a menos que encuentre un empleo complementario que le permita aumentar su salario mensual un 20%. Siendo el ajuste imprescindible (el país nunca fue rico sino que vivía de la deuda), no habría estado mal presentar estimaciones más realistas sobre el crecimiento y el empleo (aun cuando el ajuste hubiese seguido siendo igual de inaplazable con otras estimaciones: o, en palabras del Fondo, “en cualquier caso, una depresión profunda resultaba inevitable”).

Pero el FMI se empeñó en afirmar que un ajuste de casi 15% en las finanzas griegas simplemente iba a generar una caída del gasto total del 5,5% hasta 2012, cuando finalmente ha sido del 17%. ¿El motivo de que la caída fuera 12 puntos superior a la estimada? Pues el que hemos dicho: “Parte de la contracción no estuvo relacionada con el ajuste fiscal, sino más bien con la ausencia de crecimiento en el sector privado derivado del aumento de la productividad y de la mejora en el clima inversor que se esperaba que resultara de las reformas estructurales”. Vamos, que pasar de una economía privada esclerotizada y ‘deudómana’ a una productiva basada en el ahorro interno no se logra en un santiamén. ¿Por qué, entonces, el FMI presentó estimaciones tan irreales de los efectos del ajuste? Pues porque eran necesarias para engañar a todo el mundo de que la situación financiera griega podía reconducirse sin una quita sobre su deuda. ¿Y por qué quería engañar a todo el mundo? Para que los tenedores extranjeros de deuda griega (bancos alemanes y, sobre todo, franceses) tuvieran tiempo para desprenderse de ella, traspasándosela al contribuyente europeo. El propio FMI lo reconoce: “El retraso [en la quita de deuda] proporcionó una ventana a los acreedores privados para que redujeran su exposición a Grecia y le trasladaran sus pasivos a manos gubernamentales”.

Errores y lecciones

El primer error fue rescatar a Grecia; el segundo error, fue rescatarla sin imponerle desde un comienzo una quita de caballo, dado que a todas luces tal carga de deuda resultaba impagable (al menos, sin proceder a privatizar los milmillonarios activos estatales que posee el país o sin transformar de arriba abajo el modelo de Estado griego, algo que ni siquiera se planteó). De nuevo, el FMI reconoce, a toro pasado, este segundo error: “El no haber afrontado el problema de deuda pública desde el comienzo ha creado incertidumbre sobre la capacidad de la Eurozona para resolver el problema y ha agravado la contracción. Una quita inicial habría sido mejor para Grecia, si bien no resultaba aceptable para sus compañeros de la Eurozona”.

Tercer error: si bien el ajuste presupuestario de caballo y la ulterior depresión eran inevitables, la manera lógica de afrontarlo era exclusivamente por el lado del gasto público. Si el Estado se había sobredimensionado durante la burbuja, qué menos que volver a meterlo en vereda. Pero no, la mitad del ajuste se realizó subiendo impuestos, lo que machacó todavía más a un sector privado que debía reestructurarse para volver a generar riqueza lo antes posible: “La gestación del déficit durante la década que comenzó en el año 2000 fue casi enteramente debida a un aumento del gasto público. Cabe cuestionar la numerosa presencia de medidas dirigidas a aumentar los ingresos dentro del programa de asistencia financiera”.

Con todos estos matices, el FMI concluye que “las políticas adoptadas han sido a grandes rasgos correctas”. Por mi parte, no coincido con el FMI, pero sus opiniones no deberían presentarse de manera sesgada e interesa. A mi entender, el informe del FMI da la razón a lo que muchos veníamos repitiendo desde hace tiempo: no hay que rescatar a ningún Estado, sino que éste tiene que afrontar las consecuencias de su propia irresponsabilidad; Grecia nunca estuvo dispuesta a acometer el duro ajuste financiero que era necesario para evitar el default, de manera que las quitas resultaban indispensables desde el comienzo; y, sobre todo, los imprescindibles ajustes presupuestarios han de hacerse bajando el gasto y no subiendo impuestos. Nada de ello evitará que el PIB caiga –porque, señores, el PIB tiene que caer cuando se lo ha estado cebando con deuda y un país ya no es capaz de devolver esa deuda–, pero sí minimizará el tiempo de reestructuración y asignará las pérdidas a aquellos que las merecen.

La Troika, sin embargo, optó por solventar el problema griego a la muy estatista manera: no dejando que el mercado actuara (quiebra y reducción del gasto), sino socializando las pérdidas de la banca europea invertida en Grecia entre todos los contribuyentes europeos y apretándole las tuercas al sector privado griego con impuestos mucho más altos. Un disparate estatista injusto e ineficiente. Ahora bien, lo más inquietante son los paralelismos en las maniobras de la Troika para con España: rescatarla, dar tiempo a los bancos europeos para que liquiden sus posiciones, y ‘sablar’ a impuestos a los españoles para efectuar gran parte del imprescindible ajuste. Aprendamos de Grecia: cerremos toda línea artificial de rescate (especialmente la OMT) y evitemos la suspensión de pagos recortando exclusivamente gastos.

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