Me costaba admitir que esta organización participara en algo así. No en vano esta agencia de la ONU se opuso durante la Guerra Fría a lo que entonces se llamaba libre flujo de información. Esto es, su postura era contraria a que los ciudadanos de cualquier país pudieran acceder a los contenidos informativos producidos en cualquier lugar del mundo. Simplemente, apoyaba la censura que entonces practicaban decenas de gobiernos dictatoriales de distinto signo.
Además, la UNESCO ya tenía al menos un antecedente de fobia a la red. En noviembre de 2005 acusó a Internet de ser culpable de la futura desaparición de 3.000 lenguas. Algo que resulta un absurdo absoluto. Y no es esta agencia el único apéndice de la ONU con antecedentes liberticidas referidos a la web. La Unión Internacional de Telecomunicaciones organizó una Cumbre Mundial Sobre la Sociedad de la Información que sirvió de púlpito a dictaduras para que clamaran contra la libertad de expresión en general y en la red en particular. Por todo ello, no me sorprendió que a última hora la UNESCO anunciara que no iba a apoyar la iniciativa de RSF.
Una vez más, un organismo de la ONU se pliega ante las dictaduras, ante los enemigos de la libertad. Nada nuevo en esta organización o en cualquiera de sus agencias. La UNESCO prefiere ser cómplice de los gobiernos de los quince países incluidos en la lista de RSF (en alguno de ellos, como Cuba, se ha llegado a condenar a 20 años de cárcel a una persona bajo la única acusación de buscar un lugar donde conectarse a Internet) a ponerse de lado de quienes acusan a los liberticidas. Y lo hace con fondos procedentes en buena medida de los impuestos de los países democráticos.
Basta un breve repaso a algunas prácticas de estos países para comprender lo indecente de la espantada de la UNESCO. Los saudíes tienen bloqueado el acceso a 400.000 sitios web por su contenido "inmoral". En Bielorrusia, el Gobierno no ha dudado en impedir el acceso a los sitios web de la oposición. En Cuba está prohibido acceder a la red sin permiso oficial y en los cibercafés existentes para cubanos tan sólo se accede a una intranet nacional. En China encontramos una cifra contundente: 48. Es el número de ciberdisidentes encarcelados en el país, la mayor cárcel de internautas del mundo.
Estas prácticas y muchas otras son las que no quiere denunciar la UNESCO. Prefiere, agarrándose a la excusa de que no puede apoyar manifestaciones virtuales, tener contentos a los dictadores y despreciar, mediante el silencio, a sus víctimas. Maldita UNESCO.