Diez años lleva contra la empresa de Gates y en octubre, tras sucesivos palos en forma de sanciones crecientes, ésta decidió rendirse y compartir su creación con un conjunto de rémoras. Pero como no lo ha hecho en la medida, en la forma y por el precio exigidos por la CE, y como la voracidad recaudadora de ésta no parece conocer el rubor, esta semana se ha producido una nueva sanción, de 899 millones de euros, a la que seguramente seguirán otras.
Más allá del desaforado apetito de las administraciones por lo ajeno, en este caso se ventilan dos concepciones de en qué consiste la competencia. La primera, en línea con la economía neoclásica, entiende que es una situación en que hay un gran número de oferentes con escasa diferencia entre ellos y sin un actor predominante. Como quiera que la realidad no es, precisamente, el punto fuerte de los modelos neoclásicos y los desmiente a cada ocasión, la respuesta habitual consiste en decir que lo que está mal no es la teoría sino la práctica. Y al grito de "te voy a dar yo a ti competencia", recomienda que sean las administraciones quienes hagan bueno el modelo, aunque sea pistola en cinto.
La otra no presupone un resultado final, porque entre otras cosas no ve la competencia, ni el mercado, como una situación, sino como un proceso. Un proceso de descubrimiento, como lo describió Hayek; un proceso abierto que no sólo no necesita intervención del Estado para funcionar, sino que tiene como condición sine qua non que el único papel del Estado sea proteger la propiedad y la libertad.
No podemos saber de antemano cuál será la forma óptima del mercado, el número de oferentes adecuado o su tamaño. Por eso resulta conveniente confiar en la verdadera competencia y esperar que la rivalidad y el deseo de generar nuevos beneficios expulsen a las empresas que no sirvan al consumidor. Claro, que la CE tendría menos tarea que hacer.