Rajoy deja un PP mucho más débil que la formación que existía cuando comenzó a presidirla.
Hay una vieja maldición, que suele atribuirse a los chinos pero que también se puede encontrar en recopilaciones de dichos sefardíes, que proclama: “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Eso es lo que le está ocurriendo al Partido Popular, que ha entrado en la etapa más delicada y, al tiempo, más apasionante de su historia. Desplazado del poder literalmente de un día para otro, los acontecimientos se han precipitado y el PP tiene que afrontar a un ritmo vertiginoso procesos y debates que llevaban demasiado tiempo aplazados. Las tensiones internas se van a multiplicar según avancen las semanas.
Cuando Mariano Rajoy anunció este martes que deja la presidencia del PP y que se convocará un congreso extraordinario para elegir sucesor no hacía otra cosa que ceder ante una exigencia cada vez más generalizada en el seno del partido. Tras un primer momento de estupor ante la velocidad de los acontecimientos, en privado las filas populares se mostraban más críticas con su líder que lo que expresaban en público. No eran pocos los que pensaban que el plan del expresidente del Gobierno era atrincherarse en la conocida como “planta noble” del número 13 de la madrileña Calle de Génova, donde tiene su sede central el PP, y ejercer como líder de la oposición lo que reste de legislatura. Al final, ha tenido que rendirse ante la realidad.
Los más leales a Rajoy siempre le han atribuido lo que llamaban “el magistral manejo de los tiempos”. Sin embargo, son ahora los tiempos los que corren en contra del PP. Por los propios estatutos internos del partido, el congreso extraordinario no podrá celebrarse antes de mediados de julio. Parece un plazo corto, pero el problema es que no se sabe cuándo habrá elecciones generales.
Pedro Sánchez ha expresado la intención de no convocarlas pronto, pero el Gobierno va a enfrentar una debilidad parlamentaria extrema. En estas circunstancias, podría disolver las Cortes Generales dentro de pocas semanas y llegar a hacer coincidir el cónclave de los populares con el inicio de la precampaña de los comicios. Es poco probable que ocurra, pero es un escenario que no se puede descartar.
Incluso si Sánchez logra retrasar la convocatoria de comicios varios meses, el futuro presidente y candidato del PP a la presidencia del Gobierno tendrá poco tiempo para afianzarse en el liderazgo. Los tiempos, sin duda alguna, correrán contra él.
Una incierta carrera por la sucesión
La carrera por recoger el testigo de Rajoy va a ser una competición a contrarreloj, pero todavía no se sabe ni tan siquiera quién está dispuesto a participar en ella. Vuelve a sonar con mucha fuerza como favorito el nombre del presidente autonómico de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, el único popular que gobierna con mayoría absoluta en una región española. La pregunta que queda en el aire es si él está interesado en dar el salto a Madrid.
Le quedan dos años de cómodo mandato autonómico, con la posibilidad de repetir una vez más en el cargo a partir de 2018 si las cosas no se tuercen. Suceder a Rajoy supondría renunciar a ello por una apuesta que llevaría a un futuro incierto, puesto que nada garantiza en estos momentos que el PP vaya a ser el partido más votado en las próximas elecciones generales, cuando estas tengan lugar. Además, los factores familiares pesan mucho.
La mujer del presidente gallego, Eva Cárdenas, es una muy alta directiva del Grupo Inditex, en el que tiene un sueldo que multiplica por más de 11 veces el salario del presidente del Gobierno español. Es bastante probable que el matrimonio, que tiene un hijo en común, no quiera verse en la circunstancia de vivir a 600 kilómetros uno del otro. En cualquier caso, por el momento Núñez Feijóo ha evitado aclarar si se plantea presentarse a la presidencia del Partido Popular.
Las otras dos aspirantes históricas han llegado a la actual situación con pocas probabilidades. La exvicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, es vista con mucho recelo por gran parte del aparato popular y por un sector muy amplio de los afiliados. La secretaria general del partido y enemiga íntima de Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal, ha dejado abierta la puerta a participar en la lucha, pero tampoco cuenta con muchas opciones.
Tiene mucho poder interno, pero no tanto como en el pasado. En el tiempo que ha estado al frente del Ministerio de Defensa quien ha controlado en buena medida lo que ocurría en la estructura de la formación era el coordinador general del PP, Fernando Martínez Maíllo. Fuentes de Génova han augurado, en conversación con ALnavío, duros enfrentamientos entre Cospedal y Maíllo.
Cospedal no sólo tiene que tratar de recuperar el control total del aparato. Además, es una figura “quemada”, en expresión de fuentes populares. Ha sido la persona que ha dado la cara en muchas ocasiones por Rajoy y el PP en los momentos de dificultad. Su figura, como la de Sáenz de Santamaría, ha quedado profundamente entrelazada con la del expresidente del Gobierno en el imaginario de los ciudadanos en general y de los afiliados al PP en particular. Y eso es algo que no les favorece, ni a una ni a otra, en el actual momento. La dura realidad para el PP es que va a tener que afrontar su congreso extraordinario sin que por el momento haya un candidato claro a suceder a Rajoy.
No se tolerará un dedazo
En las filas populares abundan los que desconfían de que Rajoy vaya a tratar de imponer a su sucesor. Es cierto que en el discurso en el que anunció su futura retirada dijo que no nombrará a nadie en el partido. Pero la realidad es que, por ejemplo, técnicamente a él no le nombró José María Aznar (con el que ahora está enfrentado). Su predecesor propuso su nombre, y el partido obedeció cual ejército siguiendo las órdenes del capitán general. Si Rajoy intentara algo similar, la crispación interna en el PP se multiplicaría.
Tal como dijeron fuentes de Génova a ALnavío: “Los tiempos han cambiado y ya no se acepta un dedazo como el de Aznar para poner a Rajoy, pero no sabemos si él es consciente de eso”.
Las propias normas internas dificultan el recurso al dedazo. Tras la reforma de los estatutos, la elección del presidente del partido se producirá en dos fases. En la primera podrán votar todos los militantes, se tratará de unas primarias como nunca antes hubo en el PP. En la segunda, ya sí, la elección se dirimirá entre los dos candidatos que hayan conseguido más apoyos. Si el aspirante avalado por Rajoy, en caso de que lo haya, no logra superar el examen de las bases quedaría eliminado de la carrera.
Los factores internos corren en contra del PP para presentarse a las próximas elecciones cohesionado y con fuerza, y los externos no le son más favorables. Desde hace tiempo las encuestas reflejan que Ciudadanos, con quien compite en el sector electoral de la centro-derecha, no deja de subir en intención de voto mientras que el Partido Popular va en bajada continua. Si Pedro Sánchez no toma medidas descabelladas que pongan en peligro la mejora de la economía, el argumento de la buena gestión en esta materia dejará de tener fuerza. Y, para rematar, en el segmento político más conservador no deja de ganar popularidad Vox, un partido situado a la derecha del PP y que según algunos sondeos ya puede quitarle al menos un diputado en los próximos comicios.
En su última intervención en el Congreso de los Diputados como presidente del Gobierno, Mariano Rajoy dijo que dejaba una España mejor que la que se encontró. Con independencia de que eso sea cierto o no, lo que sí deja es un PP mucho más débil que la formación que existía cuando comenzó a presidirla.