Si uno se acerca al texto del teletipo o del propio boletín de mayo del BCE, la cosa queda clara: subir los sueldos lleva a una mayor inflación. Y la mayor inflación merma el poder adquisitivo. Es decir, que vuelve la vieja falacia de la "inflación de costes".
La idea es intuitiva. Los mayores costes van "empujando", sumándose en cascada hasta llegar a los precios finales. Como todos los productos necesitan trabajo y éste es más caro, el nivel general de los precios es mayor. Q.E.D.
Sólo que no es así. Unas ramas de la producción necesitan una participación mayor del trabajo que otras, por lo que el aumento de los salarios hará que el gasto total en estas industrias y productos sea mayor. Si la cantidad de dinero en el bolsillo de los europeos es el mismo, el gasto adicional que tengan que hacer aquí tendrán que mermarlo en otros productos, de modo que sus precios caerán. Lo que se produce, pues, no es un aumento generalizado de los precios, lo que llamamos inflación, sino un cambio relativo de los precios: suben los de los productos intensivos en trabajo en comparación con los que no lo son.
Si la cantidad de dinero es la misma, claro. Pero resulta que no es así. Según los últimos datos, la cantidad de dinero en la zona euro crece, y lo hace a un ritmo que supera el 10 por ciento anual. Con el dinero corriendo a mayor velocidad que el número de bienes sí nos encontramos con una inflación al alza. La inflación es un fenómeno monetario y el responsable último es el Banco Central Europeo. Ese que en su último boletín apunta, para sacudirse cualquier responsabilidad a "los agentes sociales", a quienes pide que no suban los salarios para que no aumente la inflación.
Los sindicatos siempre han dicho que la culpa de la inflación no estaba en los salarios. Por esta vez, tienen razón. Tienen toda la razón.