El motivo de esta decisión sin precedentes es que los españoles somos reticentes a pagar el canon digital que Z prometió al artisteo en pago de sus favores durante la campaña electoral. Y es que a nuestros artistas no les basta con fagocitar por la jeta el dinero de nuestros bolsillos e insultarnos cuando llegan las elecciones, quieren además que les demos las gracias. Es lo que se desprende de las declaraciones de la presidenta de la academia, Ángeles González Sinde, absolutamente deliciosas, en las que ha desgranado todo un memorial de agravios contra "las gentes de la cultura". A saber:
- Los españoles rechazamos el impuesto revolucionario del canon digital porque estamos muy mal informados y además preferimos proteger antes a las empresas tecnológicas que a nuestros creadores. O sea, que sobre tontos, malos.
- Por otra parte, no sabe la presidenta a qué viene tanto revuelo, cuando el impuesto va destinado a las empresas y no a los usuarios. Es decir, que según esta señora, atentos señores catedráticos de economía aplicada, el incremento en el coste de un producto repercute en el precio final sólo si el dinero recaudado no va destinado a la izquierda ociosa, en cuyo caso esta ley elemental deja de operar y el coste adicional lo asume íntegramente el empresario de su bolsillo.
- Programar películas españolas en la televisión es muy rentable, lo que pasa es que los directivos de las cadenas son masoquistas y prefieren perder dinero a espuertas programando superproducciones norteamericanas.
- Las televisiones operan con una concesión del Estado, por lo que debe exigírseles que "compensen al resto de la sociedad"… comprando cine español, claro, aunque los telespectadores cambien inmediatamente de canal cuando un hecho de estas características sucede.
- Las subvenciones que pagamos entre todos anualmente al cine español ascienden a unos cien millones de euros (dieciséis mil seiscientos treinta y ocho millones de pesetas), una miseria comparada con la extraordinaria calidad artística de las producciones con que nuestros cineastas nos recompensan, a pesar de que, en nuestra burricie, a casi ninguno de nosotros se nos ocurre últimamente pagar (por segunda vez) en las salas de proyección para deleitarnos con su néctar.
La situación es dramática y la directora de la academia advierte: "Puede haber una fuga de talentos (sic) a Estados Unidos". En Hollywood están ya tomando las medidas pertinentes para que semejante desembarco de genialidad no sature la industria norteamericana, que aunque siempre anda necesitada de creadores españoles probablemente no pueda asumir esta avalancha de un tirón. Por otra parte, ¿imaginan lo que sería de este país si de pronto emigraran al otro lado del charco los inventores del cordón sanitario? Sólo de pensarlo le dan a uno escalofríos, así que aflojemos la faltriquera y pasemos por alto la gilipollez endémica de nuestro cine y los insultos constantes que los "creadores" dedican a quienes no piensan como ellos. Esto es ya un asunto de emergencia nacional.