– Doctor, desde hace unas semanas que tengo la piel amarilla.
– A ver… Sí. Le daré algo.
– No me va a hacer pruebas, análisis… no sé, tal vez sea ictericia o algo del hígado. ¡Estoy amarillo!
– Tranquilo, no hace falta. Lo único que ha de hacer es ir a un supermercado, se compra cualquier maquillaje, se lo aplica por la piel y el amarillo ni se le verá… Problema solucionado.
– Ehhh…
Esta es más o menos la solución que han tomado los Gobiernos de occidente para tapar la crisis financiera actual. Inyecciones de dinero, rescates y otras subvenciones no son soluciones de fondo a un sistema enfermo, son parches que no curan nada y que a la larga sólo provocan su empeoramiento.
En estos días hemos oído de todo. Estamos confiando nuestro destino y bienestar material a personas que tras sus ilustres cargos sólo ocultan a alguien con una cultura económica muy decepcionadle. Es el caso de Joaquín Almunia, que ha llegado a decir que el problema de fondo de la crisis es la avaricia. Prohibamos pues trabajar más para conseguir mayor sueldo, que nos podamos comprar mejores coches o dar mejor educación a nuestros hijos. La avaricia, señor Almunia, es un factor humano que nos pide maximizar nuestro bienestar material por medio de nuestro esfuerzo. Esta es la avaricia del libre mercado. La avaricia del socialismo es la que ahora vemos: la expropiación del dinero y la producción de unos (pagadores de impuestos) para otorgarlo a otros (consumidores de impuestos). Esa es la avaricia que fomenta el Estado, la de la fuerza y violencia del políticamente débil a favor del lobby y el "capitalismo de Estado".
Otros nos dicen que los rescates son injustos pero necesarios para salvar al sistema. Presuponen que el sistema actual de reserva fraccionaria gubernamental es el adecuado, pero que la economía no se sabe adaptar a ella, por lo que necesita de bomberos gubernamentales que les vayan a apagar el fuego con nuestro dinero. Quieren mantener el mismo sistema, pero con más controles, más Estado. Llevamos cien años así y las crisis siguen igual. El dinero barato de los bancos centrales, las políticas expansionistas y la economía dirigida es lo que nos ha llevado a esta situación.
La Escuela Austriaca nos enseñó que ni la avaricia del hombre corriente ni el de las empresas son las culpables de las crisis y ciclos, sino el monopolio de la moneda y el no respaldo de esta por ningún activo real. No se puede culpar a la gente por comprar pisos cuando los bancos les ofrecían préstamos baratos. Tampoco se puede culpar a las empresas por endeudarse y tampoco se puede culpar a los bancos por tomar las toneladas de dinero que creaban los bancos centrales. Todos ellos trataban de maximizar su bienestar material confiando en un sistema que es puramente insolvente y piramidal. El problema va más allá.
La Escuela Austriaca nos dice básicamente que la moneda ha de estar ligada a la productividad y no la productividad a la expansión de la moneda barata. De usar el último principio, el neoclásico y el del establishment, lo único que tendremos son ilusiones de crecimiento que algún día u otro tendrán que pasar cuentas con la realidad.
Los economistas del establishment defienden su modelo aunque, una y otra vez, veamos inexorables y violentos ciclos junto con crisis recurrentes que siempre se producen por lo mismo: falta de dinero en el sistema, desconfianza y, en definitiva, fuertes contracciones de la demanda que obligar a reajustar los precios a una velocidad de vértigo. Estos economistas no ven la enfermedad en su modelo económico, sino en el mercado y sociedad: avaricia, consumismo, exuberancias irracionales… La solución evidente a esta postura es expandir más la dictadura de la producción con más soviets que controlen a la gente, a las empresas y una economía más dirigista.
El sistema monetario está enfermo y no se va curar con maquillaje. Si no queremos dejar que ocurra lo mismo en el futuro hemos de apostar por un sistema sano, transparente y totalmente diferente. La historia nos muestra como el patrón oro fue un sistema muy sólido y sano, pero hay otros.
En realidad, sólo es cuestión de abolir el curso legal de la moneda estatal y permitir la privatización del dinero junto a un mercado monetario y financiero no intervenido. En el peor de los casos, si falla, al menos serán estas empresas quienes tendrán que tragarse sus malas gestiones y asumir irrevocablemente las consecuencias. Nosotros al menos mantendremos los activos reales respaldados que podremos comercializar en el mercado libre. No hará falta que ningún político de turno monte circos reuniéndose con la banca, aumentando el Fondo de Garantía de Depósito como si esto fuese la solución mágica a todo o apostando por rescates totalmente opacos que nadie sabe cómo se articularán y que vamos a estar pagando durante años a un alto precio.
De no ser así, volveremos a ver esta crisis en el futuro donde los malos gestores serán los ganadores de la crisis. Tal vez la imagen que más representa el sistema neoclásico actual es la fiesta de 450.000 dólares que se han dado los directivos de AIG para celebrar el rescate a costa del contribuyente. Algo así no se ha de repetir.