Pero como acababa de ser rehabilitado, junto con otros ultramontanos, por el Papa Benedicto, ese voto renovado de negacionismo le ha colocado en el indicador de popularidad de Internet a la altura del pato Donald. ¡Bravo!
Williamson habla sobre la verdad y pide anteponer el análisis a los sentimientos. De este modo se coloca a sí mismo en el papel de un honrado juez, mientras quienes le atacan aparecen como una caterva animada por un odio cerval. La realidad es, claro está, que es él quien siente rechazo por los judíos, algo que, por otro lado, no ha ocultado jamás. Y no deja escapar la oportunidad de lanzar mensajes en contra de ese pueblo. Por ejemplo, recientemente ha condenado la contraofensiva de Israel en Gaza en los mismos términos, y con el mismo odio, que muchos que fingen escandalizarse con el “negacionismo” del obispo.
Pero Williamson no tiene importancia alguna. No es ya que no sea un acreditado historiador o que las teorías en que se basa y que parten del odio hacia lo judío, no del amor por la verdad, hayan sido desacreditadas muchas veces. Es que lo que está en juego aquí es algo más que las palabras de este obispo. Lo que está en juego es la libertad, y por tanto la verdad.
Para muchos, y no en todos los casos con fines confesables, resulta tentador censurarle. Pero si, como es claro, su negación del holocausto es una gran mentira inspirada por un odio aún más grande hacia los judíos, prohibir su mensaje o simplemente rechazarlo de plano sin permitir una discusión de sus ideas sólo tiene efectos negativos.
La censura es el refugio de la mentira, tanto para la oficial como para la más minoritaria. Una posición como esa, que se basa más en un sentimiento inconfesable que en la atención a la realidad, se siente reforzada por ella. Porque la oscuridad de la censura es el refugio de la mentira, es el medio en que se siente segura, cómoda. Hay que sacarla a la luz, exponerla ante los hechos y las razones para derrotarla una vez más. La verdad jamás teme a la censura.
Por eso alguna de las manifestaciones para acallar a Williamson resultan de lo más sospechoso. Pues igual que no todas las posiciones generalmente aceptadas son falsas, también ocurre que no todas son acertadas. Y con el ejemplo de la censura de las opiniones racistas y de las leyes anti difamación, se puede intentar colar la imposición de otras “verdades oficiales” no necesariamente ciertas.
No es la mentira de Williamson lo que está en juego, sino la verdad.