El empleo del sentido común y la lógica más elemental le han valido a Alfredo Sáenz los calificativos más alucinantes. Y eso que es vicepresidente segundo y consejero de uno de los grandes bancos españoles y, por lo tanto, persona poco sospechosa de querer cambiar el estado actual de las cosas si no es por motivos de imperiosa necesidad. Gaspar Llamazares ha exigido a Emilio Botín que rectifique las declaraciones de Sáenz, cosa que previsiblemente hará, y le ha acusado de declararles la guerra y querer destruir a la izquierda. Para rematar la faena, Llamazares pide a ZP que saque del baúl aquellas infames prácticas felipistas de boicotear a los empresarios que no coincidan con el pensamiento único de izquierdas. Es “indecente” y propio de “hooligans del liberalismo”, dice el secretario de comunicación de CCOO.
¿Y qué ha dicho exactamente Sáenz para merecer esta reacción totalitaria en el gallinero socio-comunista? Pues que al igual que piensa todo aquel que usa el sentido común, cree que es imprescindible "desmontar el estado de bienestar europeo" y que "no tenemos demasiado tiempo para hacerlo". Porque o bien mejoramos nuestros mercados y acomodamos los impuestos y regulaciones a conceptos "mucho más liberales" o realmente "vamos a tener un problema".
No es que el consejero del SCH haya alertado de esa enfermedad mortal que padece Europa que no es otra que el triunfo del relativismo moral y el desprecio por los derechos de los individuos. Sáenz le ha visto las orejas al lobo. Ese mega estado intervencionista europeo que, al igual que ocurriese durante la época de decadencia del imperio romano, no respeta la propiedad ni el mercado y se niega a valorar a sus individuos más productivos. Por el contrario se dedica a subvencionar el pan, el circo y todo aquello que sea considerado como progre y social; todo aquello que quiera recibir la mayoría del pueblo siempre y cuando se les prometa que será costeado por otros. Ese estado mastodóntico que precisa cada vez mayores incautaciones de impuestos, que no puede entender que exista diversidad fiscal entre los distintos países y áreas geográficas y que hace gala de la doble moral más rampante en su visión del resto del mundo. Ese estado que ha sembrado las causas de su decadencia y deja que el moral hazard y la podredumbre moral terminen la faena.
Y es que como dice Sáenz, no nos queda mucho tiempo para aprender la lección y actuar en consecuencia. Mucho tendrían que cambiar las cosas para que no asistamos en pocos años a la caída del imperio europeo. Aquel que ya cayera en época romana, provocado por los mismos errores fruto de políticos pobres de espíritu y conocimiento y grandiosos en planes colectivistas.