Ya ha transcurrido medio año de este accidentado 2020. Hoy se cumplen seis meses desde que se emitió la primera alerta científica sobre el virus de Wuhan. Desde entonces, 10 millones de personas han dado positivo y 500.000 personas han muerto a causa del coronavirus, sin entrar en la complicación de los datos oficiales.
La pandemia se ha instalado en nuestras vidas, junto con el miedo, el teletrabajo (quienes puedan) y una invitada a medio desvelar, que sólo ha mostrado una parte de su rostro: la crisis. Las consecuencias económicas del prolongado cierre decidido por el gobierno están, negro sobre blanco, en informes y artículos. Pero el limbo de los ERTE y la comprensible excitación ante las vacaciones de verano nos ciegan. No queremos saber nada. Ahora, no, por favor.
Con lo mal que lo hemos pasado, podrían darnos un poco de ‘vidilla’, al menos en el mes de agosto, y ya a la vuelta cargamos sobre nuestros hombros el madero de la cruz que, de nuevo, el gobierno considere que merecemos soportar, a costa de lo que sea. No estoy sola en esto: así estamos muchos.
Sin embargo, no está de más recordar algunas de las sombras que se ciernen sobre nosotros, y que irán materializándose, de aquí a finales de año.
La salida del Reino Unido de la Unión Europea está lejos de haber finalizado. Las negociaciones, durante los pasados cuatro años, desde el referéndum del año 2016, se han centrado en los términos de la salida. Pero no se concretaban los siguientes pasos ¿Cómo va a ser el día de después? Eso es lo que deberá decidirse de aquí a diciembre, ya que Boris Johnson ha expresado claramente su intención de no alargar más esta situación.
Hay varios temas delicados como, por ejemplo, el de la pesca. Los barcos europeos no podrán faenar en aguas británicas como siempre. Otro es la investigación: ¿se va a producir una fuga de cerebros en el Reino Unido si las condiciones de los investigadores comunitarios se endurecen?
En los meses de julio y agosto, ambas partes tendrán que concretar estos y otros desagradables flecos en una de las peores situaciones para ambas partes. La pandemia no está bajo control. Los científicos siguen sin poder responder a las preguntas que nos devolverían la confianza.
No está probado que el virus haya perdido fuerza, ni que los rebrotes lo sean o, por el contrario, se trate de reactivaciones de virus que no se han acabado de eliminar, y que han dado falsos negativos. No sabemos nada seguro acerca del tiempo que dura la inmunidad en quienes lo han pasado.
Desde el punto de vista económico, no sabemos cuándo vamos a poder lanzar la economía a pleno gas o si vamos a tener nuevos frenazos. Y, mientras, ahí está el coste del Brexit, mirando desde la puerta, mientras nos acercamos, sin remisión posible. Hay un centenar de personas en cada equipo de negociación y once sub grupos de trabajo que se encargan de limar diferencias para llegar a acuerdos. Eso no es gratis.
Ignacio García Bercero, negociador de la UE para el TTIP (Trasatlantic Trade and Investment Partnership) con Estados Unidos, tuiteaba el pasado 12 de junio que, una de las peculiaridades del Brexit es que la solución por defecto, si no se llega a un acuerdo, no se corresponde con el status quo actual, y por eso, ha de estar todo bien cerrado. Los medios británicos se hacían eco de las declaraciones de García Bercero con cierto brillo de esperanza en sus ojos.
La segunda sombra en nuestro horizonte es, precisamente, la situación económica de nuestro país y de nuestros socios de la Unión Europea, especialmente respecto a las ayudas. No es que los plazos europeos vayan lentos, es que lo que el gobierno español quiere es acogerse a las nuevas medidas, nuevos fondos, nuevos requisitos. Y eso sí tarda.
Hay ayudas previstas a través de mecanismos aceptados por todos (nosotros también) que no pensamos tocar, porque el gobierno no quiere tener que aplicar reformas con alto coste electoral, a pesar de que, económicamente, es lo más conveniente, ahora mismo. Las reformas estructurales son dolorosas pero limpiar una herida infectada también. La clave de ambos procesos es que son imprescindibles para solucionar las cosas de raíz, con visión a largo plazo.
Si alguien tenía en mente que el recurso a la EU va a ser similar al de la pasada crisis del 2008, que se lo quite de la cabeza. Italia y España son los países más afectados, pero no los únicos. Por ejemplo, debido a las expectativas frente al Brexit, las exportaciones alemanas al Reino Unido se han desplomado. Un 30% de las empresas alemanas está asumiendo ya que no va a haber acuerdo: se preparan para el terremoto.
Los países de Europa del Este, conscientes de que el dinero no cae del cielo, no quieren que haya recortes de fondos estructurales que compensen las aportaciones extraordinarias previstas para los afectados por el Covid-19, principalmente, para Italia y España. Es un tema sin resolver.
Finalmente, no hay que olvidar la complicación añadida que suponen China y Estados Unidos. Ninguno de los dos colosos va a poder recuperarse sin el concurso de los países que estamos en medio de su guerra comercial. Es cierto que, desde el punto de vista sanitario, la situación de ambas naciones es muy diferente.
No me atrevo a decir que China lo tiene controlado. Estados Unidos está en plena eclosión. Y, aunque es cierto que el mercado laboral estadounidense, previsiblemente, se recuperará mucho más rápido que el nuestro, no sabemos cuál va a ser el calado del perjuicio económico debido a la pandemia allí, porque se encuentran en plena batalla.
Esta incertidumbre, tanto acerca de los rebrotes en algunos lugares de China como del futuro estadounidense, ensombrecen la guerra comercial abierta que arrastraban antes del Covid-19. Y nos pilla en medio.
¿Cómo vamos a afrontar estas tres tormentas que, sin duda, nos van a afectar de una u otra forma? No soy muy optimista. Me gustaría que, al menos, por una vez, lo hiciéramos con luz y con los ojos abiertos. Como personas adultas.