Llena de orgullo, la Efe china informó de que el 15 de agosto se subastó la antorcha olímpica y que su precio, 42.000 dólares, superó ampliamente el de la que se prendió en 1936, por la que se han dado 25.000.
Pero más acertada hubiera sido la comparación con los Juegos de Moscú de 1980, ya que de la Unión Soviética han importado un sistema de promoción de las figuras del deporte al que han puesto por nombre juguo, que literalmente se traduciría como "la nación entera". Consiste en localizar en todo el territorio a aquellos jóvenes que tienen un talento especial y ponerse a explotarlos hasta sus límites. ¿Que se lesiona? ¡Será por chinos! Se le reemplaza por cualquier otro y santas pascuas. El juguo es una fábrica de sueños rotos, un almacén de infancias por estrenar.
La competición deportiva es un lugar para el desarrollo de las capacidades individuales, una forma no violenta de medirse con los demás y superarse a sí mismo. Fomenta los valores propios de una sociedad extensa y libre: el afán por mejorar, el trabajo duro y constante, el compañerismo, la igual sujeción de todos a unas normas comunes… China no se limita, como otros países, a facilitar los medios a colegios y universidades para que el que quiera seguir el duro camino del atletismo pueda hacerlo, sino que convierte a cualquier buen deportista en potencia en una pieza de su maquinaria propagandística.
Sé que a estas alturas resulta ñoño referirse al "espíritu olímpico", pero si alguna vez existió, no hay ya medium que pueda contactar con él después de las puñaladas que China, como antes Rusia, le ha clavado. China, en deporte, ha llegado más lejos, más alto y más fuerte. Pero no más libre.