Las deficiencias del mercado laboral no son recientes, sino que constituyen un mal endémico de nuestra economía desde hace 40 años.
La evolución del número de ocupados en la economía española durante los últimos cuatro años ha sido indudablemente positiva: entre 2013 y 2017, se han creado 1,8 millones de empleos, revirtiendo con ello más de la mitad de todos los puestos de trabajo perdidos durante la crisis económica. Sin embargo, durante este periodo, buena parte de la izquierda política y mediática ha buscado formas de empañar el sólido incremento del número de ocupados para así ejercer su rol opositor. A este respecto, dos han sido las argucias preferidas para echar por tierra la notable trayectoria: por un lado, la reducción del número de horas trabajadas (“hay más ocupados porque se están repartiendo las horas de trabajo”); por otro, la extraordinaria temporalidad de los nuevos empleos (“hay más puestos de trabajo, pero solo ‘basurientamente’ temporal”).
Durante el cuarto trimestre de 2017, la creación de empleo se ha frenado: el número de ocupados ha caído en casi 51.000 personas, la peor cifra desde el recesivo 2013. El dato no es ni mucho menos para echar cohetes, aun cuando a lo largo del año la ocupación haya crecido en 490.000 personas. Sin embargo, y atendiendo a los criterios empleados por buena parte de la izquierda para valorar los datos de paro (número de horas ocupadas y temporalidad del empleo), acaso debiéramos ofrecer una visión distinta sobre lo acaecido en este último trimestre.
Por un lado, el número de horas trabajadas por semana ha crecido en 40,5 millones durante este trimestre: por tanto, no trabaja más gente porque cada uno esté ocupado durante menos horas, sino en todo caso al contrario. A decir verdad, empero, el guarismo aislado es muy poco relevante, puesto que siempre mejora muy apreciablemente durante el último trimestre del año (debido al generalizado disfrute de las vacaciones en el tercer trimestre). Más significativo, en cambio, es que el número de horas trabajadas se haya incrementado en casi 10 millones por semana con respecto al cuarto trimestre de 2016, hasta el punto de alcanzar los 604 millones de horas semanales: el mayor dato desde 2010 (y si excluimos al sector de la construcción y al sector financiero, los dos que más se han hundido durante la crisis, estaríamos ante un dato similar al de 2009).
Por otro, conviene remarcar que la caída del número de ocupados durante los últimos tres meses de 2017 no se debe en absoluto a una destrucción de empleo indefinido. Al revés, la cifra de ciudadanos con un empleo fijo aumentó en casi 120.000: fueron las ocupaciones temporales las que se hundieron en 103.000 (y, a su vez, los no asalariados se redujeron en 67.000). Por tanto, no es que haya más empleo pero de menos calidad, sino nuevamente al revés. Tan es así que, a lo largo de 2017, se han creado 358.000 empleos indefinidos: el 73% de toda la ocupación generada y el mayor aumento interanual en todo el periodo de recuperación.
Por consiguiente, atendiendo a los dos parámetros que más frecuentemente suelen emplear muchos políticos, sindicalistas y analistas para echar por tierra el notable aumento de la ocupación durante los últimos ejercicios, uno debería concluir que los datos de este cuarto trimestre han sido maravillosos: sí, hay menos ocupados que en el tercer trimestre, pero con más horas trabajadas y con mayor estabilidad en el empleo.
Las reflexiones anteriores no deben interpretarse como un espaldarazo personal a la buena salud de nuestro mercado laboral. Es imposible sentirse orgulloso de un vergonzoso mercado de trabajo que cronifica el paro y la temporalidad entre casi un 40% de la población activa. De hecho, y como ya he expresado en numerosas ocasiones, la distorsionadora hiperregulación de nuestro sistema de relaciones laborales constituye uno de los principales culpables de la exclusión social que sufre una parte importante de la población española.
Ahora bien, estas graves deficiencias del mercado laboral no son recientes, sino que constituyen un mal endémico de nuestra economía desde hace 40 años (nuestra tasa de paro media desde 1980 ronda el 17% y la tasa de temporalidad se ha ubicado regularmente alrededor del 30%, incluso por encima de los niveles actuales). Por consiguiente, si bien resulta del todo legítimo y necesario criticar los enormes defectos estructurales de nuestro mercado de trabajo, es absolutamente tramposo hacer pasar esos defectos estructurales como problemas específicos de la presente coyuntura.
O dicho de otro modo: si tomamos como dada la legislación laboral que sufren los españoles desde hace décadas, la evolución del empleo en los últimos años —incluyendo 2007— está siendo muy notable… Por mucho que esa legislación laboral haya sido, sea y vaya a seguir siendo horrible debido a la oposición de todas las formaciones políticas a liberalizar el mercado de trabajo. Reconozcamos la realidad de la coyuntura que vivimos y trabajemos activamente para modificar la deplorable estructura que sufrimos.