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Macron y las paradojas de la integración

Publicado en Disidentia

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El presidente francés, Emmanuel Macron, fijó el pasado viernes su posición sobre la espinosa cuestión de la integración de la comunidad musulmana en el país. El presidente ha anunciado la propuesta de una ley que supondrá la actuación del Estado en varios ámbitos de las comunidades islámicas en Francia.

Así, de aprobarse la norma, el gobierno francés podrá controlar la actividad de las escuelas islámicas. También controlaría la actividad de otras asociaciones, como las deportivas o de otro tipo, siempre dentro de la red de instituciones vinculadas a la comunidad musulmana. Estos controles están plenamente justificados, pues la norma se refiere a aquéllas que reciban algún tipo de financiación pública; el Estado laicista francés ha estado financiando organizaciones que conspiran contra sus propias bases, y esta medida puede conducir a que se cierren algunas organizaciones por falta de medios, a que se controle su actividad por parte del Estado, o a que llegue la financiación por parte de las comunidades locales o procedente de fondos extranjeros.

Este elemento, el de la financiación exterior, es también muy importante, y de hecho está previsto que el Gobierno pueda controlar más de cerca la financiación extranjera de las mezquitas, así como el envío de imanes desde el exterior. Turquía, Marruecos y Argelia envían imanes a Francia, y convierten a las comunidades musulmanas en tentáculos de esos países en suelo europeo.

El Gobierno restringirá, asimismo, la educación en casa, al margen del sistema educativo reglado; lo que conocemos como homeschooling. La asistencia a clase será obligatoria, y el seguimiento de las clases en casa sólo se podrá realizar por motivos sanitarios. Para Macron, las escuelas son “el corazón del secularismo, (donde) los niños se convierten en ciudadanos”.

El objetivo es acabar con lo que llama “separatismo” islámico, con la creación en suelo francés de sociedades que tienen normas al margen de las del propio país; la creación de una “sociedad paralela”. En definitiva, el multiculturalismo, que es exactamente eso: tener al propio territorio como un solar en el que se pueden levantar comunidades que vivan al margen de la sociedad de acogida. Esta es la ideología que ha imperado en los Países Bajos y en Suecia, por poner dos ejemplos, pero nunca ha sido la ideología con la que Francia acoge a cinco millones de ciudadanos.

No es la ideología, pero sí la práctica de la política francesa. Lo reconoce el propio presidente francés, al decir: Nosotros mismos hemos construido nuestro propio separatismo; el de nuestros barrios. Es la guetización que permitió que se produjera en nuestra república, inicialmente con las mejores intenciones del mundo”.

Las sociedades occidentales, de raíz grecorromana y judeocristiana, han llegado a distinguir entre el ámbito del derecho, que es el que se refiere a los comportamientos lícitos e ilícitos, el de la moral, por aquéllos comportamientos lícitos que son beneficiosos o perjudiciales para la convivencia, y el ámbito de las creencias personales. Derecho, moral, religión, tres cuestiones con relaciones históricas entre sí, pero con ámbitos perfectamente distinguibles. Esto no se da en el Islam, donde la creencia no es un derecho de la persona, sino un deber irrenunciable, y está inextricablemente unido a un conjunto de normas que comprenden desde los ritos y obligaciones religiosas hasta la moral y el derecho, en un conjunto que no admite las sutiles diferencias que hemos aprendido en Occidente.

Ese acervo de normas, muchas de ellas dictadas por Dios al Profeta, no ceden espacio a la autonomía del individuo, no son de carácter dispositivo, y no se pueden reinterpretar desde el respeto a los derechos de la persona, o la conveniencia del conjunto de la sociedad, o las enseñanzas de la experiencia acumulada por la sociedad, como se ha hecho en las sociedades cristianas. Aunque algunas normas, como la ablación del clítoris, no son estrictamente propias del islamismo sino de las sociedades que han asumido esa religión, muchas de las otras normas que socavan la dignidad del individuo sí lo son.

Emmanuel Macron, como infinidad de intelectuales que buscan un mejor encaje de la comunidad musulmana en Francia, achacan el “separatismo” al islamismo radical. Pero seguir los preceptos de la sharía forma parte de los deberes de todo musulmán, por muy laxa que sea su interpretación de la religión. Esto pone a prueba varias ideas que tenemos por ciertas. “El problema es una ideología que reclama que sus propias leyes son superiores a las de la República”, dice el presidente francés. Pero no es una ideología, sino una fe religiosa, y dentro de ella no es necesario ser radical en ningún sentido para asumir ese planteamiento.

Una de ellas es la de integración, en términos republicanos o laicistas, tal como se utilizan estas palabras en Francia. Esa integración permite al creyente mantener su fe, y seguir los preceptos de la religión. Pero nunca atentar contra el Derecho del país. Es decir, que la fe del individuo no le otorga al ciudadano francés derecho a contravenir el Derecho. Pero esa misma fe conduce a muchos franceses a adoptar normas que son contrarias a la ley, o que suponen una discriminación que atenta contra los principios de igualdad en que se basa el discurso republicano.

Otra de las ideas es la de la misma concepción laica del Estado. Por un lado, Europa ha asumido como propia una idea que trabajosamente se desarrolló dentro del seno de la Iglesia, y es la separación entre ésta y el Estado. De las palabras de Jesucristo sobre lo que había que darle a Dios y al César, a la teoría de las dos espadas, al enfrentamiento entre el papado y el Imperio, se ha ido creando la idea que otros han llevado hasta sus últimas consecuencias.

Esa idea de la separación de Iglesia y Estado bascula sobre la conciencia individual, sobre la decisión del individuo de aceptar o no la fe, y sus preceptos. Un espacio que está claro en la concepción cristiana del hombre, pero que es mucho más estrecho en la visión musulmana.

Lo más interesante del planteamiento de Emmanuel Macron pasa por la creación de un Instituto de Islamología que favorezca el desarrollo de una “Ilustración islámica”. Pero, por un lado, es difícil que la umma, la comunidad de creyentes del Islam, siga los preceptos del Imán Macrón. Y, por otro, esa Ilustración se ha producido en más de una ocasión dentro de la civilización islámica, y nunca ha desembarcado en el puerto de la libertad de conciencia.

No deja de ser ilustrativo que la Revolución francesa, que se desarrolló entre otros pilares sobre el de la libertad de conciencia, desembocase en una persecución brutal de quienes se enfrentasen a ella, y que quisiera sustituir la religión católica, mayoritaria entonces en el país, por una nueva religión con la Razón en el centro. Quizás, incluso los que estamos fuera de la religión católica, debamos asumir que es la civilización donde ésta adoptó un papel central la que ha permitido una sociedad abierta y permisiva, aunque esa tolerancia y voluntad de integración nos conduzca a las actuales paradojas.

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