La nueva masacre en una peña madridista de Irak, coincidiendo con la tanda de penaltis de la final de la Champions, es una triste noticia que ha empañado las celebraciones del club blanco por el nuevo título continental. Florentino Pérez tuvo un gesto que le honró al recordar a los seguidores blancos iraquíes fallecidos por la sinrazón yihadista. De la misma manera que honra a su equipo los momentos dedicados al luto que han incluido en los fastos de la victoria.
Todos esos seguidores del Real Madrid en Irak que han sufrido el terrorismo, los fallecidos y los supervivientes, son héroes. Son héroes madridistas, es cierto, pero mucho más. Son héroes de todos aquellos que no quieren, en los países musulmanes, Europa y otros lugares del mundo, someterse y acobardarse ante el totalitarismo islamista.
Los historiadores militares coinciden en que una de las claves por las que Reino Unido pudo resistir ante la Alemania nazi fue el empeño de los británicos en mantener su vida dentro de la máxima normalidad posible. Puede sonar a banalidad, pero no lo es. El hecho de que miles de londinenses salieran a bailar y a tomar algo con sus parejas y amigos por la noche a pesar de los bombardeos demostraba una férrea voluntad de resistir.
No estaban dispuestos a perder la normalidad de su vida a pesar de los riesgos. Cuando en Israel los jóvenes salen de copas a discotecas, y personas de todas la edades van a cafés y conciertos, el mensaje es el mismo. Que decenas de miles de españoles viajaran a Milán para disfrutar de la final de Champions es algo similar: el terror no doblega la voluntad de tener una vida normal, de disfrutar lo que nos gusta.
Cuando los madridistas se reúnen en Irak para disfrutar de los partidos de su equipo, o compartir el tiempo con otros aficionados, están realizando un acto de resistencia frente al terror. Proclaman que son, y quieren seguir siendo, como millones de seres humanos de todo el planeta que desean disfrutar de lo que les gusta sin dañar a nadie.
Mientras haya en Irak, España, Israel, Estados Unidos, Francia, Bélgica y otros muchos países personas dispuestas a juntarse para ver el fútbol, los totalitarios estarán lejos de triunfar. Y lo mismo podemos decir cuando los conciertos, de música clásica o moderna, los cines y teatros y otros espectáculos siguen teniendo público. Y si los museos o exposiciones continúan atrayendo visitantes, y si los bares y discotecas no dejan de atraer clientes.
Los totalitarios odian lo que el resto considera normalidad, y pretenden imponer la suya propia. Saben que el día en que la mayor parte de una sociedad renuncia, por miedo, a disfrutar de sus aficiones y placeres mundanos está más cerca de ser derrotada. Y lo mismo ocurre cuando modifica su vida en aquello que no es tan placentero pero sí cotidiano, como ir a trabajar o al colegio, comprar en un supermercado o subirse en un autobús para ir a cualquier lugar.
Por eso los terroristas de todo signo atacan en bares, restaurantes, salas de conciertos, peñas futbolísticas o transportes públicos. No sólo buscan aumentar el número de víctimas y, así, incrementar la repercusión de su crimen. Pretenden que millones de seres humanos se dobleguen y renuncien a tener una vida más o menos normal.
Por todo esto es tan importante el mensaje que nos envían los madridistas iraquíes. Cada vez que se juntan para ver un partido se defienden a sí mismos, pero también nos defienden a nosotros. Su voluntad de mantener una normalidad en su vida a pesar de todo es un grito vivo de libertad, de resistencia ante el terrorismo.
No me importa demasiado el fútbol, pero por todos ellos hoy quiero escribir: ¡Hala Madrid!