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Más tonterías ecologistas

Publicado en Libertad Digital

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Enrabietados contra los EE.UU. por no haberse plegado al carísimo y absurdo programa energético establecido en el Protocolo de Kioto, los ecologistas han desencadenado una de sus habituales campañas de desinformación e intoxicación ciudadana. Según ellos, los EE.UU. estarían haciendo “dumping contaminante”. Sus empresas se estarían beneficiando de la energía más barata a costa de incrementar la polución del planeta. Las compañías establecidas en el resto de países “solidarios” —léase los gobiernos borreguiles que servilmente obedecen los dictados de Greenpeace—, se verían de este modo incapaces de competir adecuadamente. Ante tanta necedad conviene hacer algunas puntualizaciones.

Primero. Es falso que los EE.UU. estén contaminando el planeta. Las mediciones sobre contaminantes en al aire que anualmente realiza la EPA —la Agencia Norteamericana de Protección del Medio Ambiente—, muestran una continua e ininterrumpida mejoría en la calidad del aire. De hecho, el economista judío americano Julian L. Simon mantuvo hasta su muerte en 1998, la siguiente propuesta: “Apostaré el salario semanal o mensual a que cualquier tendencia medioambiental y económica perteneciente al bienestar material básico humano (…) mostrará mejoría a largo plazo en lugar de empeorar (Simon, The Last Resource, 1996, p.36). Usted elija la tendencia —tal vez, la tasa de mortalidad, el precio de un recurso natural, alguna medida de polución o contaminación del agua o el número de teléfonos por habitante— y elija usted el área del mundo y el año futuro con que deba establecerse la comparación. Si yo gano, mi premio irá a investigaciones no lucrativas”. Respecto a la calidad del aire en particular, Simon proponía una apuesta sobre los contaminantes que los residentes de EE.UU. respiran. Es difícil comprender cómo los EE.UU. están ensuciando el planeta si el aire que ellos respiran es cada vez mejor. Por supuesto, los ecologistas no han aceptado jamás esta apuesta. Aunque muy dispuestos a jugar alegremente con la el patrimonio de los demás, estos señores no arriesgan el suyo propio.

Segundo. Es verdad que los productores americanos se benefician de una energía más barata. Pero, lejos de ser algo perjudicial, tal situación es beneficiosa no sólo para los americanos, sino también para el resto de habitantes del planeta. De este modo, todos tenemos acceso a productos más económicos. Si producir y vender barato significase empobrecer al resto del mundo, mañana mismo habría que ordenar dinamitar todas las factorías y destruir las máquinas. También convendría como decía el insigne economista francés Frederic Bastiat, tapiar todas las ventanas y tragaluces con el fin evitar la desleal y agresiva competencia que ejerce el sol contra los eventuales fabricantes de bombillas, candelas y electricidad. El sol regala una luz que a él nada le cuesta producir.

De toda esta necedad, sólo hay un punto cierto: los países que aplican el Protocolo de Kioto lo hacen a costa de sus empleos y de la prosperidad de sus empresas. Al dejar inservible parte de su equipo capital, rebajan su productividad y por tanto su capacidad para pagar buenos salarios. Todo en aras de un ruinoso espantajo científicamente insostenible. Si se obliga a otros países menos estúpidos a hacer lo mismo, la situación general lejos de mejorar, se va a agravar considerablemente.

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