Me avergüenza contarle a esta valiente mujer turca qué se juegan las feministas radicales en España.
Se llama Canan Arin y es una mujer turca. Abogada, feminista, activista, luchadora. El próximo lunes 12 de noviembre asistiré a su charla sobre los derechos legales de la mujer y su implementación en Turquía, que ofrecerá en la Università degli Studi di Milano-Bicocca. Esa noche le entregan el Premio Anual Bruno Leoni 2018 por su lucha en favor de las mujeres en Turquía. Con un poco de suerte, podré saludarla. Muchas gracias, Alberto.
No sé qué decirle. Tal vez que en España hay cerca de 18 mil niñas en riesgo de sufrir la ablación del clítoris, mientras muchas de las feministas de izquierda radical que gritan en las calles se sienten muy ofendidas porque los hombres les ceden el paso en las puertas. Me sobrecoge leer en el periódico que Cruz Roja Española “ha recordado que la mutilación genital femenina atenta contra dos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que deben cumplirse antes de 2030”. Ah, bueno, si atenta contra dos de los objetivos de desarrollo que deben cumplirse para el 2030, entonces sí que es grave. Por mí Dani Mateo podía sonarse los mocos con esos “objetivos del milenio”. Porque la mutilación genital femenina atenta contra la integridad física de las niñas, contra su libertad, y les deja secuelas de por vida. Ya sé que la ONU quiera lavar su conciencia y la de todos los que viven a su costa. Pero, por favor, no usen a la infancia para ello, salven al oso polar. Da menos asco.
También le puedo explicar que, mientras ella lucha por la igualdad real ante la ley en Turquía, en mi país, las mismas feministas de izquierda radical de antes han logrado que haya desigualdad real ante la ley, esta vez en detrimento de los hombres. O puedo comentarle el “amable” mensaje de una de las pancartas contra el acto legítimo y democrático en Alsasua, que decía “Os ahogaréis en la sangre de nuestros abortos”. Le va a encantar.
Canan Arin lleva décadas luchando por la igualdad ante la ley en un país tan complicado como Turquía. Cuando algunas de las tuit-star de España aún estaban en pañales, ella ya se jugaba la piel como abogada. Fundó la Purple Roof Women’s Foundation en 1999. No sé si lo de “todes les persones” le parecerá la mejor manera de luchar por la libertad sexual. Ella es mucho más radical. En un curso de formación para abogados en Antalya en el año 2012, en la que hablaba de los matrimonios precoces y los matrimonios forzados como una forma de violencia hacia las mujeres, decidió poner dos ejemplos de tales casos. El primero fue el del profeta Mahoma, que se casó con una niña de siete años, y el segundo ejemplo fue el del presidente de la República Turca, Erdogan, quien se comprometió con una niña de catorce años con la que se casó teniendo ella quince. En Turquía la edad legal para casarse es de 17 años. Así que, como ella misma explicaba, se ciñó simplemente a hechos conocidos por todos. Tal vez el ministro de Interior español, Grande-Marlaska y el portavoz del PSOE, Ander Gil, que creen que hay que tener cuidado dónde se dice según qué cosas, piensen que menuda provocación la de esta mujer y que merece ser perseguida. Pueden estar tranquilos que la persiguieron. De hecho, la denunciaron por haber degradado los valores religiosos de una parte de la población y por haber insultado al presidente de la República, delitos de acuerdo con el código penal turco. Eso sí, el fiscal se saltó el procedimiento y no se molestó en pedir permiso al ministro de justicia, como establece la ley nacional. La presión internacional permitió que se suspendiera el caso y no la obligaran a cumplir los cinco años de cárcel previstos.
La importancia de la ley en la defensa de la libertad individual es tal que nunca está de más reivindicarla; siempre cabe exigir limpieza, claridad, verdadera independencia judicial. Y, sobre todo, creo fundamental desnudar la ley de todo disfraz político y religioso, de todo sesgo por más bienintencionado que nos lo pinten. La preservación de la familia en todas sus modalidades, la tradición y la modernidad, la cultura y las señas de identidad, son cuestiones que atañen a la sociedad civil, no al sistema legal.
A la ley le corresponde la defensa de la vida, la propiedad y los contratos. Por eso, la descripción que Canan Arin hace de los asesinatos “por honor” de mujeres y de niñas es aterradora. La joven Hacer de dieciséis años fue asesinada de un disparo a sangre fría por su hermano de trece. Así lo decidieron los hombres de la familia. El delito fue escaparse de casa. La policía la encontró y la devolvió a sus padres. De los veinticuatro años de cárcel que prescribe la ley por un delito como ese, el hermano solamente cumplió dos. Entre los atenuantes se consideró la presión social que la fuga de la hermana suponía para el muchacho de trece años. Como explica muy bien Canan Arin, en Turquía las niñas son propiedad de los padres y el Estado lo respalda.
Un Estado soberano, presidencialista por decisión democrática, que oculta y refuerza comportamientos tan despreciables como los que denuncia Arin. “El código penal turco es medieval”, dice. Muchas veces creo que el vestigio medieval en España es la mentalidad: ese patrón de dependencia de un caudillo salvador, de un grupo de iluminados (o iluminadas o iluminades) que nos guíen con sus mandamientos, laicos o no, con tal de no asumir responsablemente nuestra libertad. Un pueblo que prefiere que le traten de ignorante e incapaz, antes que dar un paso y reclamar su libertad para equivocarse o acertar y para sobrepasar las rigideces impuestas por un sistema con esclerosis política. Mucho mejor dar poder a los gobernantes de turno para restringir mi capacidad de elegir (llamémosle protección para disimular) que cualquier otra alternativa.
Me avergüenza contarle a esta valiente mujer turca qué se juegan las feministas radicales en España, cómo juegan con las desgracias ajenas, cómo se degradan las causas nobles como la suya. Y la aceptación pasiva del resto. Sus décadas de lucha constante me hacen enmudecer.