No estaría de más que los demócratas y sus terminales mediáticas se centraran más en las carencias de Trump como gobernante que en fantasías sobre el robo de las elecciones.
La campaña de Trump pagó para buscar los trapos sucios de Hillary Clinton a una empresa con numerosos lazos con el Kremlin, hasta el punto de que Putin también la contrató para su campaña de descrédito contra Serguéi Magnitski después de que el abogado muriera en una cárcel rusa por denunciar la extensa red de corrupción del Gobierno ruso. Además, el informe que redactó dicha empresa contó con informaciones provenientes de un «agente de inteligencia de máximo nivel retirado pero aún activo en el Kremlin» y de un «miembro de alto nivel del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso». Naturalmente, la prensa se ha abalanzado sobre esta información al considerarla la «prueba definitiva» de que hubo colaboración entre la campaña de Trump y Rusia para negar a Hillary Clinton una presidencia que al parecer le pertenecía por decreto.
¿No le suena esto de nada? Bueno, no se sienta culpable. No es que Cataluña haya ocupado toda nuestra atención, que también, sino que todo esto es cierto… pero con los roles cambiados. Fue la campaña de Clinton y el Partido Demócrata quienes contrataron a Fusion GPS para que elaborara el dosier cuya filtración provocó toda la histeria que nos acompaña desde entonces sobre las relaciones entre Trump y Rusia. Sí, aquella que decía que el magnate contrataba prostitutas para que le hicieran la lluvia dorada en la misma suite donde se alojó el matrimonio Obama. Así que los medios no han elevado la voz ni se han alarmado ni nada de nada. Tampoco por el hecho de que el FBI pagara parte de los gastos del antiguo espía británico que produjo el documento. Eso de colaborar con Rusia para investigar a la oposición está bien si es contra Trump.
En cambio, la gran noticia de la semana ha sido la imputación de la Fiscalía contra Paul Manafort, que fuera jefe de campaña de Trump entre junio y agosto de 2016, y un subordinado suyo, Richard Gates. Por el jolgorio parece como si la investigación dirigida por el antiguo director del FBI Robert Mueller hubiera concluido que hay efectivamente un delito relacionado con las relaciones del hoy presidente de Estados Unidos y Rusia, pero resulta que no. Todos los delitos de los que se acusa a Manafort son previos a la campaña de Trump, pese a que se supone que Mueller está ahí para dilucidar la posible interferencia de Rusia con las elecciones presidenciales, y tienen que ver con ocultar dinero al Gobierno y blanquearlo. Visto lo visto, parece probable que Mueller haya escarbado en la basura para forzar a Manafort y Gates a colaborar con él en la persecución a Trump. También se ha sabido que otro señor que colaboró gratis en la campaña y al parecer estuvo en una sola reunión con el gran hombre se ha declarado culpable de mentir al FBI a cambio de colaborar. Un pobre idiota, porque ninguna ley te obliga a hablar con el FBI pero sí a decirle la verdad si lo haces. Mucho ruido y pocas nueces.
Parece claro que Mueller sólo está interesado en Trump y que las imputaciones no son más que un escalón que le permitiría cazar piezas mayores. Pero se puede enfrentar al problema de que no haya piezas mayores. Hasta el momento sólo se ha sabido del interés del hijo de Trump en una oferta rusa de proveer de basura sobre Hillary, oferta que no llegó a concretarse. Tras estos meses de histeria y acusaciones, Hillary tiene más trapos sucios relacionados con Rusia que Trump. Hasta el FBI dirigido por el defenestrado James Comey tendría ahora mismo mucho más que explicar que Trump. Razón por la cual el Wall Street Journal ha pedido la dimisión de Mueller, amigo personal de Comey. Va a ser verdad que estamos ante un presidente de teflón. Quizá no estuviera de más que los demócratas y sus terminales mediáticas se centraran más en sus carencias como gobernante que en fantasías sobre el robo de las elecciones. Pero parece mucho pedir.