Por eso se ha refugiado en la vieja guardia, como Manuel Chaves, que ya son ganas. Chaves será el encargado de engañarlos a todos para dar con una solución al sudoku autonómico, otro juego imposible, porque sólo se podría resolver si el total fuese un 150 por ciento, y no sólo el cien de rigor. La suma de expectativas de las partes multiplica el dinero por repartir, y no puede haber solución sin decepciones, también multiplicadas.
A la vista de todos está de forma descarnada, en este enjuague, la verdad de en qué consiste la política. La política no es el espacio en que los probos representantes del pueblo luchan por recoger los anhelos del pueblo para hacerlos realidad según su particular parecer, sino un proceso por el que los grupos organizados consiguen dinero a costa de los grupos no organizados (el ciudadano de a pie), y en que los políticos aparecen como jueces… y parte.
Resuélvase este reparto como fuere. Lo cierto es que España necesita dar una solución a la financiación de las autonomías, y que el descrédito de la actual es generalizado. Estamos a medio camino entre un sistema centralizado, ya que gran parte de la caja pertenece al Estado, y un sistema descentralizado. La combinación sólo coge los vicios de los dos casos. Favorece la reivindicación de lo propio frente al Estado, que encarna la unidad nacional. Favorece, pues, los nacionalismos y la insolidaridad.
Sería mucho mejor que cada autonomía viviese sólo de los impuestos que puede recaudar de sus ciudadanos, y punto. De este modo, cada camarilla política regional no podría excusarse en que no les quieren desde "Madrid", ni pueden venderle a sus ciudadanos que están explotados por los demás. Y se verían ante la necesidad de responder sola y exclusivamente ante sus propios electores, a los que tienen que convencer de su gestión, ya que es a ellos a quienes les van a sacar la pasta. Ya no vale el discurso victimista frente al Estado, que hoy han hecho suyo, excepción hecha de Madrid, especialmente las comunidades más ricas, como Cataluña y País Vasco.
Además, un sistema fiscal completamente descentralizado, un federalismo fiscal, favorecería la competencia entre las comunidades, algo que sólo puede beneficiar a los sufridos contribuyentes. Muchos echarán en falta la solidaridad, pero esta sólo tiene valor moral si es voluntaria, y de hecho sólo resulta efectiva cuando es privada. Y en esa competencia fiscal, son las comunidades más pobres las que más pueden salir ganando.
Sería tan sencillo como que el Estado fije un tramo común del IRPF, el IVA o el Impuesto de Sociedades y, con ciertas normas comunes, cada autonomía sumase a éstos sus impuestos. Pero ¿ven a algún partido político proponiéndolo? Será que no les interesa.