Si mira, comprobará que los Estados son enormes, en particular en los países occidentales.
Michael Sandel, célebre catedrático de Harvard, darling del pensamiento único, y generoso benefactor de esta columna, habló ante un entusiasta J. A.Unión en El País sobre «la fe absoluta en los mercados».
El sabio ha escrito un libro: Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado. Este premio Príncipe de Asturias (¿es que hay alguno que no sea políticamente correcto?) analiza unas «sociedades de mercado en las que todo está a la venta», y ha concluido que en las últimas décadas «la globalización neoliberal ha hecho crecer la desigualdad y exclusión social» –de ahí el populismo–. Y nos urge a «elevar y profundizar los términos del discurso político» preguntándonos: ¿cuál debe ser el papel y el límite del mercado?
El profesor Sandel, como era de esperar, ha tenido un enorme éxito repitiendo estas gansadas.
En nuestras sociedades prevalece cualquier cosa menos «la fe absoluta en los mercados». El peso del Estado es el mayor de la historia. Nunca antes había sido tan grande la proporción de bienes y servicios que no están a la venta. Nunca antes el dinero de los ciudadanos ha podido comprar relativamente menos cosas. El ilustre catedrático de Harvard no puede ignorar que esto es así, porque las cifras de impuestos, gastos y deuda de los Estados son públicas: solo tiene que mirar.
Si mira, comprobará que los Estados son enormes, en particular en los países occidentales. También comprobará que en otros países la caída del comunismo desató una ola de apertura no solo política sino también económica, que facilitó que cientos de millones de personas dejaran atrás la pobreza extrema, y que la desigualdad en el mundo, por esa razón, ha disminuido.
El profesor nos urge a elevar y profundizar el análisis de la política, y a pensar en los límites del mercado, pero elude ponderar el tema de los límites del poder político. ¿Por qué creerá que esa reflexión no es elevada ni profunda?