Si la gente va a los supermercados es, precisamente, porque quiere centralizar allí su dinero y sus compras.
Dijo la destacada política argentina Elisa Lilita Carrió:
Si compramos en los comercios minoristas, el dinero circula en el barrio; si va a los supermercados se centraliza; hay que buscar precios.
Doña Lilita agrupa varios tópicos antiliberales, tan antiguos como carentes de fundamento. El primero es que la economía del barrio mejorará cuanto menos salga del barrio: es la base del proteccionismo y de la idea de que, si dificultamos o directamente prohibimos el comercio más allá de unas determinadas fronteras, estaremos mejor. Pero el mercado no se amplía porque sí, sino porque abarata los precios. En caso contrario, no se hace. Y si las personas lo promueven es por eso, porque, al revés de lo que dice la señora Carrió, no «hay» que buscar precios: eso es algo que naturalmente hacemos todas las personas en la sociedad, y por eso prosperamos. Si el iPhone se fabricara en Estados Unidos y no en China, costaría tres o cuatro veces más. ¿Cómo probar que eso sería beneficioso para la mayoría del pueblo?
No hay forma de demostrarlo, claro, como tampoco hay forma de demostrar que los supermercados son malos porque, como dice doña Lilita, centralizan el dinero. Es que si la gente va a los supermercados es, precisamente, porque quiere centralizar allí su dinero y sus compras, y hay que forzar mucho la argumentación para sostener que lo hace porque es tonta y se comporta en contra de sus propios intereses.
Una seguidora en Twitter afirmó: «El comercio cercano es más barato». Pues si es así, el poder no debe intervenir en absoluto, que ya la gente se ocupará de promoverlo, por la cuenta que le trae.
Pero eso mismo, la cuenta de la gente, es algo que sus supuestos amigos no siempre consideran con atención y respeto.