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Lo público y lo privado, una aclaración

Publicado en El Español

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Esta semana he sido coprotagonista, junto con Juan Francisco Jimeno, de un intercambio de ideas, a cuento de una frase un tanto confusa. Él trataba de refutar una queja de Daniel Lacalle acerca del sector público y su voracidad con el sector privado. No tiene la más mínima importancia la frase en cuestión, pero sí el debate que se planteó acerca de la relación entre el sector público y el sector privado.

¿Es posible la existencia de un mercado sin sector público? ¿Es conveniente que exista una regulación pública de las instituciones privadas? Y, sobre todo, ¿pueden sobrevivir las instituciones privadas, y entre ellas, el mercado, sin el respaldo del sector público? En medio del intercambio, el amigo y periodista John Müller comentaba que, tal vez, Platón y su República tuvieran algo que enseñarnos. Y recogí el guante.

Porque todo esto me pilla trabajando en una traducción de un libro magnífico de Sergio Ricossa, un autor desconocido en España y muy poco conocido en su Italia natal. Una lástima, porque su pensamiento es brillante, profundo y original. Cuando salga a la luz la revisión del texto en español de La fine dell’economia. Saggio sulla perfezione se lo haré saber.

Ricossa presenta su idea del perfectísimo y del imperfectismo apoyándose en una pléyade de pensadores de todos los tiempos, de manera que he pasado todo agosto revisitando un abanico de grandes obras clásicas. Por ejemplo, analiza el pensamiento platónico plasmado, entre otras obras, en La República, y estudia también las aportaciones de los seguidores y los críticos de Platón. Y entre ellos, destaca como mi favorita La sociedad abierta de Karl Popper.

Para Platón, el verdadero arte de la política era una suerte de habilidad pastoril, patriarcal, consistente en gobernar a la manada de seres humanos, a la masa. El Estado ideal es cerrado, inmutable, porque el cambio entraña corrupción y decadencia previa; y los regidores públicos no son ciudadanos normales: no tendrán propiedades, no se dedicarán más que a sus funciones, no ganarán dinero.

El mercado empieza aspirando a ser autárquico, luego comunista, y Platón termina introduciendo importaciones y exportaciones a capón: el que la ciudad esté situada a una distancia considerable del mar, para evitar el mal del comercio abierto, es notable. Tanto el mercado como lo público no se corresponden con lo que, probablemente, ninguno de los participantes del debate (el que se quejaba, el que respondía, yo, que matizaba y Müller que mentaba la res-publica) querría que sucediera en nuestro país. España, en principio, es una democracia con Estado de derecho.

Por suerte, no vivimos en la Grecia de Platón, sino en un país con una forma política mejor. Una que Popper defiende en sus escritos. Sin embargo, el autor matiza cuestiones muy importantes que deberían servir de telón de fondo de la conversación iniciada en Twitter.

En su crítica al marxismo y al desprecio de Marx por la llamada «mera libertad formal», es decir, la democracia, Popper define nuestro sistema político como el único en el que el público, los ciudadanos, podemos juzgar y expulsar a nuestros gobernantes, de manera que estamos resguardados de potenciales tiranos: «su esencia consiste en el control de los gobernantes por parte de los gobernados».

Recuerda el autor austriaco que, dado que el poder político puede controlar al económico, sólo la democracia devuelve el protagonismo, también en este escenario, a los individuos. Aquí tenemos el corazón del asunto. Sin un control democrático, dice Popper, «no hay razón para que un gobierno no utilice su poder político y económico con fines bien diferentes de la protección de sus ciudadanos».

Ésta, y no otra, era la esencia de la crítica inicial de Daniel Lacalle: «El sector público no rescata al sector privado. Vive de él». No es una blasfemia. Simplemente, es una constatación, de carácter positivo, del deterioro de las bases de nuestra democracia, que se traduce en un control defectuoso de los gobernantes.

La respuesta a este tuit no procedía de la misma galaxia, sino de la galaxia normativa: las instituciones privadas, por ejemplo, el mercado, no pueden sobrevivir sin un respaldo sancionador público. Adam Smith habría estado de acuerdo en que eso debería ser así, y que la actividad individual debería estar apoyada por la acción gubernamental, que tiene el mandato de generar un marco adecuado.

No tiene sentido plantear si antes del ámbito privado ya existía un ámbito público. Pero no me voy a arrugar y voy a explicar mi posición: ambos ámbitos tienen como base al individuo y su organización en sociedad. Me refiero al individuo que toma decisiones, desarrolla hábitos, contratos, normas y, a partir de ahí, instituciones, tanto en aquellas actividades cuyos resultados afectan a pocas personas, como en aquellas que afectan a muchas, que es como la Escuela de Public Choice diferencia ambas parcelas.

El problema aparece cuando falla el control democrático de las instituciones, cuando no hay transparencia económica, ni rendición de cuentas, cuando es lícito (e incluso está bien visto) mentir, y retorcer datos hasta que «canten» lo que conviene, y sobre todo, cuando no se puede hacer análisis económico porque todo está politizado.

Hay que denunciarlo. Los economistas, especialmente los que se dedican al análisis como Juan Francisco Jimeno, los que viven la realidad económica y analizan lo que hay, como Daniel Lacalle, incluso yo, que me dedico a la humilde rama de la Historia del Pensamiento Económico, en vías de extinción, deberíamos poder intercambiar ideas sin embarrarnos.

Aunque nos insulten en redes y nos llamen suicidas económicos, estoy completamente de acuerdo con Popper cuando afirma: «El liberal no sueña con un perfecto acuerdo en las opiniones; sólo desea la mutua fertilización de las opiniones y el consiguiente desarrollo de las ideas».

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