Sus defensores arguyen que esta ley beneficia a los espectadores, pues incrementando la oferta de cine en catalán para compensar el "desequilibrio" se facilita que todos los espectadores puedan escoger la película en el idioma que quieran.
Sería interesante conocer la opinión que el consejero de Cultura, Joan Manuel Tresserras, tiene sobre el "desequilibrio" a favor del castellano en la prensa de papel o en la edición de libros o en la televisión o en internet. ¿También quiere imponer una cuota paritaria en estos ámbitos? En coherencia, debería. Pero cuando uno es coherentemente intervencionista transmite una imagen tan estalinista que repulsa incluso a uno mismo.
Los espectadores no necesitamos que la Generalitat venga a salvarnos de ningún "desequilibrio", porque esos desequilibrios los creamos nosotros escogiendo las salas de cine y las películas que queremos ver, o eligiendo entre ir al cine, al teatro o quedarnos en casa. En rigor no cabe hablar siquiera de "desequilibrio", pues lo que hay es una oferta equilibrada con respecto a la demanda. Si el zumo de naranja vende más que el de manzana no hablamos de "desequilibrio", simplemente decimos que la gente quiere más zumo de naranja y las empresas se adaptan a esta preferencia e intentan proveerlo.
Soprendentemente algunos piensan que la oferta no responde a la demanda, sino que es la demanda la que responde a la oferta. En otras palabras, lo único que tiene que hacer un productor para captar una demanda es fabricar algo y ofrecerlo. Da igual de qué se trate, pues la demanda responde a la oferta. Si la gente compra más zumo de naranja no es porque en el fondo quiera más zumo de naranja, sino porque el productor ha puesto a la venta más zumo de naranja. Si fabricara más zumo de uva o de piña ese sería el que comprarían los consumidores.
Los que así razonan olvidan que la "empresa dictadora de preferencias" no está sola en el mercado. Si "en el fondo" los consumidores quieren zumo de manzana en lugar de zumo de naranja, no importa que la empresa original se empeñe en fabricar sólo zumo de naranja: las demás empresas tienen incentivos para fabricar zumo de manzana y acaparar a todos los consumidores insatisfechos.
En el mercado la clave no es la demanda revelada, sino la anticipación de esa demanda. Allí donde hay una demanda potencial insatisfecha hay una oportunidad de negocio para una empresa. Si un porcentaje importante de espectadores está insatisfecho con la escasa oferta de cine doblado al catalán, las distribuidoras y exhibidores son los primeros interesados en incrementarla. ¿Por qué no iban a hacerlo? No hay ningún impedimento legal y la empresa que primero ofreciera más copias en catalán atraería más demanda y multiplicaría sus ingresos. El único contra-argumento es que las multinacionales del cine conspiran en contra de la lengua catalana en perjucio de sus propios intereses económicos, una conclusión curiosa viniendo de anti-capitalistas que acostumbran a criticar a las empresas por perseguir exclusivamente y sin escrúpulos el ánimo de lucro.
Dicen que la paridad impuesta sólo puede beneficiarnos, pues incrementa la oferta de cine en catalán y sigue permitiendo la libertad de elección. Pero el rango de opciones disponibles, dado que el parque de salas es el mismo que antes, no ha aumentado. El efecto es simplemente la sustitución de unas películas en versión castellana por otras en versión catalana. ¿De dónde se sigue que esta proporción impuesta por decreto se ajusta más a las preferencias de los consumidores? Por cada película en catalán adicional se exhibe una película en castellano menos. ¿Cómo sabe el Estado que el público prefiere la película en catalán a la película en castellano? Aunque haya "libertad de elección" en el lado de la demanda, mucha gente que hubiera ido a salas que proyectasen la película en castellano será empujada a ver la versión catalana porque la sala de su barrio la hace en catalán, o porque las salas con la versión castellana ya están llenas o hay demasiada cola. Esta situación perjudica al espectador porque las distribuidoras y exhibidoras no tienen libertad para anticiparse a su insatisfacción, deben obedecer los dictados del Gobierno y su agenda política.
La Generalitat, además, maneja los datos de los espectadores de cine doblado con tal falta de seriedad que roza la manipulación. Basándose en un estudio del Institut Català de les Indústries Culturals, el Ejecutivo catalán ha resaltado que la media de los espectadores por sesión en Cataluña en 2007 fue de un 30,9% para las películas dobladas en catalán y de un 28,1% para las dobladas al castellano. El gremio de los exhibidores ya ha criticado a la Generalitat por usar estos datos, que no ponderan el hecho de que las proyecciones en catalán son muchas menos y que los pocos filmes que se doblan al catalán suelen ser muy comerciales (lo que hace subir la media de espectadores por sesión). Los exhibidores aportan una cifra comparativa más fiable (La Vanguardia, 6/3/09, págs. 28-29): cuando en un complejo multi-salas se proyectan las versiones castellana y catalana de una misma película, el 78,2% de los espectadores opta por la primera, frente al 21,8% que escoge la segunda.
Como espectador de cine en versión original lo que me gustaría es que aumentara el número de copias en VOSE (versión original con subtítulos en español), y si crece el número de interesados en esta opción no dudo que eso será lo que acabe sucediendo. No obstante, si tengo que escoger entre ver una película en catalán o en castellano me quedo con la segunda, y eso que soy catalano-hablante con mi pareja, con la familia, con mi círculo de amistades y en las calles de Barcelona. Hay muchos catalano-hablantes como yo que también prefieren el castellano, quizás porque ya estamos acostumbrados y nos suena raro escuchar a Bruce Willis en catalán o porque pensamos que el doblaje en catalán abusa del puritanismo lingüístico y parece menos natural que el castellano. Si alguien cree que estas razones no son lo bastante buenas y la nueva Ley del Cine es necesaria para "reeducarnos", pues otra razón que me dan para ir a una sala en castellano y boicotear esta nueva imposición lingüística.