La enfermedad crónica de la economía española es el mercado de trabajo. Aquí hay paro hasta cuando las cosas van bien. En los años de la burbuja, aquel tiempo feliz en el que atábamos a los perros con longaniza, la tasa de desempleo bailaba con el 10%. Decíamos que había pleno empleo y que quien no trabajaba era porque no quería. Algo de razón había en eso, pero las listas del INEM estaban a rebosar.
Ahora, ya no nos queda ni perro ni longaniza y, claro, el paro se ha duplicado situándose en una tasa tan alta que en cualquier otro país originaría una revuelta social. Pero aquí no pasa nada. Los parados que cobran subsidio –cada vez menos– y los que no lo cobran –cada vez más– muestran una paciencia digna de un cartujo. ¿Por qué sucede esto? ¿Somos los españoles unos Quijotes que viven del aire y jamás se quejan? Evidentemente no.
En España conviven cuatro mercados de trabajo. De arriba a abajo creciente en riesgo y decreciente en productividad. El primero es de los funcionarios, más de 3 millones, que viven al margen del mercado y, por lo general, no dan golpe. El segundo el de los contratos indefinidos, ilusorio blindaje contra el despido por el que todo el mundo anhela. El tercero es el de los contratos temporales y los autónomos, que viven y se la juegan al día. Por último, el cuarto, el más libre y arriesgado, es el mercado sumergido.
Aunque los políticos se empeñen en lo contrario, el trabajo no deja de ser un factor de producción. Cuando la economía se contrae, su precio se ajusta a la baja. Sin embargo, por privilegios legales, en los mercados superiores –el funcionarial y el de los contratos fijos– no se puede o es muy complicado ajustar el precio del factor, es decir, el salario. Por esa razón el empleo está desapareciendo o sumergiéndose en el mercado negro, donde no se firman contratos ni se pagan impuestos.
Si el Gobierno quiere que baje el paro, no tiene más que dejar de pelearse contra la realidad y liberalizar un mercado que, por lo demás y al margen de sus arbitrios, es totalmente libre en, al menos, uno de sus escalones. Para eso tendría que suprimir privilegios convirtiendo los cuatro mercados de trabajo en uno solo, que es como debe de ser por una cuestión de elemental de justicia social auténtica, no el piélago de leyes, privilegios y normativas en el nos ha metido un socialismo eternamente peleado con la libertad.