La pérdida de poder adquisitivo del euro y, por extensión, de los salarios reales en Europa ya no es una sensación sino una desagradable certitud. En España no vivíamos un incremento tan fuerte desde 1988. En tan solo un mes se ha incrementado en nueve décimas (de un 2,7% a un 3,6%) la tasa de inflación interanual.
Hace ya 398 años, Juan de Mariana explicaba con claridad que la pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos debida a la inflación es responsabilidad de quienes monopolizan la política monetaria. Con el envilecimiento de la moneda, decía el jesuita, “las mercadurías se encarecerán todas en breve en la misma proporción que la moneda se baja”. “No decimos aquí sueños sino lo que ha pasado en estos reinos todas las veces que se ha acudido a este” recurso.
Lo mismo ocurre cuatro siglos más tarde. En lo que va de año, el precio de la cebolla ha subido un 22%, el del pollo un 18,31%, y el de los huevos, un 10,38%. Pero, además, en agosto tiene lugar un punto de inflexión en el que se disparan los precios de la mayoría de las materias primas. Entre agosto y finales de octubre el precio del trigo ha subido aproximadamente un 7,2%, el del algodón un 11%, el de la plata, un 20,4%, y el del petróleo, un 31,7%. El aumento espectacular de numerosos precios desde el mes de agosto no es una casualidad. Ése fue el mesen el que la Reserva Federal y el Banco Central Europeo inyectaron enormes cantidades de liquidez en los mercados para tratar de retrasar el estallido del alud de malos créditos que ellos mismos han provocado con su prolongada política de expansión crediticia sin respaldo en el ahorro, popularmente conocida como políticas de dinero barato.
Precisamente a esas cantidades de numerario inyectadas y a esa mala calidad del crédito es a lo que aludía el escolástico de Talavera cuando afirmaba que “no hay duda, sino que en esta moneda concurren las dos causas que hacen subir las mercadurías, la una ser, como será, mucha sin número y sin cuenta, que hace abaratar cualquier cosa que sea, y, por el contrario, encarecer lo que por ella se trueca; la segunda, ser moneda tan baja y tan mala que todos la querrán echar de su casa, y los que tienen las mercadurías no las querrán dar sino por mayores cuantías”.
Políticos intervencionistas
En efecto, esto último también está pasando ahora. La gente no quiere quedarse con el dinero ni por asomo y trata de depositarlo lo antes posible en materias primas o en bolsa (la vivienda ya no está para bromas).
En este punto advertía Mariana que “el Rey querrá remediar el daño poniéndole con poner tasa a todo, y será enconar la llaga”. Bueno, hoy en día los precios tasados no están de moda ni entre los políticos intervencionistas. Pero el Gobierno hace lo que puede. Por un lado, la vicepresidenta anima a los ciudadanos a “acudir a los Servicios de Defensa de la Competencia para denunciar cualquier situación que ellos consideren abusiva”, mientras que el presidente de la Comisión Nacional de Competencia advierte de que investiga a las empresas de alimentación por si estuvieran alentando subidas de precio.
Se nos venda como se nos venda, la pérdida de poder adquisitivo que padecemos es, como decía el autor del Siglo de Oro, un “infame latrocinio” orquestado por los modernos monarcas y sus allegados, que son quienes habrán sacado tajada cuando el país se haya empobrecido.